
Desde el instante que elegimos un libro para pasar parte de nuestro tiempo entre sus páginas experimentamos emociones diversas. Ese momento íntimo de lectura, subjetivo vínculo que se establece entre el silencio y las palabras, va creando a la postre una relación estrecha con la mente omnipresente que, del otro lado, manipula nuestras sensaciones y experiencias a su antojo.
Digámoslo más claro y mejor, el escritor es el todo y a medida que conocemos sus partes (obras), nos vamos interesando también en las particularidades que conviven en esa criatura que con su imaginación nos atrapa. Pues sí, cuando tenemos autores preferidos muchas veces queremos saber más de su vida, bien sea por admiración, pura curiosidad o sencillamente porque descubriendo los detalles ocultos, los que están lejos de la esfera pública, creemos estar más cerca de ellos e incluso conocerlos personalmente.
Todo ese entramado que nos creamos con un libro en las manos y un autor en la mente va creciendo con la avidez de la lectura. Cuando llegamos a tener varios escritores favoritos —hablo solo de los que ponemos en el mismo plano—entonces la necesidad es otra: buscamos la inevitable coincidencia.
A los lectores nos encantan las coincidencias literarias. Claro que hay algunas totalmente redondas y otras un poco más forzadas. Pero un mínimo dato como el de saber que, aun con 27 años de diferencia, William Faulkner nació cinco días antes que Truman Capote puede ser una pincelada a tener en cuenta, si se diera el caso de que ambos escritores formaran parte de la selecta lista de preferencia de algún lector.
El mes de septiembre, por ejemplo, es un periodo donde se agrupan varias casualidades literarias, algunas agradables y otras quizá no tanto pero coincidencias al fin…
A la lista de los nacimientos de Faulkner y Truman, nacidos en este mes (25 y 30, respectivamente) se suman el poeta chileno Nicanor Parra (día 5, de 1914); el entrañable Mario Benedetti (14, 1920); la prolífica Agatha Christie (15, 1890); El señor de las moscas y Nobel británico William Golding (19, 1911); los españoles Luis Cernuda (21, 1902), Miguel de Unamuno (29, 1864) y Miguel de Cervantes Saavedra, máxima figura de la literatura española (29, 1547); y nuestro Indio Naborí (30,1922), fecha que además se instituyó en su honor como el Día de la Décima Hispanoamericana.
Pero el noveno mes del calendario carga consigo, también, las muertes del poeta cubano Emilio Ballagas (11, 1954) y del chileno Pablo Neruda (23, 1973).
Siguiendo en la cuerda de las coincidencias redondas, esas que tanto adoramos los lectores “librópatas” apasionados, encontramos las llamadas serendipias literarias.
El término deriva del inglés serendipity (algunos lo recordarán por la película protagonizada por John Cusack y Kate Beckinsale) y se refiere a un hallazgo o descubrimiento inesperado que se produce cuando se busca algo distinto. En otras palabras, casualidad o accidente.
Según refieren los estudiosos, el origen de la palabra se remonta al siglo XVIII, a raíz de un cuento persa llamado Los tres príncipes de Serendip, que relataba cómo en la isla de Serendip, los príncipes encontraban por casualidad la solución a sus problemas.
En fin, que las serendipias —sin saberlo— están presentes en casi todos los ámbitos de la vida, pero en el caso que nos atañe, de la literatura, pueden llegar a tener un carácter casi profético.

Expliquémoslo así ¿Recuerdan los viajes a la luna, los submarinos y satélites artificiales de Julio Verne en De la Tierra a la Luna, Alrededor de la Luna y Veinte mil leguas de viaje submarino? Pues ahí tienen una serendipia: cuando un autor escribe sobre algo que ha imaginado y posteriormente eso existe tal como lo
definió, con los mismos detalles.
Algunas pueden llegar a ser realmente escalofriantes como las que se registran en la obra de Edgar Allan Poe y Morgan Robertson. En Las aventuras de Arthur Gordon Pym (1850), Poe relata la historia del naufragio de un barco en el Atlántico del que solo sobreviven cuatro personas. Desesperados por el hambre toman la decisión de matar a uno de ellos para comer. Lo echan a suerte y el elegido es el cocinero, un tal Richard Parker.
En 1884, una historia real congeló al mundo. En el Atlántico, naufragó un barco, solo sobrevivieron cuatro pasajeros y decidieron matar a uno de ellos para alimentarse. El elegido se llamaba Richard Parker, el cocinero.
El estadounidense Robertson, por su parte, publicó en 1898 una obra titulada El hundimiento del Titán: futilidad, que describía el hundimiento de un gran barco (llamado “Titán”) en su viaje inaugural de Londres a Nueva York ¿se imaginan con qué hecho se conecta, no? El Titanic se hundió 14 años después.
Todo lo que cabe en un libro trae consigo inmensidad de emociones, subjetividades y conocimientos. Cuando exploramos la sensación de la lectura estamos expuestos, también, a ver nacer las ideas, las coincidencias y hasta ¿quién sabe? las profecías.












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SERGIO LINIETSKY RUDNIKAS dijo:
1
4 de septiembre de 2015
09:04:53
Ana Margarita dijo:
2
4 de septiembre de 2015
10:57:26
María Rodríguez dijo:
3
4 de septiembre de 2015
13:46:48
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