ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Las inundaciones no han tenido precedentes en esta zona. Foto: Ibrahim Sánchez Carrillo

Karelia González Cadrello es una trabajadora social de 33 años que reside en Cauto del Paso, comunidad perteneciente al municipio de Río Cauto. Su vida, dedicada al servicio de la comunidad Los Cayos, se vio irrevocablemente marcada cuando la amenaza del huracán Melissa transformó su rol de ayudar al de evacuada.
Su testimonio encapsula la triple vivencia de ser organizadora, víctima y madre durante una de las pruebas más duras para su pueblo, una prueba que aún no termina.

EL LLAMADO A LA ACCIÓN

Karelia no pudo llevar casi nada material, pero salvó su vida y la de sus hijas. Foto: Yanelkys Llera Céspedes


Para Karelia, la fecha del sábado 25 de octubre de 2025 quedó grabada en su memoria. Cuando se activó la fase de alarma ciclónica ante la proximidad del huracán Melissa, el mecanismo de Defensa Civil se puso en marcha de inmediato: «enseguida el Consejo Popular se activó, todo el mundo». Ella, con su formación de trabajadora social, se convirtió en una pieza fundamental en la operación de salvamento.
Su misión la llevó a cabo en la zona de Tasajera, donde participó activamente en el traslado de los vecinos. Asumió la responsabilidad de un grupo de personas y reportaba al puesto de mando, un centro neurálgico donde «se anotaban detalles de todo».
La escena que encontró fue desgarradora: «ver la situación en que se encontraban todas las personas con sus maletines, sus cajas, lo poco que pudieron salvar, no es fácil. Fue una situación bastante impresionante, pero más impactante, era ver ese camino y la gente desesperada, loca por salir».

LA EVACUACIÓN
La operación dependió de tractores con carretas para mover a la población. Al día siguiente, la evacuación continuó y, junto a sus dos hijas, fue trasladada al refugio establecido en Miradero. Desde allí, las guaguas las llevarían hasta la escuela pedagógica Rubén Bravo Álvarez, de Bayamo.
En medio del caos, con solo segundos para decidir, Karelia empacó lo imprescindible en un bolso, una lista que refleja el pragmatismo de una madre en tiempos de crisis: «cepillo, pasta dental, jabón, desodorante y peines; al menos dos sábanas, una para poner en el colchón y otra para taparnos y solo cinco mudas de ropa que tomaron cada una de las niñas. Ya no había chance para salvar otra cosa», apunta.
«A nosotros nos sacan con anticipación por el peligro que representaba la presa Cauto del Paso, por eso no preservamos tantos bienes, tampoco imaginamos que las inundaciones llegarían a esos extremos», añade.

LA PÉRDIDA
La separación de su familia fue el golpe más doloroso. Su madre se quedó atrás, y aunque luego Karelia supo que estaba a salvo en Grito de Yara, la angustia pronto se mezcló con la noticia devastadora sobre su hogar: «Dicen que la casa de mi mamá fue una de las primeras que se llevó el agua. No sabemos qué ha quedado en pie».
La incertidumbre se convierte en pesadilla. El miedo no solo es por lo vivido, sino por lo que encontrarán al regresar.
«Yo tengo hasta miedo», confiesa. Su mente no puede evitar imaginar lo impactante que va a ser cuando uno llegue... «El temor, si la casa incluso sigue en pie, a que nos caiga encima por tanta humedad porque ya los suelos están saturados».
Esta zozobra emocional –el saber que el suelo mismo está comprometido– añade una capa más de ansiedad a su pesada carga.
A pesar del miedo y la pérdida inminente, el espíritu de Karelia busca aferrarse a la vida. Sus hijas, mostrando una resiliencia que conmueve, acomodan algunas cositas en la mochila mientras su madre agrega: «pero bueno, estamos vivos».
Al final de su relato, su voz se carga de una emoción profunda. Incluso frente a la probable pérdida de su hogar, su agradecimiento por la vida se mantiene. Es el reconocimiento de quien vivió la movilización desde dentro: «Gracias a la Revolución estamos vivos, de verdad que sí. Agradezco todo lo que están haciendo».
La historia de Karelia González Cadrello es un testimonio crudo de la capacidad humana para enfrentar la adversidad, incluso cuando esta no ha terminado. A sus 33 años, esta trabajadora social vive el desasosiego de la espera, suspendida entre el alivio por estar viva y el aterrador presagio de regresar y encontrar escombros. Las cicatrices de este desastre, para Karelia, son profundas, y el camino hacia la reconstrucción, tanto de las casas como de la seguridad interior, recién comienza.

TRES DÍAS BAJO LAS ESTRELLAS

Este joven no se deja vencer por la adversidad, está decidido a comenzar otra vez. Foto: Yanelkys Llera Céspedes


Con 18 años, Leosvanis Reyes Ruiz es un usufructuario vinculado a la tierra que entrega su producción lechera a la Cooperativa Los Silva, en Río Cauto, Granma. Nadie como él comprende la naturaleza dual del río homónimo: es su fuente de vida y, al mismo tiempo, una amenaza permanente.
De los lugareños más experimentados había oído las historias del ciclón Flora, de cuando el agua llegó a niveles que las nuevas generaciones no podían ni imaginar, pero nada lo preparó para la furia del huracán Melissa que a fines de octubre azotó el oriente cubano.
Cuando el río Cauto comenzó a tragarse la llanura, la realidad se redujo a un punto en el mapa: la azotea de una bodega de alimentos en la zona de Los Cayos. Allí, José, Giovanni y su amigo Joel, junto a «más gente», se refugiaron.
Pensaron que sería cuestión de horas, pero el agua no dejó de subir. Tres días y tres noches arriba de esa tienda, bajo el azote del agua, el frío, los mosquitos, el hambre y el dolor de ver tanto animal perdido.
No tenían nada que comer; bajar era imposible, una sentencia de muerte. Mientras, el río se llevaba todo a su paso.
«Un caballo mío se lo llevó la corriente y una pila de vacas nuestras, fueron arrastradas por la corriente. Quedaron bien pocas», susurra, sabiendo que incluso las que sobrevivieron probablemente morirán después, porque el agua tapaba la hierba y, sin pasto, qué iban a comer.
En la mente del joven Leosvanis la esperanza se desvanecía. «Nosotros ya no sabíamos qué hacer... Yo pensé que no nos íbamos a salvar». Se abrazó a su amigo Joel, compartiendo el miedo y el frío, mirando al cielo vacío, hasta que el sonido de un rumor lejano les devolvió la esperanza: los helicópteros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
El rescate fue un momento de puro terror y asombro. El helicóptero se acercó, encontrando un «pedacito seco» donde poder descender. «Nos levantamos y nos montamos», recuerda Giovanni.
«Nada más trepamos, cerramos los ojos y nos abrazamos. En la vida había montado en algo así».
Posteriormente fue llevado a un centro de evacuación. Allí encontró a su tía y a su hermano menor.
«Ahora lo que resta es meterle el pecho a esto», dice Leosvanis con una determinación que impresiona. «Vaya, con dos o tres vacas que nos hayan quedado, ya nosotros seguimos luchando», manifiesta.
El huracán Melissa marcó un antes y un después en la vida de Leosvanis. Se llevó caballos, vacas, probablemente su conuco y su normalidad, pero no pudo llevarse la voluntad de este joven ganadero que, después de tres días bajo el techo del mundo, sobrevivió para contar su historia y, con determinación, «volver a vencer».

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