
En los festejos por los 20 años de la Basílica Menor de San Francisco como plaza privilegiada de la música de conciertos en la rama institucional de la Oficina del Historiador de la Ciudad, destacó la contribución del compositor Juan Piñera (La Habana, 1949), protagonista de dos veladas donde mostró la pujanza y actualidad de su obra.
La más reciente de estas, el pasado fin de semana, transcurrió bajo la advocación de un ilustre familiar del músico, Virgilio Piñera, uno de los más sólidos pilares de la literatura y la dramaturgia cubanas del siglo XX; para el compositor sencilla y hondamente el tío Virgilio.
El concierto se estructuró a partir de dos bloques: uno en torno a los intercambios entre la viola, el clarinete y el piano, y otro donde los tríos se formalizan entre el último instrumento y el cello, el violín, y la flauta, con un enlace a base de piano solo (Yanner Rascón) en una de las piezas del celebrado Segundo Libro de Música de la Ciudad Celeste, evocador de las tertulias virgilianas en casa de los descendientes del patriota Juan Gualberto Gómez, donde se hablaba de lo humano y lo divino.
En la primera mitad, el dúo D'Accord (Vicente Monterrey, clarinete; Marita Rodríguez, piano) ejecutó de manera rotunda El ahogado más hermoso del mundo, obvia referencia a la narración homónima de Gabriel García Márquez; y se sumó, con la proverbial maestría de esta formación camerística, a la violista Anolan González para estrenar Miniatura con sordina, fino pastiche de sabor neorromántico. Entre una y otra interpretación, Anolan y Marita entregaron Cifra I y Cifra III, piezas de un ciclo que dignifica la viola como instrumento de enormes posibilidades expresivas, siempre que la intérprete sea del altísimo nivel de Anolan y tenga de respaldo a una pianista excepcional en estos menesteres como Marita.
La segunda parte comenzó por otro estreno absoluto, La flauta es el cordel que sigue la cintura del sueño, verso entresacado del poema de José Lezama Lima, El coche musical, para titular una pieza para piano (Rascón) y flauta (Alberto Rosas), antesala de Tres tríos lezamianos (Los ángeles pactan con los demonios, Los demonios pactan con los ángeles y Los ángeles y los demonios se esconden sonriendo) a cargo del Trío Lecuona (Rosas, Rascón y el cellista Alejandro Martínez), tributo sonoro a la contradictoria relación e insoslayable complementaridad de los autores de Paradiso y La isla en peso.
Para cerrar, otra obra monumental de inspiración virgiliana, Hecatombe y alborada, en la que los experimentados Alfredo Muñoz (hace buen rato en la vanguardia de los violinistas cubanos) y María Victoria del Collado (toda una cátedra del pianismo en la música de cámara), y el novel cellista Roberto de la Maza articularon un trío ajustado a las exigencias de la partitura.
Aun cuando cada una de estas obras sigue cauces originales, una voluntad estética las emparenta: Juan Piñera concibe la música como un ritual deslumbrante, pletórico de contrastes dinámicos y giros sorprendentes, que oscilan entre el gesto espectacular y la más íntima intensidad dramática. Es otra manera de ser cubano.












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