
MÉXICO D.F–Con efecto de cascada llegan a mi pensamiento los más conocidos pasajes de la estancia de nuestro Apóstol en este país que, como lo fuera con él, ha sido para tantos buenos perseguidos del mundo tierra de refugiados. Las imágenes sacuden al visitante que entre tantas bellezas reunidas en el Centro Histórico de la capital se topa con una placa que reza: «En esta casa tlaxcala vivió José Martí. Abogado, poeta, luchador y Héroe Nacional de Cuba».
Tras el sobresalto inevitable el aire parece no alcanzar. Se mira alrededor y se buscan respuestas que solo pueden hallarse en la inmensidad de la vida martiana, renovada y crecida cada vez que un hombre decoroso se asoma a ella. La puerta invita. Las piernas petrificadas avanzan en recio movimiento porque sus misterios profundos llaman a entrar.
No se teme al escribir estas líneas que se pueda pensar en ponderaciones exageradas.
Todo cubano lleva consigo su propio Martí y sabe de los estremecimientos que entrañan leerlo, saberlo nuestro, asumirlo. Bien lo entenderán los que han estado frente a su tumba, en el cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, donde descansan atentos sus restos mortales, y parece que su memoria nos habla.
El hermoso patio interior de la casa, ubicada en la calle San Ildefonso, —hoy la representación del gobierno de estado de Tlaxcala—, los dos pisos, sus balcones acicalados con el verdor de las plantas, y otra inscripción que deja leer: «Sé desaparecer, pero no desaparecerá mi pensamiento…» son escenas que los ojos alcanzan a ver cuando se entra. Pero los otros ojos, los del corazón de quienes lo saben esencial, ven mucho más estando allí, y la mente se dispara a imaginar, y hasta puede vérsele entrar atravesando esos espacios con el alma a cuestas.
Un banco se ofrece y uno se sienta, un poco para entonar el cuerpo agitado por la conmoción, pero también para construir la secuencia más cercana que de su estancia mexicana el visitante tiene.
Llegó a este lugar, donde vivía su amigo Manuel Mercado, en julio de 1894. La visita sorpresiva que le hiciera, pronto se convirtió en breve estancia. Martí enferma y la familia insiste en que deje el hotel donde se ha hospedado y se quede con ellos. Tras la recuperación, retoma sus propósitos y parte.
Pero la mente vuela, y aunque no es esta la casa donde viviera en el México de su juventud, no cuesta mucho pensarlo en esta tierra, desde aquel febrero de 1875. En la estación de Buena Vista lo esperan su padre, Don Mariano, junto a Mercado, vecino de la familia quien ha ido a acompañarlo. Al abrazo añorado desde los años de destierro le siguen las preguntas fundamentales. Un silencio elocuentísimo le dice que su querida hermana Ana, con 19 años, aquella a la que el pintor enamorado le hiciera el retrato, ya no está en el mundo de los vivos.
Quién sabe qué espacios lo vieron llorar la noche que escribió aquellos versos iniciales de su poema Mis padres duermen, dedicado a su hermana perdida, la que «logró» morir sin verlo. «Es hora de pensar. Pensar espanta, / Cuando se tiene el alma en la garganta.». Quién pudiera saber de su bregar por estas calles, pasando como un rayo, movido por las tantas inquietudes de sus 22 años. Las políticas, que se nutrieron de un México por donde entró en la América Latina independiente, y las del corazón, donde el poeta fue el elegido de los versos, donde supo de tertulias, teatros, y amores.
La cálida tierra azteca fue testigo de su obra dramática Amor con Amor se paga, y también de su puesta escénica, presenciada por la familia —establecida por entonces aquí— a la que la sala le quedó chiquita de tanto orgullo. La rica vida cultural que la ciudad le ofreciera fue nuevo alimento para su ya antiguo espíritu de vate. Y México mismo, la certeza de que era preciso hallar formas propias de gobierno para darles solución a los problemas de las sociedades americanas. Fue en México donde expresara por vez primera ese vigente concepto de unidad latinoamericana cuando escribió «Si Europa fuera el cerebro, Nuestra América sería el corazón».
Con certeza este cielo sabe del febril amor martiano. Aquí escribió uno de los más hermosos versos de amor que haya inspirado una mujer, la camagüeyana Carmen Zayas Bazán, la que al verla sentía que se acercaba lo humano a los divino, la que eligiera para casarse, la madre de su Ismaelillo.
Desde estas cercanías es posible imaginarlo en sus noches, «la propicia amiga de los versos» —porque en ella halló siempre el mejor entorno para crear— escribiendo para la Revista Universal, diario de política, literatura y comercio; El Socialista, órgano del Gran Círculo Obrero de México; El Federalista o El Eco de Ambos Mundos. Hasta aquí, sin demasiado esfuerzo mental, llega el abejeo intelectual del Liceo Hidalgo y la sociedad Alarcón, sociedades de las que fue miembro protagónico.
Hoy es 19 de mayo. Dice la Historia, y es cierto, que ese día cayó, de cara al sol, luchando por la libertad de Cuba el más universal de sus hijos, el hijo digno también de América. Pero una cosa es caer y morir es otra. Bien lo sabemos desde siempre los que en la convulsión del presente buscamos en él la brújula. Entonces lo escuchamos otra vez. Y se hace la luz.
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Frank Dubrocq dijo:
1
19 de mayo de 2017
07:39:46
Oreste dijo:
2
19 de mayo de 2017
07:56:01
Roberto dijo:
3
19 de mayo de 2017
08:04:04
Ana Margarita Abreu León dijo:
4
19 de mayo de 2017
11:32:17
RAULITO dijo:
5
19 de mayo de 2017
12:33:35
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