Justo en el año en que celebramos el centenario de Onelio Jorge Cardoso, cumplidos el pasado domingo 11, el grupo Teatro Escambray (GTE) continúa la aproximación a la narrativa del gran escritor cubano. Tan vieja es dicha saga que se confunde con los inicios mismos de la emblemática agrupación cubana hace 45 años. Abierta por Elio Martín con el célebre montaje de Los cuentos de Onelio, persiguió siempre la raigal sintonía del cosmos oneliano con el espectador buscado por el GTE en un medio alejado de la ciudad y del arte teatral.
El público, típicamente campesino antes, y ahora más heterogéneo, guarda, sin embargo, una relación permanente con Onelio en la medida en que este captó esencias universales y cubanas en sus relatos.
Estuve en el preestreno de Los pintores allá por diciembre de 2011 en La Macagua, el campamento del Escambray, y no había vuelto a reencontrarme con el espectáculo, eje de una intensa explotación por parte del núcleo conformado por Teresa Denisse Fundora y Maikel Valdés, parte de esa juventud que es nuevo rostro del colectivo, cuyo liderazgo mantiene el dramaturgo Rafael González. Los pintores ha sido su caballo de batalla en Manicaragua y sus cercanías, en eventos de todo tipo y en el largo periodo de trabajo en Venezuela.
Maikel, responsable de la puesta y de la dirección artística, y Teresa, ambos como actores, recolocan la fábula de Los tres pichones en el mundillo de la pintura: lo mismo un caballete de paisajista como retablo, que brochas de experto como “cuerpos” de los títeres. Mientras, los titiriteros visten con sus overoles de trabajo y en el “ensueño” de su nuevo espacio-tiempo, una lata de pintura será el pájaro carpintero y el barco vendrá como colorida paleta de retratista.
Imaginativo y coherente el diseño escénico y visual. Musical el entorno con sus bailes incluidos. Continuo el movimiento y salpicado de humor. Actriz y actor desbordantes de energía, plenamente activos, y con singular gracia Teresa Denisse.
La historia menos rectilínea que en el extraordinario cuento de Onelio. Se desdibuja algo en ocasiones ante la concepción escénica. Mas Pepe, Pipo, Pupito, estos tres pichones embarrados de pintura, salen igual a conocer el mundo y a hacerse marineros ante los ojos espantados de la familia y algunos de sus vecinos. Y los niños disfrutan la aventura que, quizás, ya anida en el alma de algunos de ellos.
Los teatristas se convierten en émulos de Juan Candela. Como el encantador de serpientes y de cabezas con imaginación, como el contador popular por excelencia, creado por Onelio Jorge Cardoso, salen los actores a despertar del letargo a la conciencia y a los sueños.
También lo han hecho estos pintores, que no son los títeres en sí, sino los personajes ante el caballete, la paleta, las latas o las brochas de su oficio. Aunque quién sabe si, en el futuro, estos pichones con sus pintas de colores, abandonen el barco y se conviertan en pintores.
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