ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Archivo

A 120 años de su natalicio  —y a 48 de su fallecimiento— el poeta Manuel Navarro Luna está de vuelta. Esta suerte es posible gracias a la presentación por estos días de su Obra Poética, reunida en más de 500 páginas y rubricada con la Colección SurEditores en la sala Villena de la UNEAC.  

Las palabras de Alex Pausides, presidente de la Asociación de Escri­tores de la UNEAC y director de Sur­Edi­to­res; la evocación a cargo del poeta Juan Nicolás Padrón, y el libro mismo fueron homenajes que tuvieron lugar ante un auditorio que disfrutó la disertación y en el que se encontraba Mi­r­tha Velazco Na­varro, nie­ta del agasajado.   

Un texto escrito y publicado por Roberto Fernández Retamar hace 40 años en recordación del  poeta,  una de las más altas voces de la lírica cubana del siglo XX, abre estas páginas que cuentan también con un gru­po de opiniones de prestigiosos intelectuales encabezadas por Boni­facio Byrne, junto a  trabajos ensayísticos a modo de prólogo de sus libros, reunidos ahora en esta entrega.

Retamar habló entonces de “la voz sin muerte de Navarro” y lo catalogó como un apasionado y un poeta inclasificable porque rompía las normas de su propia clasificación. Ex­plicó su evolución de bardo delicado e intimista, que se volvió un “poeta ex­terior” a través de un libro singular en la poesía insular, Surco, el primer libro vanguardista de nuestra literatura.

El escritor Francisco Rodríguez Mojena, prologuista de Ritmos do­lientes, el primero de sus cuadernos nos deja una perfecta es­tampa del poeta: “El dolor y la virtud de Ma­nuel Navarro Luna, emanan, como  un perfume, de sus versos, y se piensa, al leerlos, que solo pudo escribirlos quien se ha enfrentado con la existencia por su lado más doliente”.  En un aparte escribe: “Sus inclinaciones y el temple que el dolor, el gran maestro de la vida, ha dado a su alma, lo llevan a ser el poeta de los desheredados, de los humildes, y de los oprimidos”.

Las palabras de Padrón repasaron puntuales momentos de la lírica navarriana. De Surco alegó que el cuaderno  “implicaba una acusación a la bochornosa penuria de ciudadanos sumidos en el más pa­tético abandono” y que sin ser una obra vanguardista de madurez inició una transformación en el tradicional diálogo del poeta con su circunstancia, y una renovación lí­rica dirigida hacia la comunicación del artista con su entorno. En la obra, apuntó, “más que a participar de innovaciones formales, sus mensajes estaban dirigidos a interactuar e invitar al cambio social, no a hacer gala de estilo o de malabarismos lúdicos con la palabra”.

De Pulso y onda refirió que  “la exposición de la angustia del ser humano ante el desamparo, ya esperaba recibir una respuesta del lector” y de La tierra herida subrayó la denuncia ardiente de la injusticia sufrida por los campesinos.
Objeto de lecturas erróneas y subjetivas, Navarro Luna no tuvo todo el reconocimiento como vanguardista y como uno de los primeros exponentes de la poesía social moderna cubana, mientras fue visto casi siempre solo como autor de una obra patriótica, política y civil. “Pero  Navarro Luna es todo: lo uno y lo otro”, aseguró Pa­drón, y  reconoció su arte, como po­cos, de entre la vanguardia estética y política.

Nuevas miradas merece la obra de un hombre que supo llevar a sus creaciones las esencias más sinceras de su pueblo. El libro apuesta por ello. Abrirlo y hallar al poeta será un ejercicio placentero. Cerrar este trabajo con estos versos altruistas es solo un adelanto:

Hijo mío: / sé tú de los  primeros / en echar a guerrear tu pecho para que la tierra se /  levante; / (…) sé tú de los primeros en morir para que nazca el / hombre…!

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