
Con total precisión se dio el pasado martes 14 de enero la noticia: Juan Gelman, el poeta argentino nacido en 1930, descendiente de judíos ucranianos, falleció a los 83 años de edad, en la Ciudad de México, nación donde vivía hacía ya dos décadas y que fuera la última escala del largo exilio al que lo obligó la persecución de la dictadura argentina.
"Murió tranquilo, en su casa, rodeado de su familia, de una enfermedad llamada síndrome de mielodisplasia", a las 4:30 de la tarde. Los funerales serían al día siguiente y aseguraron sus allegados que no habría ningún acto oficial. Gelman había estado hospitalizado últimamente.
También aludieron las agencias de prensa a la sarta de reconocimientos que mereció el bardo en su ardua vida, entre ellos, el Premio Nacional de Poesía en Argentina (1997); el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 2005, y el Premio Cervantes en 2007. A su muerte, la Presidencia de la nación argentina decretó tres días de duelo nacional.
No dejan de mencionarse algunos de sus más representativos poemarios, mientras que en otras notas aparecen citas irrefutables de esta personalidad política y justiciera, cuya vida estuvo hondamente martirizada por la desaparición de su hijo Marcelo Ariel —también poeta— y su nuera, embarazada de ocho meses, quienes integran la horrenda cifra de 30 mil argentinos desaparecidos durante la dictadura militar que vivió la nación sureña desde 1976 hasta 1983.
Referencias de su vida y obra pueden hallarse en muchos libros y en sitios de Internet donde minuciosamente se detallan fechas y hechos que vertebran su bregar —así con toda la significación del término: luchar, reñir, forcejear, ajetrearse, agitarse, trabajar afanosamente— por el mundo. Pero lo que Gelman nos deja como divisa, y en el corazón, cuesta mucho convertirlo en palabras.
Poeta hasta la médula, cantor de las causas nobles, enérgico en la denuncia, indignado ante la injusticia que tanto vieron sus ojos, concibió una obra donde la más llana cotidianidad cobró altísimos valores poéticos y en la que afloraron en primera fila los niños, el exilio y el amor.
Su condición de intelectual comprometido —que es en estos tiempos ser consecuente consigo mismo, si es uno mismo un hombre de bien— cifró su empeño en levantar la voz en defensa de los pobres del mundo y entendió la poesía como frente de resistencia ante un presente cada vez más hostil y deshumanizante "porque todo lo que pasa no está fuera de lo humano".
Violín y otras cuestiones reza como el primero de sus cuadernos, publicado en 1956, por iniciativa del grupo literario El Pan Duro, del que fue uno de sus fundadores. Conformado por jóvenes militantes comunistas, la tropa marchaba en pos de una poética revolucionaria y popular, vinculada a la acción política, y defendían que, como el pan y el fusil, la poesía era un artículo de primera necesidad, por lo que se propusieron convertirla en arma de lucha. Gelman descolló entre ellos por la calidad de un lirismo en el que sostuvo su posición radical como actitud de imperiosa libertad.
Este fervor de concebir la poesía como esencia y escudo ya no abandonaría al vate genial, que sabía leer a los tres años, a los ocho escribía poemas de amor y a los once había publicado la primera de sus composiciones. Como arma la usó en las acusaciones contra el régimen dictatorial argentino para denunciar la espeluznante realidad de los desaparecidos que impíamente lo desprendió de sus hijos y de su nieta Macarena, quien nacería sin saberlo el abuelo y a quien encontró en su pertinaz búsqueda en el año 2000.
En encendidas y sordas palabras se dirigió a su "retoño", a quien amó en la incertidumbre esperanzadamente: "Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste... Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar".
Tras un lapso de siete años sin publicar vuelve a la carga y ven la luz a partir de 1980, entre otros, los libros Hechos y relaciones (1980); Citas y comentarios (1982); Hacia el Sur (1982); Bajo la lluvia ajena (1983); La junta luz (1985); Eso (1986); Interrupciones-I e Interrupciones-II (1988); Anunciaciones (1988) y Carta a mi madre (1989). Más de una decena de libros vendrán desde los 90 y hasta la primera década del siglo actual.
Desgarradora como pocas, la voz lírica de Gelman se alza para asumir una entereza latinoamericana que encarna el dolor, la conmoción emocional, el horrible rostro de la bárbara dictadura que tuvo eco en otras naciones de la región. Pero también desde sus acordes se escucha la fuerte resonancia de la resistencia de nuestros pueblos.
"Te voy a matar / derrota./ nunca me faltará un rostro amado para matarte otra vez". Tal vez sea esta la mejor manera de citar su eterna osadía para dejarle a él las palabras. Para que mate también este silencio que nos invade al saberlo muerto, aunque nos quedemos con sus versos inextinguibles.
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