ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Pobladores de Vega del Jobo acompañan al liniero. Foto: Mario Ernesto Almeida

Vega del Jobo, Guantánamo.– Río arriba por esta margen, atravesando dos arroyos y subiendo y bajando por los cacahuales que crecen en las laderas de la montaña, puede llegarse a la «mini», como todos llaman a la microhidroeléctrica. Se trata de la más grande de las cinco instaladas en el municipio, de acuerdo con Raiyuri Rodríguez Acosta, representante en Imías de la Empresa de Fuentes Renovables de Energía.

Bajo la misma caseta está el grupo electrógeno que cada día debe surtir de electricidad al pueblo durante seis horas, a partir de las 7:00 p.m. Más para la cresta de las lomas, hay una represa pequeña, de la cual baja por gravedad el agua que mueve la «mini».

El grupo electrógeno está en perfecto estado; sin embargo, la microhidroeléctrica, que tendría que generar energía durante las horas diurnas, yace inhabilitada por las crecidas que tupieron los conductos.

Para repararla hay que esperar que deje de llover, porque la presión hídrica es demasiada y se hace peligroso, aunque cada tarde el Delegado pregunta a unos cuantos del pueblo si podrían subir al día siguiente con él, y acabar de limpiar todo. La gente dice que sí, pero la lluvia sigue.

El domingo 27 de octubre de 2024 no se sabe exactamente por qué la electricidad, al menos la del grupo electrógeno, no llega al pueblo. Las principales autoridades de la provincia estuvieron en la mañana y el Bola, de 29 años, que dirige la «mini», solo les pidió un liniero, alguien con más seguridad en cuestión de cables y corriente.

Lo esperarán el lunes, pero el liniero llegará en la tarde del martes, cruzará los dos arroyos, subirá y bajará por los caminos de los cacahuales, trepará varios postes y dictaminará que el problema subyace en uno de los transformadores, luego de esbozar una serie de argumentos que condensará en su repetida frase: «por ley de la vida».

Lo acompañarán por los trillos y las discusiones una docena de personas, entre ellas varios muchachos del pueblo, que separarán los pedazos de la larga escalera, la cruzarán contra su espalda e intentarán no resbalar en los empinados fanguizales. Los arroyos y el río no estarán relativamente mansos y claros como el domingo, sino amarillos, como la arcilla de aquí, y con fuerzas de amenaza.

Habrá preocupaciones sobre cómo mover el transformador de La Vega hasta donde la «mini» y el grupo electrógeno, pero el Bola disolverá los miedos con palabras tajantes: «El lío es que el transformador esté acá; después tú verás que resolvemos, que lo subimos amarrado a una vara entre tres o cuatro, porque aquí la gente tiene ganas de tener corriente».

Esperarán todo el miércoles el transformador, pero este llegará el jueves, cuando al fin retornará, después de casi dos semanas, la electricidad a las casas de Vega del Jobo, por lo menos unas horas al día, para ver televisor, cargar los celulares y enfriar el agua –al fin enfriar agua– y la comida. Habrá una tranquilidad inmensa.

Para el jueves ya habrá agua y electricidad por aquí, pero todavía corre el domingo 27. Ha pasado más de una semana sin nada de eso y los ánimos se tensan, se desconfía de cada palabra que se empeña. La situación se ha acentuado por el ciclón, pero no es nueva; hay quien lleva más de cinco años enviando cartas para todas partes.

Dice Samuel Hinojoza, director zonal de Educación, que se les ha estigmatizado por plantear lo que les afecta y que les han dicho chismosos, porque cuando los de abajo no resuelven, en Vega del Jobo no dudan en llamar a los de arriba. Este pueblo es revolucionario y comunista, me dirán, clavando los ojos, en más más de seis portales.

Ahora hay agua por todas partes, cae del cielo, viene revuelta y feroz por los arroyos y el río, y una microhidroeléctrica parecería, a todas luces, la solución definitiva al martirio de la carencia de electricidad para más de 300 viviendas. No obstante, el agua que normalmente almacena la represa no alcanza para tanto optimismo, explica Raiyuri.

De acuerdo con el Delegado, la principal lucha desde hace años es conectar el pueblo con el Sistema Eléctrico Nacional, cuyas líneas pasan apenas a 11 kilómetros.

Un par de semanas después aún seguirá lloviendo en Vega del Jobo, pero ya las gentes de aquí se habrán cansado de esperar, habrán subido a la represa con machetes y motosierras y, entre nubes y crecidas, se habrán garantizado, con sus propias manos, unas horas más de corriente.

LAS COSAS QUE NEBO NUNCA HARÍA

Dice Nebo que él ha sido de todo en esta vida: ha trabajado en la construcción, ha sido chofer de cualquier cosa y en cualquier parte de Cuba, pero hace unos años la suerte lo llevó a pasar un curso de paramédico y a convertirse en el ambulanciero del pueblo.

Lo de la ambulancia fue una alegría grande por estos lares. Cuentan todos aquí que la mandó personalmente el General de Ejército Raúl Castro y que, aunque hubo personas que no querían que el carro subiera y se quedara por acá, la guerra fue dura, y a todo el mundo se le decía enérgicamente lo mismo: «¡Eso lo mandó Raúl para que estuviese en la montaña!».

Y se logró. Recuerda el Delegado del pueblo que la gente se reunió y acomodó una suerte de garaje para aquel Waz soviético, que le salvaría la vida a mucha gente en lo adelante. Conectaba gran parte de los territorios montañosos y prestaba servicio en Explanada, en el Jobo y en donde hiciera falta; pero «dormía aquí», y eso resultaba una tranquilidad, porque en el campo los trastazos suelen ser más duros y los hospitales quedar demasiado lejos.

Pero Nebo se enfermó y pasó dos meses hospitalizado. Entonces la ambulancia fue a dormir a otra parte y, cuando volvió Nebo, dice que ya no era la suya, que le habían cambiado hasta la sonrisa.

Hay guerra en Vega del Jobo para que la ambulancia regrese como mismo salió; guerra y preocupaciones, porque hay cosas que en un hospital y a tiempo tienen remedio, pero que en un consultorio no se arreglan, y la vida de la gente es sagrada.

Desde entonces, como no puede trabajar en la ambulancia, Nebo fue recontratado como custodio en la escuela secundaria, y hace guardias cada 72 horas. En la sala de su casa, mientras se ríe por las cosas de la vida, asegura que él siempre se había jurado dos cosas, que no iba a ser ni custodio ni cocinero.

Sin embargo, la suerte a veces se escribe sola. Con lo de la cocina también tuvo que ceder, porque su esposa Xiomara debutó con una diabetes tremenda que le afectó la vista, y no puede poner los ojos cerca de la leña.

DOS «MILAGROS»

Nebo insiste en que aprendió a hacer de todo en esta vida, incluido desmochar palmas. Él solo fue aprendiendo, para no depender de nadie y porque los puercos del patio tienen que comer. Dice que aquel día ya iba por la mitad del tronco y no recuerda otra cosa que abrir los ojos en el suelo.

Según Nebo, que no cree en casi nada, el mismísimo diablo tuvo que haber ido a tumbarlo, porque hasta los arreos se quedaron en la mitad de la palma. Cuando fue a pararse, descubrió un dolor terrible en la cadera, pero ni el diablo pudo evitar que Nebo se trepara en la yegua, haciendo mil maromas con las matas, y que llegase a la casa solo para quedar tirado en el suelo.

El otro milagro es el de Nené. Tiene 52 años y hace tres pensaba que iba a «irse» sin dejar hijos sobre esta tierra. A Nené la gente aquí lo quiere mucho y lo respeta. Él mismo dice que también hace de todo y que lo suyo es ayudar, porque cuando se hace el mal, lo único que puedes estar esperando es que te «cacen» para devolvértelo.

Llegó a Vega del Jobo luego del huracán Matthew, cuando unos amigos le pidieron venir con su motosierra a despejar el desastre. Aquí se enamoró de Odaimis. Nené recuerda que antes de morir, su mamá le decía que esa mujer le daría un hijo, pero no había muchas esperanzas, porque Nené había estado «casado» casi desde la adolescencia, y nunca nada.

Después de fallecer la mamá de Nené, Odaimis tuvo unos dolores raros, como un empacho, y se enteró con cinco meses de embarazo que lo estaba. Hoy Chamela es la niña de los ojos de Nené, que es cacique de todas estas lomas, dicen aquí. Pero se vuelve el ser humano más dócil y feliz del mundo cuando ella abre los ojos y se ríe. «Esa niña fue un regalo que me mandó mi madrecita», confiesa casi delirante.

Durante los próximos tres días, las nubes y las crecidas tampoco nos dejarán llegar hasta Explanada de Duaba.

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