Vega del Jobo, Guantánamo.–El puente se levantó sobre el río Jojo en el año 1986, pensando en que fuera más bien un paso a nivel, pero terminó por no ser ni una cosa ni la otra. Es demasiado bajo como para resultar un puente con todas las de la ley, y muy alto para lo otro, además de que posee canales para que el agua corra por debajo.
Desde hace tiempo que está así, imposibilitado para el movimiento de vehículos, tras casi 40 años enfrentándose a las fuerzas de las crecidas.
El problema como tal nunca ha sido la fuerza del agua, o no ella per se, sino lo que arrastra. Con las crecidas baja mucho, troncos y gajos en lo fundamental, que se acumulan por el lado de la estructura que da contra la corriente.
Los golpes de los gajos tampoco han maltratado al puente por sí solos. El daño ha sido mediante las combinaciones terribles que perfectamente sabe preparar la montaña, porque los gajos tupen los canales de los bajos del puente, el agua a presión impacta contra el parapeto de gajos y el puente tiembla, en su pugna con la naturaleza.
Durante su embate sobre el puente, el agua busca vías alternativas para poder seguir. Así es como el río se ha llevado, en estos casi 40 años, ambas cabezas de la estructura, para escaparse con su tropel por las márgenes.
En las márgenes están las casas. Dice el delegado que en los últimos tiempos las crecidas se han llevado seis viviendas. El suelo de una de ellas cedió por estos días, justo después del huracán Oscar, aunque por suerte ya la familia se había evacuado en otra parte. Hay al menos otras cuatro estructuras de este lado del río que están en la implacable lista de la furia del cauce.
Por orden, la próxima será la clínica estomatológica, una edificación de mampostería de dos pisos. Después le seguirá la casa de Boris, el Gordo, que es el herrero del pueblo y asegura que no se irá del lugar, que ahí se muere, a pesar de las múltiples advertencias de las autoridades, quienes ya le hicieron hasta firmar un papel, como para que quede constancia de que el Gordo se las arreglará con el río por su porfiada voluntad.
Luego le tocará a la bodega de Vega del Jobo, y quizá más tarde a la panadería.
Hay debates en la zona sobre qué hacer con el puente. Los del lado de acá, aseguran que hay que llenarlo de dinamita y reventarlo, para que el río no siga «tragándose» las casas, y construir un paso a nivel más bajo, que se adecue mejor a las furias de la naturaleza.
Los del lado de allá del puente responden que eso no se puede hacer, porque entonces ellos no tendrían, por mucho tiempo, forma de venir hasta acá sin lanzarse al río Jojo. Aquí está casi todo, desde la bodega con el pan de cada día y los mandados del mes, hasta la doctora que hace un tiempo enviaron de Guantánamo, la cual se enamoró por acá y pronto será madre.
El puente es una suerte de incógnita de lo provisional. Corren los días finales de octubre de 2024 y el río está bravo. Para acceder desde el otro lado hay que dar pasos de equilibrista sobre un tronco de almendro que los hombres colocaron. Del lado de acá, hay que mojarse las rodillas con el agua a presión.
No sirve, pero sirve el puente. A largo plazo implica desastre, pero en el día a día significa la salvación cotidiana. Los del «lado de allá» saben que una estructura de esas no se repone en dos días, ni en tres, ni en cuatro… y temen que, en medio de las crisis, una vez dinamitado el puente, así, viejo y maltrecho como está, nunca más vuelva a levantarse más nada.
LA ECONOMÍA
Esta zona montañosa de Imías surte de café, cacao y cultivos varios en general al municipio. Aún así, el delegado, que también es campesino en ejercicio, insiste en que las producciones han bajado, sobre todo después del huracán Matthew, cuando las plantaciones de café quedaron harto afectadas y jamás volvieron a ser lo que eran.
Hay factores concretos, comenta el también Presidente del consejo popular. Menciona de primero el cambio climático, que retuerce los ritmos de lluvias y secas, y las hace a ambas más intensas e incontrolables, máxime en la zona de montaña, donde un derrisco se lleva toda una franja de sembrados en la ladera de cualquier loma. A eso se le suma la falta de fertilizantes.
Algo que también ha disminuido considerablemente en las últimas dos décadas es la cría de ganado mayor, pues las pocas reses que a ratos se dejan ver en el pueblo van en funciones de animales de fuerza, ya sea para arar o ensillados con mil trastes sobre el lomo, como si fueran mulos. Ello implica que la leche de los niños de aquí no se produce aquí, con posibilidades concretas para hacerlo.
Estos factores han influido en que mucha gente abandone la montaña –menos fuerza de trabajo– en busca de condiciones más cómodas para desarrollar la vida, porque la belleza del paisaje y el afecto al pedazo de tierra en que se nace y se crece, de pronto entran a competir con el ansia de mayor variedad de ofertas de empleo o la cercanía a un hospital.
Las carencias que se aprecian por estas lomas a veces no son muy distintas a las que pueden encontrarse en el corazón de La Habana.
Reina, de 67 años, fue por muchos años cocinera de la secundaria, hasta que se jubiló. Su esposo, maestro Makarenko de aquellos a los que nadie, ni por aquí ni por allá, se atreve a llamar de otra forma que no sea maestros, tiene 84. Entre ambos, la entrada de dinero a la casa no llega a los 4 000 pesos, una cifra que no alcanza ni en La Habana ni en Vega del Jobo, donde también muchas cosas se consiguen mediante mipymes.
La diferencia entre vivir aquí y en una capital, con esa entrada de efectivo, subyace en que la distancia le pone acento a todo, y las lomas con caminos peligrosos le agregan los tres puntos suspensivos.
EL PORTAL DE BORIS
Boris es famoso en el pueblo por resultar el Gordo más ligero del mundo, ya sea para bailar la música que le pongan o para jugar un partido de básquet. En el portal de su casa se dio una discusión interesante durante estos días de lluvia.
Resulta que el Javao, con sus 60 años encima, asegura que él no cocina para nadie, porque para eso está su esposa, y por algo él se lo pone todo. «Prefiero morirme de hambre antes que cocinar», se precia.
De inmediato, los presentes dan de lado a un pomo de ron y le saltan encima, porque: «¿Cómo es eso, Javao? ¿Tú estás loco? ¿En qué parte de la prehistoria te quedaste?».
El Enano dice que él no cree en esas guanajadas, porque cómo va a estar tirado en el sillón sin hacer nada, esperando a que su mujer, que también trabaja, llegue a hacer la comida.
–Javao, no seas animal, por lo menos ve pelando el platanito, embúllate a hacer una colada de café…
–Chico, yo creo que el problema está en el café, porque yo quedé medio traumatizado con eso. ¿Tú no sabes que a mí de niño me levantaban a las cuatro de la madrugada a hacerle la colada a la familia? Odio le cogí, y me dije que más nunca.
–Pero eso ya pasó, Javao, sigue haciéndote el bárbaro, que te van a mandar a dormir p’al patio.
Al día siguiente, estos hombres estarán metidos en una cañada, donde alivia el agua de las lomas, troceando voluntariamente los árboles que arderán en el inmenso horno de la panadería.
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