
La repentina muerte de Dolores O’Riordan a los 46 años ha sido otro disparo en la sien de la década de los 90. Es difícil ver cómo poco a poco se precipita la partida de los «héroes» que dieron forma al inhóspito edificio de nuestra adolescencia en un tiempo empeñado en quitarnos los iconos, en lanzarnos a la deriva por una carretera incierta de la que al menos siempre podíamos regresar para reencontrarnos con la hermosa rebeldía y las angustias existenciales de nuestros primeros años, esa época en la que temas como Zombie, Dreams, y Linger demostraban que alguien en algún rincón del mundo nos conocía a fondo, escribía sobre nosotros y, al final, ya no estábamos tan solos.
No importa que no entendiéramos las canciones porque teníamos la certeza de que nos hablaban directamente a nosotros. No importa que en ese momento todavía no pensáramos en asistir a los conciertos de nuestras primeras bandas de cabecera. No importa, tampoco, que no tuviéramos la posibilidad de agradecerles por esos documentos sonoros que nos sostuvieron cuando el abismo llamaba desde el fondo. Pero nuestro pasado va en dirección a convertirse en una habitación vacía, a la que ya no podremos regresar para hablar con nuestros iconos, para explicarles cómo han sido la banda sonora de un tiempo del que, gracias a ellos, aunque lo intentemos, nunca podremos escapar. Y la historia lo demuestra a cada rato con un gancho al mentón.
Primero Kurt Cobain, luego Layne Staley y Scott Weiland, recientemente Chris Cornell, y ahora, cuando apenas había pasado el aluvión por el suicido del líder de Soundgarden, aparece el cadáver de la cantante irlandesa de The Cranberries en una habitación de un hotel de Londres, adonde Dolores había viajado para una breve sesión de grabación. Para la generación de los 60 la muerte de Lennon, Janis Joplin, Jim Morrison, y Jimi Hendrix les hizo ver que asistían al entierro de una época en la que pensaron que todo era posible y, de golpe, se vieron obligados a regresar a la realidad. Los que crecimos en los 90 compartimos con los protagonistas anónimos de los 60 ese raro sentimiento de extrañeza ante al mundo que quedó y, para colmo, le hemos agregado una buena dosis de desolación por el adiós de figuras como Dolores O’Riordan, una pérdida nada menor para la historia más reciente del rock y la música contemporánea.
No podía ser de otra manera. Esa década dura y áspera se está despidiendo como fue: un remolino de aguas turbulentas, luchas aplazadas y utopías renacidas al ritmo quebradizo del grunge y el rock alternativo, utopías que después de pararse sobre las ilusiones de una generación, se han resguardado en silencio en espera de mejores días o, quizá, para siempre. Y el fallecimiento de Dolores, aún sin explicación, es otro clavo en la losa de nuestros vertiginosos 90.
La vocalista de The Cranberries, como todos los genios de nuestra época, supo poner orden en el caos. Y hacer del caos, música. Y de la música, sobrevivir. Porque Dolores podía estar cantándole a los detalles más insignificantes de la vida diaria, pero con su voz parecía dispuesta a arrasar con el mundo para hacerlo después un lugar más hermoso, apacible. Su obra está atravesada por el pasado de un país que helaba la sangre. Zombie, nuestro himno, lo grabó para dar su propio testimonio del conflicto armado entre el Ejército Republicano Irlandés y el Gobierno británico que costó cientos de vidas.
Lo escribió porque ya debía encontrarle salida a la angustia convertida en una carga demasiado pesada. Y la canción le dio la vuelta al mundo para descubrirnos a ese espíritu adolescente lleno de rabia y aparente fragilidad cuyos temas siguen en pie como un resonante testimonio.
Zombie, el clásico por excelencia de The Cranberries, fue grabado por Dolores en el álbum No Need to Argue (1994), junto a otros imprescindibles como Ode To My Family o Ridiculous Thoughts. Un año antes había publicado su álbum debut Everybody Else Is Doing It, So Why Can't We?, con el que se ganó un lugar en los pasillos de nuestros viejos reproductores que ya en esa época decían más de nosotros que cualquier tratado generacional.
La irlandesa se alzó sobre la época y sobre la loma de fuego que fue a veces su vida para mantenerse editando discos que generalmente estuvieron a la altura de los reclamos de la propia Dolores y de sus millones de seguidores en todo el mundo. To the Faithful Departed, Bury the Hatchet y Wake up and Smell the Coffee, entre los que aparecían temas de gran alcance como Promises, Just My Imagination y When You're Gone, fueron otros de los discos con los que la banda se colocó definitivamente en la avanzada del rock alternativo.
Pese a lo dicho, nadie que no haya vivido los ambientes soterrados de la época podrá entender cómo influyeron las canciones de Dolores y The Cranberries, junto a otras grandes bandas, en todo lo que fuimos en los 90, y lo que hemos podido ser casi 20 años después. Y mucho menos que esas canciones, escritas en esa frialdad que hiela de Irlanda, nos pudieran ayudar también a comprender las personas que éramos y la realidad que nos envolvía. Por suerte, todavía en medio de ese paisaje que ya se nos difumina y se va con todo lo que un día fuimos, sigue Dolores cantando, hablándonos al oído, y somos un poco más felices, a pesar del olvido y la distancia que nos separa de una década empeñada en desaparecer.
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17 de enero de 2018
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20 de enero de 2018
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