
Dentro de la variedad temática y genérica de la programación televisual veraniega —esfuerzo, sin lugar a dudas, encomiable, y que en un próximo comentario abordaremos, con puntos a favor en cuanto a películas y deportes y determinados atisbos en dramatizados y musicales—, advertimos la intención de propiciar espacios que involucraran al público adulto en calidad de coprotagonista.
No debemos olvidar que los programas de participación tienen una historia tan larga como la de la propia televisión, con momentos virtuosos y nefastos. Conviene recordar entre estos últimos aquellos espectáculos en los que se ponía en entredicho la dignidad humana, el padre de familia necesitado de escalar a lo más alto del palo ensebado para obtener la magra recompensa de una marca de detergente, o la novia que lo cifraba todo al azar de convertirse en reina por un día.
En décadas recientes la competición sana se impuso para probar talentos en los recordados 9550 (abierto al conocimiento), Todo el mundo canta (a la interpretación musical) y Para bailar (al baile de pareja). A los efectos de lo que expondré más adelante, también conviene puntualizar cómo los citados concursos de canto y danza contribuyeron a revitalizar los valores de la música y el baile populares cubanos, en un contexto en el que mucha falta nos hacía.
Después, aunque ya no fue lo mismo, hubo similares intenciones en un segmento de Mi salsa, cuyas grabaciones, por cierto, son consideradas de culto entre los especialistas y amantes de la salsa más allá de nuestras fronteras; y en un certamen que intentó insuflar aliento a las ruedas de casino.
Tampoco debemos olvidar que el público participa cuando propone temas o desbanca al exigente panel de Escriba y lea —un programa que no envejece— o es seleccionado o comparte las inquietudes de la dinámica de El selecto club de la neurona intranquila y su liga juvenil.
Ahora en el verano cumplió un ciclo Revelación TV. ¿Volvía por sus fueros Todo el mundo canta? No tendría sentido y desde la concepción hasta la realización se notaba una intención diferente, aun cuando a la postre se apostara por “descubrir” nuevos valores en la interpretación.
Mucho menos sentido tuvo, sin embargo, el método para alcanzar la meta. Se respiró el tufillo de experiencias foráneas como la española Operación Triunfo y la Voz Kids. Mezclar profesionales con aficionados, candidatos apadrinados (vaya cosa la del anglicismo coaches) y no apadrinados, música en vivo con bandas pregrabadas, arreglos para la ocasión y otros sacados de no se sabe dónde, no solo complicó excesivamente el programa, sino le dio un viso de incoherencia. Música cubana, sí, pero a costa de qué.
Vimos en aprietos a las figuras tutelares invitadas, todas muy respetables y calificadas, para ejercer de guías y jueces. Se les observó esquivos y ambiguos en las evaluaciones, máxime cuando de por medio el público en el estudio y fuera de este otorgaba puntuaciones que no siempre se correspondían con lo escuchado.
La puesta en pantalla denotó apresuramiento e improvisación, desde las incongruencias en el diseño visual hasta el inocuo derroche verbal de las presentaciones.
Antes de llevar a término un proyecto como este, habría que pensar en cómo la televisión —y el Instituto Cubano de la Música y su sistema de empresas— puede coadyuvar a la promoción de los mejores talentos territoriales sin necesidad de forzar una competencia. Y habría que preguntarse si no es también más apropiado potenciar el menguado movimiento de aficionados antes de inventar estrellas.
DECIDA USTED REDIVIVO
Otro proyecto de participación emergió este verano: Sácame del apuro. La idea no es original. En Brasil, Rede Globo desde hace muchísimos años mantiene en el aire Decida usted con un formato demasiado parecido. Algunos recordarán que aquí se transmitieron algunas entregas en una experiencia fallida. Sobre todo fue lamentable aquel episodio en que el público debía decidir si reivindicaba o no a un criminal nazi.
Sácame del apuro tuvo a su favor la referencia a la realidad cotidiana en nuestro país. Pero solo eso. Cada historia pudo ser en manos de guionistas de sólido oficio y larga visión base de partida para un teledrama o punto de giro en una telenovela. Mas no fue así: al presentar situaciones conflictivas, sin un desarrollo dramatúrgico consecuente y a veces desprovistas de argumentos circunstanciales y factores contextuales, la propuesta sobre la cual debían juzgar el público en el estudio y los televidentes devino esquemática.
Ni la lúcida pero no determinante contribución de un experto salvó el programa de la rigidez implícita en una ecuación maniquea y, por momentos manipulada por la conducción del telespectáculo: cara o cruz, todo o nada. Sabemos que en última instancia, ante difíciles coyunturas, debemos elegir, Pero no a la manera de Sácame del apuro.
No puedo cerrar estas líneas sin lanzar una interrogante a los directivos de la TV Cubana: ¿qué tienen que ver Revelación TV y Sácame del apuro con la televisión educativa?












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29 de agosto de 2014
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