ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Una revolución puede ser malherida, muy maltratada, humillada, pero las aspiraciones de un pueblo son invencibles. Foto: Ricardo López Hevia

Eran los últimos días de 1998. En la salita de su apartamento del Vedado, bajo la atenta mirada de su compañera de vida y obra, Fina García Marruz, Cintio Vitier (1921–2009), poeta y ensayista, fervoroso martiano –convertido en los duros años 90 en un referente ético de la Revolución Cubana– me concedió una entrevista sobre su comprensión poética de la historia. He extraído el fragmento de aquella conversación que alude al significado de las revoluciones, y en especial de la cubana de 1959, en la cual «la poesía y la historia se fundieron» de manera absoluta.

–¿La justicia siempre será un horizonte inalcanzable?

–Lo importante es que siempre haya un horizonte. Eso es lo que el hombre necesita. Es verdad que puede resultar angustioso en determinadas épocas esa especie de tantalismo: algo que está ahí, pero que no se llega a tocar. Pero lo que sería terrible es carecer de horizonte, que era lo que nos pasaba a nosotros antes de la Revolución. Cuando se produjo su triunfo llegamos, incluso, a pensar que era el cumplimiento de ese horizonte. Hasta esa locura llegamos a pensar internamente, y lo dejamos traslucir alguna vez en poemas: que la Revolución pudiera ser el cumplimiento de Orígenes.

«Yo recibí una emoción tremenda en Poitiers, durante el Coloquio sobre Orígenes al que fui con Fina y con Abel Prieto, en 1978, cuando el crítico peruano Julio Ortega dijo allí que la Revolución cubana había triunfado, entre otras cosas, para que Orígenes tuviera razón. Secretamente teníamos la esperanza de que así fuera, pero nadie lo había afirmado de esa manera.

«Pienso que la historia, como los poemas, está hecha de una combinación de éxtasis y discurso. Esta idea está en la Poética, que yo escribí hace algunos años; allí digo, aludiendo a una frase muy inteligente de Valéry, quien dice que un poema no está hecho de cien instantes divinos de poesía, sino de un discurso que parte de un instante divino, porque hay un momento en el que el tiempo se suspende, que es el instante de poesía, pero ese instante hay que decirlo, y hay que decirlo en el tiempo, en un discurso. Pienso que eso le pasa también a la historia. Enero de 1959 fue el éxtasis de la historia, sin ánimo religioso, éxtasis en el sentido de suspensión del tiempo: pareció que se producía una visión, ya no una metáfora o una imagen, sino una visión de algo que se realiza y que parecía imposible. A lo que Orígenes se había adelantado en Cuba.

«Aunque ya venía andando desde Casal y desde Martí, quien dijo que lo imposible es posible, que los locos somos cuerdos. Pero lo cierto es que el imposible aquel de pronto se hace posible, cuando entra en La Habana un ejército de campesinos. Si eso no es poesía, yo no sé lo que es. Ahí sí que la poesía y la historia se fundieron absolutamente. Y el que vio eso –algo muy difícil de transmitir a los más jóvenes– nunca lo olvida. Un momento que ni Martí ni nadie pudo ver, ni Céspedes, ni Agramonte, ni Maceo, ni Gómez, ni Mella, ni Rubén, ni nadie. Nos lo regalaron a nosotros, ¡lo vimos! Fuimos testigos de esa visión en que la historia se puso del lado del bien de forma absoluta. Eso no puede olvidarse.

«Después viene la sucesión, y con ella los problemas del tiempo, de la época, los problemas ideológicos, los aciertos y los errores. Ese es el discurso, en el cual el poeta a veces falla y a veces acierta. El poeta, en este caso, para mí, es el proceso revolucionario. Pero sí creo que esa dirección cargada de valores positivos –lo que se estaba jugando era la poesía de la justicia, la poesía ética, la poesía de la ética y la ética de la poesía–, no obstante todos los descalabros, esa dirección hacia un horizonte, pienso yo, cada vez más prometedor, está vigente.

–¿Quiénes hacen la historia? ¿qué representan esas imágenes que encarnan hombres como José Martí?

–Lo decisivo, lo fundamental, está en las aspiraciones populares. Después surgen las inspiraciones personales, que no tendrían fuerza si no respondieran a esas aspiraciones que el pueblo, incluso, puede no conocer. Los pueblos tienen un alma. Y eso tiene tangencia con otro asunto que es el de la ontología, si existe o no un ser nacional. Yo he sido acusado de ontologista, porque dicen que he pretendido describir el ser nacional en mi libro Lo cubano en la poesía, lo cual no es cierto.

«Desde la primera lección lo aclaro: no voy a presentar el ser de lo cubano, sino los modos de ser del cubano sucesivamente manifestado en la historia. Sí creo que no debemos ser ontologistas, pero tampoco antiontologistas. Es mejor situarse en la contradicción entre esos dos términos. Porque el ser, como la identidad, no es algo que tú muestras y después guardas en una gaveta o consagras en un carné de identidad cultural. Como tampoco puedes renunciar a los momentos –como fue aquel de enero de 1959– en que el ser asoma. Sencillamente asoma, no se establece, pero asoma. Y es una compañía muy grata. Es algo que se siente, que no puede convertirse en dogma, en doctrina; y que lo siente el letrado y el iletrado. El pueblo se siente a sí mismo en la música, no en toda la música, la que llama popular, pero hay que contar con la música como expresión de lo cubano. Con la música y con la poesía.

«Entonces, ese pueblo tiene aspiraciones –tantas, que parecía no poder respirar, aspirar– y produjo hombres inspirados, produjo a sus héroes; no fue Martí el primero, la cosa empieza desde finales del siglo xviii, como tú sabes. En sus héroes, en sus músicos, pintores y poetas, el país se va manifestando; el río ha ido conformando un cauce y en él han surgido personalidades superiores, como la de Martí, la mayor de todas. Martí, quien es el autor intelectual, dijo Fidel, y nosotros podríamos añadir, y poético, de la Revolución Cubana.

Son dos cosas que no se riñen para nada. Es el hombre que encuentra el camino decisivo para la realización nacional y universal del país. No es un señor que se encierra en una oficina para diseñar cómo debe ser Cuba, que es como algunos groseramente lo interpretan, y ni se lo creen, pero lo dicen porque necesitan convertir en grotesco lo que es la gran devoción de este país. Esos hombres superiores –no puede negarse que existen hombres superiores– lo son en tanto voceros, en tanto Apóstoles, porque eso es lo que son los Apóstoles: voceros de una verdad que ellos no han inventado, que ellos no han creado, de la que ellos participan y, con mayores luces que los demás, predican y convencen. Si no se convence no se vence. Ese es el papel de esos hombres superiores.

–Los poemas tienen un final, ¿el éxtasis de una revolución que se desarrolla en el tiempo tiene un fin?

–Es infinito. Una de las condiciones de lo poético es que no termina nunca. La revista que estoy preparando se llama así: La isla infinita.

–Pero una revolución puede ser asesinada…

–Definitivamente, no creo en esa posibilidad. Puede ser malherida, muy maltratada, humillada, pero aunque parezcan palabras muy gastadas, sinceramente creo que las aspiraciones de un pueblo son invencibles. Lo más que puede ocurrir es que desaparezca ese pueblo.

–Sin embargo, el éxtasis de la Revolución de Octubre se manifestó en un discurso que parece haber finalizado.

–Bueno, en primer lugar, yo no sé si aquel éxtasis –salvando las distancias culturales, históricas, geográficas– tuvo las características del nuestro. Pero tampoco creo que la Revolución de Octubre esté muerta, en lo que significó de esperanza para la Humanidad. Lo que ocurrió es que no cumplió esa esperanza, no fue consecuente con esa esperanza que estuvo en los creadores y primeros dirigentes de esa Revolución. Hay que pensar que esa Revolución en el plano de la poesía, de la creación artística, novelística, cinematográfica, pictórica, fue una deslumbrante Edad de Oro, en un país que estaba en una fase decadente y repetitiva de una Edad Media que parecía no acabar nunca. Y de pronto entró en la Modernidad, no solo en la Justicia.

Pero el hombre es libre y es libre de cometer las peores atrocidades. No hay fatalismo posible en la conducta humana, no se puede programar. Lo que puede hacerse es estimularla, alimentarla, conducirla. Y fallaron resortes de dirigencia tan graves que dieron al traste con aquella esperanza. Es como si hubiese fracasado la Revolución francesa por no haber podido tomar La Bastilla. Son aspiraciones invencibles. Lo otro es anecdótico; parece que se acabó el mundo y nada, sigue el mundo. Ahora mismo se está produciendo una revisión de todo lo que allí pasó, un nuevo intento de reunificación mundial de la izquierda. Esa esperanza no ha muerto y nada la podría matar.

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.