La primera impresión ante las representaciones de la compañía teatral japonesa Kageboushi es de deslumbramiento. El despliegue visual sobre el escenario de la sala Covarrubias, donde este colectivo acaba de ofrecer dos funciones como parte de su actual gira latinoamericana, seduce las retinas de los espectadores.
Esa es la mejor baza, no la única, de los artistas visitantes en virtud de la colaboración entre el Consejo Nacional de las Artes Escénicas y la Embajada de Japón en La Habana. Kageboushi significa en su idioma silueta, y ese es el fundamento del teatro de sombras, una tradición milenaria que el maestro Yasuaki Yamasaki retomó desde 1978 para dialogar con el público de su país y el de otros lugares del mundo.
Ahora bien, las habilidades en el manejo de muñecos, luces y sombras, incluidas las de los propios actores, sostienen en este caso no solo un modo de hacer sino también una sólida narrativa. Los tres segmentos del espectáculo apuntan a igual número de propuestas vinculadas tanto con la tradición como con su continuidad renovadora.
La grulla agradecida nos remite a una fabulación popular de antigua data. Existen varias versiones de este cuento, pero todas coinciden con reflejar la generosidad y la gratitud como valores éticos. Su origen se inscribe en las tradiciones orales del periodo Edo (1603–1868), etapa caracterizada por la adopción del código bushido entre los samuráis y donde floreció la filosofía neoconfucianista como base del orden social y la conducta personal.
La adaptación del cuento El árbol de Mochi, de Ryusuke Saíto, por Yoshiko Kouyama y con espléndidos diseños originales de Jiro Takidaira, es un canto a la ternura y la belleza y una exaltación de la posibilidad de superación humana. Saíto (1917–1985) es uno de los autores de literatura para niños más importantes del siglo XX japonés. Takidaira acompañó con ilustraciones su producción editorial desde la publicación en 1950 de otro clásico suyo, Hachiro.
La actualización del teatro de sombras llegó con la puesta en escena de ¡Que levante la mano el que quiera divertirse!, auténtico desborde creativo del binomio Akino Sakaguchi–Akihito Kamiyama, que prescinde del texto para dejar que los gestos, el sonido y, por supuesto, las siluetas protagonicen una fiesta de los sentidos.
Con esta compañía entramos en contacto con una de las más vigorosas expresiones de las artes escénicas de la nación asiática, de modo que a partir de ahora juntemos a las referencias de los estilos kabuki y no (por cierto, este último recreado en los años 60 por Rolando Ferrer, un dramaturgo y director que no debemos olvidar) la magia del Kageboushi.












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QVA dijo:
1
7 de agosto de 2015
08:39:44
Ania dijo:
2
7 de agosto de 2015
11:39:44
reglita dijo:
3
13 de agosto de 2015
20:59:51
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