Y Cuatro llegó a La Habana para confirmar que los rumores que nos llegaban de Matanzas eran ciertos: es posible triunfar en la escena con recursos teatrales, coreográficos, simbólicos, históricos y —sobre todo— auténticamente cubanos.
El proyecto liderado por Yadiel Durán, ganador de la Beca Santa Camila de La Habana Vieja de la Uneac matancera, brindó en la sala Adolfo Llauradó una temporada que aglutinó las funciones nueve, diez y 11 de la obra, concebida por sus creadores como teatro coreográfico. Una corriente contemporánea en boga en los escenarios mundiales que —según citan los investigadores— si bien es similar a otras formulaciones, como danza-teatro, teatro corporal, teatro físico, teatro de imagen, se diferencia por su modo de sintetizar movimiento, voz y lenguaje, dándole especial importancia al valor de la palabra, sin que esta domine la imagen teatral.
Se trata de una modalidad en la cual la coreografía va en contra de la libertad emocional del actor y donde el grupo se descubre más importante que el individuo protagonista o como mejor lo explicaría —antes de cada función— Rubén Darío Salazar, a cargo de la conceptualización escénica de la obra, «es una contaminación del arte, no es ni tan solamente danza, ni tan solamente teatro y ni danza ni teatro».
Lo cierto es que Cuatro es un proyecto de creación colectiva que emerge en la escena como metáfora de la existencia con una dialéctica viva, fuerte y realista. Cuatro personalidades de la cultura y la historia cubana convergen en las tablas reviviendo, desde la más insondable interpretación del arte, anécdotas de su vida.
José Jacinto Milanés, Ernesto Lecuona, Rita Montaner y Haydée Santamaría cobran vida en la acción, regresan como seres terrenales en la carne de Yadiel Durán, María Laura Germán, Anis Estévez e Iván García y el resultado no puede ser más estremecedor.
No hablamos de semejanzas físicas, nadie piense que va a encontrar un parecido entre María Laura y Rita, o Iván y Lecuona, hablamos de las expresividades dramáticas que cada uno de ellos escenifica en su personaje. Dotaron sus caracterizaciones con una entrega veracísima de matices sabiamente dosificados, de subjetividad emocional, de pesadillas y lobos internos, y lograron al final traerlos de vuelta como criaturas de este mundo no tan alejadas del plano extraterrenal donde la historia los ha colocado justamente.
Es entonces cuando ahí, delante de nosotros, conocemos al ser —grande por su genio— pero humano al fin, con sus dolores y frustraciones: el desconsuelo de Lecuona por morir lejos de su tierra, el cáncer que privó a Rita de su voz; el sempiterno drama romántico de Milanés; y Haydée tan valiente, tan mujer, tan heroína, con una vida llena de muertes y de vida a la vez.
Aun cuando desde el comienzo de la obra, los intérpretes aclaran qué tipo de formación poseen, actoral o danzaria, logran un ejercicio de coordinación en ambas modalidades que resulta ser bastante equilibrado. No obstante, por momentos la gestualidad espacial de los bailarines sobresale a la de los actores. Confiamos que sean marcas que se desfiguren con la práctica y una larga vida en las tablas.
Los recursos sobre la escena son mínimos, apoyados eso sí, en un acertado juego de luces, un vestuario que subliminalmente evoca los colores de la bandera cubana y una exquisita música cubana.
Cuatro es un teatro coreográfico valedero, una pieza que apela a la cubanía y que servirá para enseñar al pueblo —y sobre todo a la juventud— personalidades de nuestra historia contemporánea, que con el correr de los años han sido decisivas para la cultura cubana.
Es una obra excepcional. Los que vibran; los que sienten; los que anhelan; los que sueñan; los que buscan; los que pretenden se identificarán con ella… y los aplausos, entonces, serán espontáneos, ayudando a desahogar ese nudo en la garganta.












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