ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Gómez, Eberto

A sus bien ganados 20 años de trabajo en Matanzas, en Cuba y en el mundo, Teatro de Las Estaciones puede blasonar, entre otras cosas, de su fértil relación con la música. Con Stravinski y Debussy, con Bola y Matamoros, con Bárbara Lla­nes y ahora con William Vivanco.

Las canciones de este trovador santiaguero del Tivolí, ensambladas cual material dramático por el también actor y director santiaguero de Los Hoyos, Rubén Darío Salazar, son el eje de Cuento de amor en barrio barroco. Se trata de “una estampa caribeña para figuras, actores y grupo musical en vivo”, como con justicia y precisión absoluta, denomina Salazar a esta nueva entrega del grupo que lidera.

William resalta al centro del escenario, acompañado por un excelente conjunto musical de la Orquesta Miguel Faílde que le aporta percusión matancera. A todos los rodearán actores y muñecos o accesorios; vestidos, diseñados o creados por las magníficas manos de Zenén Calero.

El director refrenda las composiciones de Vi­vanco como vértebras de una columna para un texto sencillo pero eficaz, cuyas versificaciones resultan coherentes con el tono musical y cuyo entramado engarza con coherencia las vicisitudes de la narración. El protagonista de la misma será Willo, un niño mestizo enamorado de una sirena, encarnada en una niña negra, Karola, tan preciosa como él. Dos títeres de piso para colocar ahora mismo en un museo por su extraordinario valor semántico y de diseño. ¿Por qué no pueden ser negros los protagonistas de nuestras historias desde el teatro para niños hasta la televisión? ¿Y por qué no presentar el amor como una motivación esencial desde la niñez?

Willo discute, con su querencia fresca y fuerte, ante los obstáculos reales para una relación entre seres de la tierra y del mar, antiguo paisaje simbólico revisitado una y otra vez por el arte y la literatura. Su viaje es el de todos, una batalla por imponerse ante los imposibles. Tendrá oposiciones y ayudas, entre estas últimas las del viejo Simón, quien da voz a nuestra mezclada religiosidad po­pular hecha cultura, tal y como la propone con acierto la puesta en escena.

William Vivanco, como ya conocíamos por sus presentaciones y clips, resulta un performer al servicio de la escena. Traje a la medida de esa fusión caribeña que él quiere evidenciar también en su vestuario y no solo en su música. Fusión subterránea, alejada de ese tejido superficial y oportunista de ritmos fáciles que escuchamos habitualmente bajo este concepto. La suya es encrucijada musical, límpida y oscura al mismo tiempo, donde dialogan, se rechazan y se integran los ríos musicales de Santiago, del Caribe, de Cuba, de África y de las sonoridades más actuales.

En realidad, hay un texto mayor hecho de música y teatro: el espectáculo mismo. Rico en imágenes visuales y sonoras, en la calidad y pa­sión de sus intérpretes formados en la academia y estilizados en la escuela de Las Estaciones, en la apretada suma de sus códigos. Y en la amalgama de saberes culturales de la que surge límpida nuestra diamantina pertenencia nacional.

Es también, cómo no, un hermoso homenaje al origen que te marca con fuego. A una ciudad, sus gentes y su escénica manera de expresarse, su vitalidad, sus carnavales y sus fiestas, sus colores y arquitecturas, su tradición del teatro de relaciones... Por supuesto, a Santiago de Cuba. En el umbral de su medio milenio, se desborda en este montaje nuestro Santiago, la amada Santiago por todas partes.

Cuento de amor en barrio barroco deja, después de una intensa emoción al disfrutar de la ma­gia en vivo del teatro, una sensación de bienestar por su belleza, su humor, sus raíces y la enorme capacidad de integración colectiva de Teatro de Las Estaciones en función de un bien común. Como señaló el dramaturgo Ulises Ro­drí­guez Fe­bles, consiguen, como Willo y Ka­rola, un imposible: la apoteosis. Podría decirse que el gozo de lo humano ante una gran conmoción estética.

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