
Delicioso descuartizamiento satírico de genio y figura el que realizan en El ciudadano ilustre Gastón Duprat y Mariano Cohn, a partir de un revuelo de nostalgias que hace a un Pemio Nobel argentino volver al pueblito en el que naciera, 40 años atrás.
¿Qué pudiera buscar en tan recóndito lugar este intelectual que vive, como un anacoreta, en una espléndida mansión europea y rechaza las invitaciones y homenajes más fabulosos, con el desinterés de quien ha probado todas las mieles?
Modesta en su realización y de cierta apariencia ingenua, el filme es una ácida comedia provista de diversas capas de lecturas, vinculadas a un escritor tan inteligente como presuntuoso, aunque capaz de desenvolverse en cordiales paternalismos.
Elementos ideales para armar una caricatura del intelectual como ombligo del mundo, pero nada de trazos gruesos hay en El ciudadano ilustre; al contrario, porque su guion está en función de ir revelando la condición humana de un hombre que, en la cima de la gloria, se ha quedado seco de materia creativa, que es hostigado por su editor y que, quizá también por eso, emprende una vuelta a las raíces, pues muchos conocidos de su pueblo se convirtieron en personajes determinantes de su obra.
Un magnífico Óscar Martínez, premiado en el Festival de Venecia de este año, encarna a este intelectual ambiguo que se declara contrario a los premios (posiblemente porque se sienta superior a ellos) y que, sin embargo, en un gesto de añoranza, de comprobar qué se hizo «de aquello» que una vez conoció, acepta la modesta condición de Ciudadano Ilustre que le otorgan sus viejos amigos.
En ese interactuar del intelectual excelso con «su pueblo» (la antigua novia, el amigo ahora mujeriego y matarife…), choque de culturas en el que algunas sinceridades se combinan y otras se diluyen entre máscaras, tejen los realizadores una cadena de encuentros-desencuentros marcados por la hilaridad y el humor negro; al tiempo que salen a relucir interesantes apuntes, relacionados con el proceso creativo del escritor.
No hay alardes técnicos ni despliegues de recursos en El ciudadano ilustre, comedia dramática que lo apuesta todo al guion, a las situaciones hilarantes, deudoras en parte del costumbrismo emanado de una zona rural, a cierta atmósfera onírica que sale a relucir en los finales y, en especial, a la personalidad de este intelectual, también aterrorizado por su soledad en medio del éxito.
Un personaje el de Óscar Martínez inquietante y no muy simpático para el espectador —¡que así lo han querido los realizadores!—, pero con la suficiente enjundia como para convertirse en una referencia, más allá del campo de la ficción.
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gretter dijo:
1
2 de febrero de 2017
13:34:36
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