
Acaba de concluir la XVI edición del Festival de Teatro de La Habana. No pude asistir a tantas puestas en escena como me habría gustado. Supongo que a buena parte de nuestro entusiasta y conocedor público le habrá ocurrido algo similar. La cartelera, rica en títulos y con presencia de varios países, abundó en horarios que para el espectador común resultaban demasiado temprano. También se dio el caso de que obras muy esperadas se programaron en lugares pequeños y ofrecieron muy pocas funciones.
Otra fuente de despiste estuvo en la carencia o insuficiente presencia de programas de mano. La imagen final que me queda del Festival es la espléndida función del Ballet de Montecarlo. Antes de que se abarrotara la sala Avellaneda del teatro Nacional fue necesario hacer una colita para armar uno mismo el programa.
En el caso de otro formidable momento desde el punto de vista artístico no pudimos contar ni con una hoja suelta con datos sobre el espectáculo. Me refiero a Villa, de Teatro Playa de Chile, escrito y dirigido por Guillermo Calderón. El derroche de maestría y sinceridad escénica de las tres actrices y la pulcritud literaria, la profundidad cívica de un texto que retoma la historia con una mirada singular, no merecían esa ausencia de información. Además, la obra chilena aparecía en una programación en Argos Teatro y en otra en la sala Llauradó, donde al final pudimos aplaudirla.
Los que sí lograron ofrecer bastantes datos sobre su atractivo espectáculo fueron los matanceros del Portazo. Hasta una simpática corbata de papel para los espectadores formó parte del juego escénico. Por lo demás, se convirtió en un éxito de público y despertó el interés de los invitados al Festival este montaje que retoma la variante del cabaré con vocación social. Excelentes situaciones dramáticas o paródicas y un elenco esmeradamente entrenado dejan un saldo agradable y reflexivo, a pesar de que en la puesta en escena de Pedro Franco todo es muy arriba, vociferado, a ratos obvio. Hubiese preferido más matices en la proyección.
Otro despiste de la programación me dejó ver a los puertorriqueños de Mundo Cruel, una tarde en la que se anunciaba otro título en la Llauradó. Tampoco alcancé, si alguna vez los hubo, programa de mano. Gil René, director responsable de la adaptación teatral y uno de los protagonistas del espectáculo, anotó los datos en mi agenda en una pausa de una tarde de coloquio que auspició Casa de las Américas.
A partir de un popular libro de cuentos de Luis Negrón se arma una puesta sencilla pero auténtica y bien defendida por los intérpretes. Junto a Gil René sobre las tablas Gabriel Leyva da pruebas de talento, gracia y desenfado.
Me complació especialmente de Mundo Cruel que el tan abundante en los últimos tiempos tema de la homosexualidad está visto con crudeza, pero con un sentido humano y social que no suele abundar en ese tipo de obras. El prólogo y uno de los cuentos representados se alargan y se van del tono del espectáculo. Con todo, Mundo Cruel cuenta una historia, nos deja ver buenos personajes defendidos con pasión y eficacia. Por cierto, bien vendría a la cita que el entusiasmo de los programadores por más o menos nuevas y legítimamente transgresoras tendencias no hicieran olvidar que pueden tener mayor peso las proposiciones donde un buen texto es llevado a las tablas con destreza y defendido por un elenco de calidad.
Hay que agradecer la riqueza numérica y los momentos de alto nivel artístico del Festival de Teatro de La Habana. Eso sí, vale recordar que cuando los detalles organizativos se suman dejan de merecer ese nombre y se convierten en una seria afectación para el goce pleno del público al que va dirigida la enjundiosa fiesta de las tablas.












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Josefina dijo:
1
6 de noviembre de 2015
15:01:24
Amado dijo:
2
6 de noviembre de 2015
16:35:16
Gil René Rodríguez dijo:
3
7 de noviembre de 2015
18:22:18
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