
Quincy Jones nació al filo de la nada. Tanto que ha recordado que durante su primera infancia solo vio en la mesa, como único alimento, ratas cocinadas por su abuela. Quincy Jones nació en un barrio en los márgenes de la ciudad de Chicago y su mente, desde temprano, comenzó a viajar por encima de los muros del abigarrado torbellino de la pobreza cuando escuchó por primera vez el sonido de lo que se cocía en los hornos del bebop.
Para irnos haciendo una idea, tenemos que remitirnos a los Estados Unidos de 1950. Para algunos la vida en esa época era una construcción vieja y destartalada; para otros un barco a toda máquina en el horizonte del esplendor. Ahí, en el centro de todo, un muchacho, que debutaba en la trompeta, salía al mundo con una idea fija que chocaba una y otra vez con las paredes de su mente.
El joven Quincy, quien desde sus primeros años dio muestras de que nada en el mundo le quedaba demasiado lejos, se ganó por aquellos años una beca en Nueva York y de ahí, ya puesto a conquistar ese enorme, complejo y exuberante territorio de la música estadounidense de raíz, aprovechó hasta el límite sus primeras colaboraciones con gigantes de la categoría de Miles Davis —quien dio vida al término fusión al unir los caminos del jazz y el rock— Count Basie o Ray Charles.
Luego de sus primeros trabajos con esos astros nacería otro Quincy Jones. Al músico no le tomó demasiado esfuerzo darle cuerpo al puzle de sonidos que era su cabeza y supo incorporar los elementos más ricos de cada cultura que empezaba a conocer durante sus viajes por medio mundo. Ya en las siguientes décadas sus servicios como productor eran solicitados por grandes de la escena estadounidense. Desde Louis Armstrong, Ray Charles, Frank Sinatra, Stevie Wonder, y Aretha Franklin.
Sin embargo, muchos lo identifican a partir de su trabajo con el rey del pop. Jones, quien fue amigo cercano de Martin Luther King, le produjo al chico maravilla de los Jackson Five su quinto disco de estudio, Thriller, el álbum más vendido de la historia. El fonograma fue la punta del iceberg de una exitosa trilogía, publicada entre 1979 y 1989, que incluía además los discos Bad y Off the Wall. Nadie en su sano juicio le discute a Michael Jackson el trono del rey del pop, aunque, para ser fiel a la verdad, sin Quincy, Jackson no hubiera sido el mismo.
Jones ha sobrevivido a dos ataques cerebrales, a varias pérdidas cercanas y fue recibido, entre otros por líderes mundiales como Nelson Mandela y el Papa Juan Pablo II.
A pesar de los golpes y de sus obvias consecuencias para la salud física, no ha dejado de recorrer la autopista de la música como uno de esos autos que cargan con varios años en la carrocería, pero son los primeros en cualquier competencia que se precie. No se puede aquilatar toda la influencia que ha tenido (y tendrá) en la cultura mundial la obra de este músico estadounidense.
Es imposible señalar cada uno de sus hitos, de sus aportes, de sus obras maestras, pero en su expediente de dedicado trabajador de la industria musical (o lo que sea que eso signifique en estos tiempos) destaca también el tema We are the world, de Michael Jackson y Lionel Richie. Producido por Quincy, este tema reunió a iconos como Bruce Springsteen, Billy Joel, Cyndi Lauper, Stevie Wonder, Bob Dylan, Paul Simon y fue grabado para combatir la pobreza en África.
La canción le dio la vuelta al mundo y recuerdo que se difundió durante bastante tiempo en la televisión cubana.
Jones, reiterémoslo, es un experto total en la música de raíz africana. Ha hecho del conocimiento y el estudio de estos géneros que van de una punta a otra del planeta una especie de destino en su vida. Pero además se ha movido entre la mayoría de los estilos de los que se alimenta la música contemporánea.
El productor estadounidense siempre ha estado atento a sus raíces, a sus orígenes y ha encontrado en la creación una forma de aportar al cambio. Hace algunos años armó una fundación que ha tratado de contrarrestar las consecuencias de conflictos internacionales como las guerras, la segregación y la violencia.
Realmente nadie sabe qué va a pasar exactamente cuando se coloca detrás de una grabación o de un proyecto discográfico. Eso sí, todos pueden tener la seguridad de que surgirá algo perdurable. Otro testigo de su maestría es el joven pianista cubano Alfredo Rodríguez, quien radica hace diez años en Los Ángeles y Quincy se ha convertido en su mentor desde que lo escuchó en el festival de Montreux, de Suiza. El propio Alfredo, nominado al Grammy en el 2015, ha dicho a Granma en una de sus recientes visitas a La Habana que Quincy es un gran seguidor y admirador de la música cubana y que desde hace años lo animan muchos deseos de regresar a Cuba.
El bueno de Quincy, con 84 años, ya está a punto de cumplir esos sueños cuando aterrice en la capital para sumarse a las celebraciones por el Día Internacional del Jazz y los cubanos podrán ver en vivo a una figura que resume buena parte de la historia de la música de todo el mundo.












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Rafael Nuñez dijo:
1
26 de abril de 2017
10:29:20
Andrews dijo:
2
26 de abril de 2017
11:23:46
Dieudome dijo:
3
27 de abril de 2017
20:26:00
JOSE M RODRIGUESZ.C dijo:
4
27 de abril de 2017
21:46:52
JOSE M RODRIGUEZ.C dijo:
5
27 de abril de 2017
22:33:55
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