ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Yo Yo Ma (izquierda) recibe el Premio Internacional Harold Gramatges de manos del presidente de la UNEAC, el poeta Miguel Barnet. Foto: Yander Zamora

Un Leo Brouwer único y diverso se mostró en las jornadas finales del VI Festival de Música de Cámara que lleva su nombre. Al estrenar Con­cierto de los ancestros, para piano y orquesta, en el teatro Karl Marx, reeditó al máximo nivel sus encuentros creativos con el maestro Chucho Val­dés que se remontan a cuatro décadas atrás, cuando el compositor convocó al jazzista para la premier de una obra dedicada al contrabajista Charles Mingus y luego a los memorables espectáculos Brou­wer–Ira­ke­re, afortunadamente atesorados por la EGREM.
Destacaron en su ejecución, además de Chucho, la Orquesta de Cá­mara de La Habana y el Quinteto Ven­­tus, todos bajo la dirección de Brouwer. De este se escuchó además, en calidad de estreno, Baladas del Decamerón Negro, por el guitarrista Ricardo Gallén y el cuarteto de cuerdas Presto, y el Concierto de La Ha­bana No. 7, para guitarra (nuevamente Gallén) y orquesta.

En medio de un temporal y la presión del público que no accedió a la taquilla ni a invitaciones —la misma prensa quedó arrinconada en uno de los grillés del teatro Martí—, Leo propició en vísperas de la clausura una de las veladas más extraordinarias en nuestra historia musical más re­ciente, con la participación de dos de los más tremendos violonchelistas de la escena mundial, el mexicano Carlos Prieto y el franconorteamericano Yo Yo Ma.

Ambos, junto al Brasil Guitar Dúo (Joao Luiz Rezende y Douglas Lora) protagonizaron el estreno mundial de la obra de Leo El arco y la lira, para dos cellos y dos guitarras, en la que se despliegan los rasgos más notables de la estética brouweriana. Antes Yo Yo Ma y Prieto interpretaron la suite también creada especialmente para ellos por el mexicano Samuel Zy­man, y los brasileños dieron a conocer la Sonata de los viajeros; y su colega español Ricardo Gallén, la Sonata del pensador, obras que confirman la indiscutible jerarquía de Brouwer co­mo uno de los compositores que ha desarrollado con mayor originalidad el lenguaje de la guitarra desde la segunda mitad del siglo XX hasta la fecha.

A Yo Yo Ma (París, 1955) le aguardaban dos sorpresas. Considerando su casi centenar de grabaciones y registros audiovisuales, muchos de ellos merecedores de los más importantes premios internacionales que atestiguan su indiscutible maestría, avalada y aplaudida por públicos y críticos de todos los continentes en sus conciertos, Cubadisco le confirió su Premio de Honor.

Por ser uno de los más brillantes intérpretes de su instrumento a escala planetaria y tomando en cuenta sus enormes contribuciones a la am­pliación de la recepción del repertorio de su instrumento por parte de los más disímiles auditorios al abordar no solo el repertorio tradicional, sino, con singular talento y sensibilidad, pasajes del folclor norteamericano, melodías tradicionales chinas; así co­mo obras contemporáneas, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba le otor­gó el Premio Inter­nacional Ha­rold Gramatges.

El pergamino del premio, réplica de un mosaico habanero diseñado por el artista Ares, lo recibió de ma­nos del poeta Miguel Barnet, presidente de la UNEAC, quien se sorprendió a su vez al saber por Yo Yo Ma que este había disfrutado la lectura de su novela La vida real (A True Story) en su versión en lengua inglesa.

Leo diseñó un festival a su imagen y semejanza. Músicas inteligentes él mismo subrayó en el lema, sin el menor resquicio para la banalidad, pero a la vez disfrutables y divertidas, como es el propio compositor, homo sapiens y homo ludens en una pieza.

Pocos eventos presentan de una manera coherente e integrada una tra­ma de conciertos, exposiciones, espectáculos danzarios y teatrales, ac­ciones performáticas y jornadas aca­démicas como la del Festival.

Si nos detenemos en la música, observaremos cómo nuevamente el maestro ha hecho trizas el concep­­to purista de música de cámara y ha vuel­to a  privilegiar la singularidad por encima de la rutina, y en eso les puedo asegurar que no existe otro evento que se le compare.

Este concepto, el de la singularidad, se expresa en la articulación de repertorios no siempre frecuentados en los circuitos habituales de concierto. Si se escucha a Bach, es mediante la recuperación de la viola da gamba por parte de su mejor intérprete, el catalán Jordi Savall. Si Vivaldi, me­diante la sorprendente versión de la no menos sorprendente orquesta de guitarras eléctricas Sinfonity, que vi­no de España, o en la ejecución virtuosa de la flauta dulce o de pico por el mexicano Horacio Franco, sazonada por danzones de su tierra y la nu­estra.

El Festival miró al pasado y al futuro. Compositoras italianas de los si­glos XVI y XVII olvidadas y estrenos mundiales como los que trajo la pianista china Jenny Q Chai. Autores no­rue­gos de inspiración folclórica y parti­turas postmodernas como las de Henning Kraggerud. En un programa, Luto­slawski, Penderecki y An­drés Levell; en otro los sonidos de los pueblos originarios con los instrumentos autóctonos de Nuestra Amé­rica; una sesión dedicada a la música checa clásica y actual y otra a descubrir autores cubanos pretéritos, con la colaboración del Gabinete de Mu­si­cología de la Oficina del His­toriador de la Ciudad. Y luego está la jerarquización de la cultura popular, compatible con el concepto de música de cámara.

No es posible un Festival de esta mag­nitud sin el poder de convocatoria de Leo Brouwer. Pero tampoco es po­sible sin el apoyo logístico y financiero del sistema institucional de la cultura, que contribuyó a que un evento de tanta complejidad encontrara su me­jor cauce. Esa fue la expresión del respeto y el compromiso de nuestras instituciones con quien es, sin dudas, el más universalmente reconocido mú­sico cubano contemporáneo.

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