Un Leo Brouwer único y diverso se mostró en las jornadas finales del VI Festival de Música de Cámara que lleva su nombre. Al estrenar Concierto de los ancestros, para piano y orquesta, en el teatro Karl Marx, reeditó al máximo nivel sus encuentros creativos con el maestro Chucho Valdés que se remontan a cuatro décadas atrás, cuando el compositor convocó al jazzista para la premier de una obra dedicada al contrabajista Charles Mingus y luego a los memorables espectáculos Brouwer–Irakere, afortunadamente atesorados por la EGREM.
Destacaron en su ejecución, además de Chucho, la Orquesta de Cámara de La Habana y el Quinteto Ventus, todos bajo la dirección de Brouwer. De este se escuchó además, en calidad de estreno, Baladas del Decamerón Negro, por el guitarrista Ricardo Gallén y el cuarteto de cuerdas Presto, y el Concierto de La Habana No. 7, para guitarra (nuevamente Gallén) y orquesta.
En medio de un temporal y la presión del público que no accedió a la taquilla ni a invitaciones —la misma prensa quedó arrinconada en uno de los grillés del teatro Martí—, Leo propició en vísperas de la clausura una de las veladas más extraordinarias en nuestra historia musical más reciente, con la participación de dos de los más tremendos violonchelistas de la escena mundial, el mexicano Carlos Prieto y el franconorteamericano Yo Yo Ma.
Ambos, junto al Brasil Guitar Dúo (Joao Luiz Rezende y Douglas Lora) protagonizaron el estreno mundial de la obra de Leo El arco y la lira, para dos cellos y dos guitarras, en la que se despliegan los rasgos más notables de la estética brouweriana. Antes Yo Yo Ma y Prieto interpretaron la suite también creada especialmente para ellos por el mexicano Samuel Zyman, y los brasileños dieron a conocer la Sonata de los viajeros; y su colega español Ricardo Gallén, la Sonata del pensador, obras que confirman la indiscutible jerarquía de Brouwer como uno de los compositores que ha desarrollado con mayor originalidad el lenguaje de la guitarra desde la segunda mitad del siglo XX hasta la fecha.
A Yo Yo Ma (París, 1955) le aguardaban dos sorpresas. Considerando su casi centenar de grabaciones y registros audiovisuales, muchos de ellos merecedores de los más importantes premios internacionales que atestiguan su indiscutible maestría, avalada y aplaudida por públicos y críticos de todos los continentes en sus conciertos, Cubadisco le confirió su Premio de Honor.
Por ser uno de los más brillantes intérpretes de su instrumento a escala planetaria y tomando en cuenta sus enormes contribuciones a la ampliación de la recepción del repertorio de su instrumento por parte de los más disímiles auditorios al abordar no solo el repertorio tradicional, sino, con singular talento y sensibilidad, pasajes del folclor norteamericano, melodías tradicionales chinas; así como obras contemporáneas, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba le otorgó el Premio Internacional Harold Gramatges.
El pergamino del premio, réplica de un mosaico habanero diseñado por el artista Ares, lo recibió de manos del poeta Miguel Barnet, presidente de la UNEAC, quien se sorprendió a su vez al saber por Yo Yo Ma que este había disfrutado la lectura de su novela La vida real (A True Story) en su versión en lengua inglesa.
Leo diseñó un festival a su imagen y semejanza. Músicas inteligentes él mismo subrayó en el lema, sin el menor resquicio para la banalidad, pero a la vez disfrutables y divertidas, como es el propio compositor, homo sapiens y homo ludens en una pieza.
Pocos eventos presentan de una manera coherente e integrada una trama de conciertos, exposiciones, espectáculos danzarios y teatrales, acciones performáticas y jornadas académicas como la del Festival.
Si nos detenemos en la música, observaremos cómo nuevamente el maestro ha hecho trizas el concepto purista de música de cámara y ha vuelto a privilegiar la singularidad por encima de la rutina, y en eso les puedo asegurar que no existe otro evento que se le compare.
Este concepto, el de la singularidad, se expresa en la articulación de repertorios no siempre frecuentados en los circuitos habituales de concierto. Si se escucha a Bach, es mediante la recuperación de la viola da gamba por parte de su mejor intérprete, el catalán Jordi Savall. Si Vivaldi, mediante la sorprendente versión de la no menos sorprendente orquesta de guitarras eléctricas Sinfonity, que vino de España, o en la ejecución virtuosa de la flauta dulce o de pico por el mexicano Horacio Franco, sazonada por danzones de su tierra y la nuestra.
El Festival miró al pasado y al futuro. Compositoras italianas de los siglos XVI y XVII olvidadas y estrenos mundiales como los que trajo la pianista china Jenny Q Chai. Autores noruegos de inspiración folclórica y partituras postmodernas como las de Henning Kraggerud. En un programa, Lutoslawski, Penderecki y Andrés Levell; en otro los sonidos de los pueblos originarios con los instrumentos autóctonos de Nuestra América; una sesión dedicada a la música checa clásica y actual y otra a descubrir autores cubanos pretéritos, con la colaboración del Gabinete de Musicología de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Y luego está la jerarquización de la cultura popular, compatible con el concepto de música de cámara.
No es posible un Festival de esta magnitud sin el poder de convocatoria de Leo Brouwer. Pero tampoco es posible sin el apoyo logístico y financiero del sistema institucional de la cultura, que contribuyó a que un evento de tanta complejidad encontrara su mejor cauce. Esa fue la expresión del respeto y el compromiso de nuestras instituciones con quien es, sin dudas, el más universalmente reconocido músico cubano contemporáneo.












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