ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Tarde en la siesta. Foto: Nancy Reyes

Las últimas presentaciones del Ballet Nacional de Cuba (BNC) en la sala Avellaneda, del Teatro Nacional, han acercado a la escena piezas que aportan una alta dosis de nostalgia. Sí, de otros tiempos, que ponen a bailar la memoria para entablar un diálogo en el que fluyen otras caras que se confunden con las del presente. Es, no hay duda, la larga historia de una compañía que enfrenta el hoy de la mano del ayer como vasos comunicantes de una Escuela que sigue a pesar de todo.

Sucedió en las más recientes presentaciones que estuvieron dedicadas al aniversario 50 de la EGREM (sábado) y a los dos siglos del nacimiento de Gertrudis Gómez de Avellaneda (domingo). La primera, comentada aquí, fue un fértil terreno donde se pudo apreciar la cantera de bailarines con que cuenta el BNC.

Tarde en la siesta, ese clásico de Alberto Méndez, diríamos el “grand pas de quatre” desbordante de cubanía, que cobró vida en el nombre y el quehacer escénico de las bailarinas: Amaya Rodríguez, la impresionante novel Gabriela Mesa, así como la siempre agradable presencia de Mónica Gómez y Adarys Linares.

Otro título desempolvado fue Flora, estrenado hacia 1978 durante el 6to. Festival Internacional de Ballet de La Habana. En poco más de 30 minutos, son visibles las relaciones dinámicas entre figuras y espacio, en donde se logra interpretar un concepto con un coherente estilo, todo ello de la mano de Sergio Vitier, quien compuso la música para esta creación coreográfica. Otra vez lo cubano desbordó la escena en Flora, desde la que se desprenden variadas características: sensualidad, belleza, elegancia y cadencioso ritmo que porta en si la mujer de esta Isla.

Esas cualidades bailan sobre las tablas en cada Flora donde se representa un color y un atributo específico que se mueve al compás del ritmo. Ivis Díaz, con distinción interpretó la de tonalidades violeta con sombrero; Manu Navarro, primera bailarina del Ballet Nacional de Panamá, creciéndose ante cada nueva salida tocó la azul/abanico; Mónica Gómez con su ágil manera de danzar fue la verde/máscara, Estheysis Menéndez aportó expresividad a la amarilla/sombrilla, Verónica Corveas muy rítmica en la naranja/copa, Lissi Báez espléndida en la roja/manos y Ginett Moncho convenció como la Flora blanca. Ellas armaron, con sus diferentes maneras de bailar, las certeras palabras del movimiento en cada personaje.

La noche se completó con la singular obra A la luz de tus canciones, de Alicia Alonso, coreógrafa, y diseños de Reymena que el pasado año rindió tributo al centenario de Esther Borja.

Cerró bien la jornada con Impromtu Lecuona, también de la Alonso coreógrafa sobre versiones orquestales de las obras La comparsa y Malagueña. Más allá del baile, se puso nuevamente de manifiesto la relación nutricia entre las artes: danza, plástica, y música, un fenómeno abarcador de expresiones de la cultura como la plasticidad del baile, algo que ocurre en nuestro escenario cubano desde lejanos tiempos y que se remarcó con fuerza en estas funciones.

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