ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Dead Can Dance. 

Cuentan que cuando uno muere observa un atisbo de luz al final de un túnel. Vi­sio­narlo, dicen, hace más llevadera la an­gustia y la desolación que nos circunda cuando abandonamos el cuerpo y la vida se escapa como una exhalación. Lo que nadie ha re­gre­sado para narrar es si ha escuchado alguna música que acompañe el tránsito de la lo­cura de la vida hacia la eternidad de la muerte. Existen innumerables canciones que pu­dieran  funcionar como una banda so­nora perfecta para la madre de las tragedias hu­manas, pero en la lista del abismo y la in­cer­tidumbre, Dead Can Dance extiende su ca­pa gris desde el fondo y campea a sus an­chas en la terrible oscuridad de los primeros lugares.

Hace algún tiempo leía en En el camino, novela-icono de Jack Kerouac, aquello de que la vida es demasiado triste para vivirla bailando. Puede que comulguemos o no con la filosofía del maestro beat,  pero lo cierto es que Dead Can Dance transforma la tristeza en una emoción muy rara, que te hace casi levitar como si estuvieras en medio de un ritual con decenas de cuerpos bailando a tu alrededor. Y, con perdón de Kerouac, Dead Can Dance también puede hacer bailar una danza enloquecida a los mismísimos muertos.

En verdad, Lisa Gerrard y Brendan Perry, los dos integrantes de esta banda de culto formada en Australia,  lo tenían muy cla­­ro cuando comenzaron el viaje en 1981. “Que­­remos traer a la vida cosas que están durmiendo o que están muertas”, confesaron en su momento y se metieron en el la­bo­ratorio para parir algunas de las criaturas so­noras más misteriosas y reveladoras de la historia de la música en los últimos 30 años.

Hablamos de un dúo que anticipó mu­chas de las variaciones que definieron musicalmente el sigo XXI, influyó en lo que se co­noce hoy como World Music, sentó un precedente en la experimentación entre las culturas de Occidente y Oriente y trazó un sólido puente entre África y Europa.  Lo hi­cie­ron con una obra ejecutada con mucha profundidad, hasta el punto de que varios de sus discos cobran categoría de obra de ar­te y su audición se transforma en una ex­pe­riencia artística brutal.

Discos como Spleen and Ideal, Spi­rit­cha­ser, Aion, Within the Realm of a Dying Sun, The Ser­­pent’s Egg, e Into the Laby­rinth, uno de sus álbumes más lo­grados en opinión de quien esto escribe, son solo algunos de los do­cumentos sonoros que han transfigurado este ensemble en una de las alineaciones más hipnóticas del circuito internacional.

Sus conciertos, por otro lado, se convierten en un hermoso ritual, en el que todos los que respiran abajo del escenario se sienten como si estuvieran iluminados por una epifanía que les dibuja ante los ojos una verdad absoluta: lo más parecido a un contacto en la Tierra con otro mundo es la mú­sica de Dead Can Dance (Los muertos pueden danzar).

Ustedes dirán que en esto po­drían guardar semejanzas con el pop cósmico de Air, las leyendas de Loreena McKennitt o los ex­perimentos espaciales de Vangelis; sin em­­bargo, en este caso, la diferencia pro­viene de una investigación minuciosa en las raíces culturales de las civilizaciones más an­tiguas y las tradiciones populares de Gre­cia, Tur­quía, África y  Oriente Me­dio, in­cluso aparecen en un puñado de sus temas patrones de la percusión afrocubana.

La facilidad para levantar mundos des­co­­nocidos no se desprende solamente de la  in­dagación sonora. El dúo se ha dedicado a un detallado estudio del romanticismo, el ocultismo, el esoterismo, el chamanismo o las so­ciedades secretas,  fuentes simbólicas que hacen de esta alineación un extraordi­na­rio muestrario para en­tender la evolución hu­mana. Dead Can Dance  se separó en el 2002 y regresó en el 2012 con el disco Anas­tasia.

No tengo noticias de que en Cuba se co­nozca demasiado a Dead Can Dance. Re­cuerdo, eso sí, que en la Universidad de La Ha­bana se promovía en algunas peñas co­mo La baya, en la Facultad de Economía, o en los festivales de la Facultad de Co­mu­ni­cación.  En cualquier caso, siempre estamos a tiempo de descubrir la tierra prometida de una música que, cuando andemos por ahí dando bandazos, nos sirve de refugio y nos ayuda a comprender que hasta los mu­er­­tos pueden cobrar vida y ponerse a danzar.

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Vanesa Pons dijo:

1

1 de noviembre de 2015

12:27:15


El trabajo no esta a la altura del resto de tus grandes reportajes y ya se extrañaban tus letras los sabados. Te espero el sabado que viene para seguir comprando Granma

Adonis dijo:

2

1 de noviembre de 2015

12:29:09


Descubri a este grupo en el pre y de ahi en adelante no he dejado de escucharlos. Gracias por esta valoracion tan acertada. Me gustaria leer algo sobre Bjork

Amiley dijo:

3

3 de noviembre de 2015

09:58:40


Dead can Dance nos regala una sonorida limpia e intensa. Lo que despierta en mi no es precisamente una despedida de la vida, todo lo contrario, como si estuviera naciendo. Es mi música favorita para relajarme, tiene efectos alusinogenos. Los conozco desde el año 2000 y me precio me de tener todos sus discos, incluido Anastasis, y además seguí la carrera de Lisa Gerrard en solitario. Tú artículo es muy bueno, gracias por acercarnos a este tipo de música a la que se le da muy poca promosión.