Exhibido durante el pasado Festival del Nuevo Cine latinoamericano, faltó ojo –o tiempo, dentro de lo mucho en cartelera– para valorar el filme austriaco-alemán-francés Stefan Zweig, adiós a Europa (Maria Schrader, 2016), película que dentro de poco podrá ser apreciada en el país y que entre sus muchos valores recrea uno de primer rango: el compromiso, o no, de los intelectuales con su tiempo.
Si bien hoy Stefan Zweig carece del impacto que una vez tuvo entre lectores de todos los continentes, y sus novelas han resistido mejor que sus biografías el paso de los años, nadie puede negar que libros como Fouché, el genio tenebroso (1929), o María Antonieta (1932) (con aquel rey renuente a ir a la cama con su joven esposa), fueron casi de obligada atención en hogares donde soplara, al menos, un mínimo interés por la lectura.
Lo que quedó en la incógnita para muchos fue la negación de Zweig, judío y obligado a escapar en fecha temprana de Alemania, de condenar los desmanes de Hitler y del nazismo.
¿Qué lo motivó a callar, distanciarse a partir de una convicción elitista del papel del intelectual en sociedad, eludir el compromiso asumido por otros escritores de inmensa valía como Thomas Mann y Bertolt Brecht?
Llama la atención cómo la directora María Schrader declina el factor dramático y nos sumerge en aquellos días en que Zweig, gran cronista de Europa, se ve obligado a deambular por el mundo en busca de un lugar tranquilo que le permita concentrarse y escribir un libro biográfico tan inmenso como El mundo de ayer, terminado en ese exilio doloroso poco antes de suicidarse en Brasil (1942), junto a su joven segunda esposa, en unos momentos en que el nazismo se había anotado importantes triunfos militares que llevaron al escritor a la desesperanza total.
Humanista por excelencia, Zweig, cuyos libros habían sido prohibidos en Alemania, en 1936, emprende una gira por América del Sur, donde es recibido a bombo y platillo, pero ante la insistencia de amigos e intelectuales progresistas para que se manifieste en contra de la barbarie –que ha dejado de ser una simple amenaza– se resiste bajo el convencimiento de que los escritores no deben definirse políticamente. «Nunca hablaría contra Alemania –dijo–, el intelectual debe permanecer cerca de sus libros. Ningún intelectual ha estado preparado para lo que requiere el liderazgo popular».
Su compostura ¿apolítica? es reflejada muy bien en el filme en una conferencia de prensa que tiene lugar durante un encuentro internacional de intelectuales, celebrado en Argentina, en 1936, y que hace que todos lo miren como si no estuvieran creyendo lo que oyen y ven.
El periodista Joseph Brainin escribiría de él: «Tenía la cara de un hombre desilusionado que intentaba agarrarse a la desesperada al espejismo de una Europa que ya no existía y que se negaba a llorar como si hubiera muerto».
Lo cierto es que Zweig braceaba en el naufragio de su sueño europeo al tiempo que veía, sin alzar la voz, cómo el nazismo se apoderaba de su querido idioma alemán. Melancolía, pesimismo, falta de temperamento, o de visión para salirse de un castillo de marfil sin puertas hacia el exterior y que, derrumbado él, lo llevaron a escribir en su carta de despedida, antes del suicidio, «Saludo a todos mis amigos… Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí».
LA REPETICIÓN NUNCA ES INOCENTE
¿Hay en la película ecos de actualidad con los días que estamos viviendo? Ella misma lo responde circunscribiéndose a la realidad de su continente, aunque sabido es que la problemática de la dominación política y social tiene brazos más abarcadores y está necesitada de voces que luchen y denuncien a los cuatro vientos. «Hasta hace poco –dijo la directora en una entrevista a la agencia EFE– habíamos conseguido, en menos de 75 años, convertir a Europa de un lugar terrible a un continente unido que ha vivido el periodo de paz más largo de su historia. Molesta tanto pensar que la gente pueda renunciar a ello tan fácilmente. Y creo que este periodo está acabando. Lo parece. Incluso creo que ya lo ha hecho».
Y en otra parte: «La repetición nunca es inocente. En mi caso personal, yo he vivido la Guerra Fría, me han sacado de trenes y de coches en fronteras europeas tantas veces… Y hace diez días fui a Dinamarca -país al que he viajado muchas veces sin mostrar ningún documento de identidad- y me pidieron el pasaporte en el tren al pasar la frontera. Y te digo por qué. Me lo pidieron a mí por mi aspecto (morena). Pero no le piden el pasaporte a todo el mundo, sino que se pasean por el tren buscando gente étnicamente diferente. Y es un control racista, que me parece el más terrorífico, porque podrías pensar que podrían controlar a todo el mundo de la misma forma, pero no es así. Me da mucho miedo lo que está pasando».
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Alfonso dijo:
1
6 de abril de 2018
06:02:52
La Rosa dijo:
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7 de abril de 2018
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Teresa dijo:
3
7 de abril de 2018
10:01:43
Lucifer dijo:
4
9 de abril de 2018
09:23:03
Miguel Angel dijo:
5
11 de abril de 2018
14:47:33
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