
Aunque la asistencia resultó satisfactoria, uno lamenta que las actuaciones del Ballet Folclórico de Chile (Bafochi) en el Mella no repletaran el capitalino teatro, acaso por la ausencia de una mayor promoción. Lo cierto que el conjunto de danzas y cantos de la nación sudamericana entregó espectáculos donde se sintieron los latidos de una América Latina —más allá de los contornos geográficos en que se enmarca la compañía— que exhibe ufana su autenticidad y energía.
Con 25 años de historia, el equipo liderado por el maestro Pedro Gajardo ha logrado conformar un sólido equipo, compuesto por una academia que sobrepasa los 1 000 alumnos y tres equipos superiores que le ha permitido proyectar el nivel artístico de la compañía. El ballet folclórico juvenil de Chile, el elenco residente y el itinerante son los responsables de este proyecto, una amplia representación del que nos visitó en esta ocasión.
Con esto Bafochi suma otro público —aunque por confesión propia, de los más receptivos— a un amplio trayecto que incluye más de 950 ciudades pertenecientes a 40 países de los cinco continentes, donde ha obtenido alrededor de 100 premios internacionales.
El programa ofrecido en La Habana incluyó danzas y cantos de la isla de Pascua y la región central, aunque también de otros puntos de la geografía chilena, incluyendo la familiar y contagiosa cueca, así como sentidos homenajes a sus premios Nobel (Gabriela Mistral y Pablo Neruda); de la primera resultó curioso escuchar su famoso poema Todo es Ronda (“Dame la mano y danzaremos…”) con otra música que no sea la que le puso la inolvidable Teresita Fernández, pero injustos seríamos si no reconocemos la fuerza de este canto de profunda solidaridad internacional y humana en las ricas pentafonías de la hermosa música altiplanense.
Del autor que escribió Canto general y otras maravillas líricas, sorprendió gratamente Los marineros y sobre todo Los mineros, en parte cantado y bailado, en parte recitado, mas siempre con una vivacidad y una contundencia sobrecogedoras.
Quien se dejara arrastrar tan solo por el colorido de los trajes o la gracia de las coreografías pudiera llevarse la falsa impresión de que Bafochi no trasciende un folclorismo turístico, pero nada más lejos de la verdad: hay mucho estudio, no poca sedimentación cultural tras estas danzas y cantos que trasuntan un conocimiento raigal de las esencias regionales y nacionales, además, claro, de una batería de notabilísimos músicos, cantantes (recias y precisas las voces femeninas, en particular), danzantes y coreógrafos.
Incluso, cuando logran llevar a su lenguaje de quenas y peculiares vientos, un himno tan caro a nosotros como Hasta siempre, Comandante, de Carlos Puebla, o la infaltable Guantanamera, libre sin embargo de abordajes tópicos, uno agradece algo más que el gesto.
La sesión final contó con un invitado de honor: el grupo Camagua, coterráneos nuestros procedentes, como indica su nombre, de la ciudad de los tinajones, colegas de los huéspedes dada su especialización en los estudios folclóricos, con los cuales han coincidido en algunas plazas foráneas, que justamente propició la invitación a Cuba.
La compañía prosigue una seria y rigurosa búsqueda en nuestras raíces populares de la cual ofrecieron representativas muestras. Si las inmersiones en cultos afrocubanos —como las del panteón arará— los emparientan sin mucha originalidad con otros conjuntos que entre nosotros cultivan el tema, los camagüeyanos entregan credenciales mucho más sólidas en la música campesina (digamos, la preciosa versión sobre la guajira Monte adentro, ya todo un clásico de Pepe Ordaz, para destaque del dúo armónico), en el complejo rumba (no solo en el mucho más divulgado guaguancó, sino en el no menos rico y creativo yambú) o en las apropiaciones danzarias del asentamiento haitiano en la avileña Baraguá, sobre todo por el creativo baile de la cinta.
Más que telonero, copartícipe con sus colegas y amigos chilenos, Camagua ofreció otra lección de profesionalidad y rigor en su proyección danzaria y musical, que preparó el terreno para el lucimiento de Bafochi, en una parábola que viajó del altiplano sureño al campo insular, reafirmando que es una e inmensa la identidad que nos une, como supo reconocer el agradecido y cómplice público que tuvo el privilegio de asistir a algunos de estos conciertos.
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teo dijo:
1
24 de marzo de 2015
10:14:28
luis alexis dijo:
2
25 de marzo de 2015
16:21:04
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