En las últimas temporadas no ha sido frecuente en la cartelera madrileña la presencia de un autor esencial en el repertorio y la concepción teatral del siglo XX como Bertolt Brecht. Para la escena cubana también ha resultado decisiva la influencia del dramaturgo alemán.
Teatro Estudio se forjó ensayando El alma buena de Se- Chuan —la obra que puede verse hasta el 16 de marzo en las Naves del Teatro Español en el Matadero—, y el fundador de nuestra escena contemporánea, Vicente Revuelta, trabajó también con esmero en Galileo Galilei y Madre Coraje y sus hijos.
Vladimir Cruz —uno de los actores cubanos más conocidos internacionalmente desde el estreno de la ya clásica película Fresa y chocolate— ha llevado a las tablas este título primoroso. Brecht junta con peculiar eficacia y sabiduría el cuestionamiento del término bondad y las fuerzas sociales que hacen posible o convierten en una entelequia la idea misma de ser bueno y generoso.
Cruz logra un espectáculo agradable e inteligente. El rico diseño de luces de Paco Ariza y Jesús Prieto resulta un importante aliado para que no se haga demasiado grande el escenario ante una puesta en escena sobria; con pocos y expresivos objetos sobre las tablas y un elenco reducido que asume el amplio reparto del original.
Otro logro de la puesta en escena es el respeto al texto brechtiano y la forma sutil y nada panfletaria con que se busca el diálogo con las circunstancias del espectador español. Hasta las singulares canciones, difíciles de interpretar, están presentes sin pretensiones de virtuosismo musical, aunque sí con fuerza y ligereza.
Asistí a una de las primeras funciones de esta temporada y tengo la certeza de que es en el ritmo, la fluidez de las transiciones y en un mejor equilibrio entre el poderoso texto y las límpidas acciones físicas donde puede vaticinarse el crecimiento del espectáculo. En lo visto se localizan todavía puntos muertos y soluciones de continuidad rudas o inmaduras.
En el decisivo aspecto de las interpretaciones, El alma buena de Se- chuan es un reto peculiarmente complejo para la protagonista. El doble rol de la muchacha vulnerable y el del rudo primo que ella misma se construye está a cargo de la joven actriz Raquel Ramos. Lleva adelante con gracia y eficacia su trabajo. Por momentos me conmovió más la máscara pragmática del primo Shui Tá. En la elaboración de su Shen Té se echa de menos la búsqueda de matices para ofrecer la dulzura y el idealismo de esta mujer singular y con alta carga simbólica.
Sobresale en el resto del elenco el formidable decir, la mesura y el encanto en la caracterización de la cubana Dayana Contreras en el personaje de la Anciana. En el otro rol que interpreta ratifica su talento pero la pauta de dirección resulta un tanto excesiva por común.
En cuanto a dos decisivos personajes como el Aguador (Rafael Ramos de Castro) y el Aviador (Juan Pablo Shuk), los intérpretes llevan adelante con vigor y certera naturalidad sus personajes en el intercambio de diálogos y circunstancias más realistas, pero les falta matizar su desempeño con otros momentos en los que el texto y la situación piden más poesía y trascendencia. El Aguador debe ser más convincente y extra cotidiano en el precioso monólogo que abre la obra, mientras que el Aviador podría transmitir más en-canto en la escena inicial con la protagonista.
Con todo y los señalamientos, aplaudo que El alma buena de Se- Chuan se esté viendo en Madrid. Espero que en los próximos meses se presente ante el espectador cubano. Saludo el crecimiento como director de escena del muy querido y admirado entre nosotros Vladimir Cruz.












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