Lo que en un inicio pareció una agrupación coyuntural para ilustrar desde la práctica el filón abierto por su libro Ritmos de Cuba —al fin ha encontrado editor en casa mediante el compromiso del Museo Nacional de la Música—, se ha convertido en un hecho consumado: La Academia, de Ruy López Nussa, ha conquistado, con su permanencia a lo largo de un quinquenio, una posición de vanguardia en el panorama jazzístico nacional.
En ese plazo el notable percusionista y profesor concertó talentos y voluntades de músicos cuyo interés supremo es perfilar un sonido propio que refleja las esencias del diálogo de los géneros históricamente establecidos en la Isla con el jazz, sin que por ello dejen de incursionar ocasionalmente en otras parcelas del continente.
Aunque una vez al mes se presentan en la Casa del Alba Cultural, el concierto ofrecido en la sala teatro del Museo Nacional de Bellas Artes fue una especie de acto de confirmación de una línea que tiene antecedentes en el trabajo del Afrocuba de Oriente López , Fernando y José Carlos Acosta y Chembo Febles —el punto de enlace pasa por el trompetista Roberto García—; y guarda cierto parentesco con una zona del Otra Visión de Orlando Valle (Maraca).
A la cita acudieron notables invitados de la familia: Ernán López Nussa con una sorprendente versión de El carbonero, y Harold López Nussa, con una de sus piezas más sólidas, La jungla. Y luego otro pianista, Alejandro Falcón, en un momento que recordó el trabajo de la Academia con el jamaicano Everton Pablo Paul y el legado de Bob Marley, y una de las alumnas de Ruy, Margarita, sostén desde el cajón de una exultante partitura del brasileño Egberto Gismonti.
Pero si hubiera que definir el sello de La Academia, bastaría con trazar un arco entre sus creaciones originales a partir del sustrato folclórico —Ruy Tui, donde Ruy López Nussa reinventa el toque del Tui Tui de Oyá, de la liturgia yoruba asimilada entre nosotros; y Enlloró, de Roberto García, que si bien refiere al ceremonial luctuoso abakuá, apunta hacia un canto vital— y las versiones, o más bien descargas, derivadas de temas antológicos como El bodeguero, de Richard Egües, y El cumbanchero, de Rafael Hernández. Y ese sello tendría un nombre: diversión. Porque La Academia transmite en cada una de sus ejecuciones ese estado de ánimo.
Cada uno de los integrantes de la banda es un eslabón clave en el equipo. Sin embargo, debo hacer una mención muy especial: Octavio Rodríguez, un percusionista todoterreno que complementa la maestría de Ruy López Nussa en el tejido rítmico de la agrupación.












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