
El 22 de septiembre del 2011, la CBS estrenó la serie Persona de interés, actualmente en la pantalla de Cubavisión con una frecuencia de dos veces a la semana. No es casual que su estreno coincidiera con el décimo aniversario de los atentados contra las Torres Gemelas. En ese plazo, Estados Unidos desató nuevos y viejos demonios. Como en su día afirmó Ignacio Ramonet, “la administración Bush utilizó el ataque para llevar a cabo una política neoimperial”, todavía vigente. Y pasó de la paranoia a la violación masiva del derecho a la privacidad tanto de los ciudadanos de los propios Estados Unidos como de otras partes del mundo.
En Persona de interés el personaje central es la Máquina. Se trata de un sistema informático supuestamente desarrollado para prevenir ataques terroristas y para ello entrelaza sus funciones con la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), el Buró Federal de Investigaciones (FBI), la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el Departamento de Seguridad Nacional (creado a partir de la Ley Patriota), Interpol y varias agencias internacionales. La Máquina registra conversaciones telefónicas, rastrea el uso de tarjetas de crédito, monitorea correos electrónicos, escanea documentos personales y revisa imágenes de video. Nada ni nadie está a salvo de su escrutinio.
Ya algo de esto se sabía que ocurría en la realidad cuando el británico Jonathan Nolan y el norteamericano J.J. Abrams escribieron los primeros capítulos de la serie, pero no sospechaban que la ficción palidecería ante lo que se reveló después. De todos modos, Persona de interés, dentro de los códigos del suspense y la acción, moviéndose entre la especulación intelectual del extravagante inventor de la Máquina Howard Finch (Michael Emerson) y la adrenalina destilada por la rudeza de su compinche John Reese (Jim Caviezel), la serie lanza dardos contra la impunidad de los servicios de inteligencia y los poderes ocultos detrás del poder.
Finch, Reese y una red de colaboradores otrora vinculados a fuerzas especiales y aparatos de espionaje, incluyendo a un policía, se nos presentan como una especie de Robin Hood colectivo que trata de deshacer entuertos en la jungla de las megalópolis, aunque amenazados por la fuerza oscura de alguien que se denomina Control y está muy cerca o es parte de la Casa Blanca, el Pentágono o Langley, da igual.
La serie iba por su segunda temporada cuando una realizadora audiovisual de armas tomar, Laura Poitras, recibió un correo electrónico remitido por un usuario de la red que se identificaba como Ciudadano Cuatro (Citizenfour, en inglés y formando una sola palabra). Era enero del 2013. El mensaje estaba cifrado como para que ninguna interferencia frustrara la comunicación. Cuatro meses después, la cineasta viajó a Hong Kong, a encontrarse con el autor del mensaje, en compañía del periodista inglés Glenn Greenwald y su colega del diario británico The Guardian, Ewen MacAskill. Fue el comienzo de una de las revelaciones más escandalosas de nuestra época.
Poitras tenía frente a ella a Edward Snowden, el contratista de la NSA que contaría a los cuatro vientos cómo las autoridades norteamericanas espiaban masivamente a sus conciudadanos y a gente de mundo y medio. El mito del Gran Hermano de la fantasía orwelliana era mucho más real y grave de lo que pudiera imaginarse. La Máquina de Persona de interés funcionaba en la vida real.
No voy a repetir la saga de Snowden ni las implicaciones de su denuncia. Los reportajes de Greenwald y MacAskill conmocionaron la trama mediática del verano del 2013 y rodaron bolas de nieve cuando se supo que los tentáculos de la violación llegaban a clasificar como objetivos a jefes de estado como la alemana Angela Merkel y la brasileña Dilma Rousseff. El destape del papel del Government Communications Headquarters (Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno, GCHQ), cuya función debía circunscribirse a la monitorización, intercepción y descifrado de datos en la lucha contra el terrorismo y el crimen organizado, puso en evidencia una vez más el contubernio de las autoridades británicas con las estadounidenses.
Pero si se quiere una versión más completa del asunto, habrá que ver Citizenfour, el documental de Laura Poitras, estrenado por la TV Cubana hace apenas una semana en el espacio de la Mesa Redonda. Avalado por varios galardones internacionales, entre ellos Gotham Independent Film Award, el Critic’s Choice Award, los BAFTA, y el Independent Spirit Award, y recientemente el Oscar al mejor documental, Citizenfour no solo reconstruye las conversaciones con Snowden en Hong Kong y luego en Moscú, sino recoge testimonios de expertos que por años han luchado contra la violación de los derechos ciudadanos en Estados Unidos y expone la obsecuencia del sistema judicial de ese país.
La Poitras no fue una elección fortuita de Snowden. Ella misma había sido expedientada por la NSA debido a atrevimientos documentales anteriores, un filme sobre la perturbación de la vida de los ciudadanos iraquíes debido a la ocupación norteamericana (Mi país, mi país) y otro acerca de la criminalización de dos yemeníes residentes en EE.UU. (El juramento).
Tras la conquista del Oscar, Poitras evocó su encuentro con Snowden: “Cuando le vi por primera vez, me sorprendió lo joven que era, lo articulado de su discurso y lo tranquilo que estaba a pesar de que sabía que corría un gran riesgo, no solo él, sino también su familia. Ahora sabemos del poder del Gobierno para controlarnos”.
Entrevistada por el diario Financial Times, declaró: “Me han parado decenas de veces en los controles de los aeropuertos; y una vez el agente que me interrogó me dijo que estaba en una lista. Ya he asumido que es muy posible que escuchen todas mis conversaciones, incluida esta”.












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Jesús Méndez A dijo:
1
30 de marzo de 2015
10:36:28
Marvin dijo:
2
30 de marzo de 2015
13:38:18
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