ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Ilustración tomada de Sectorial.co

¿En qué mundo vivimos? Caracterizado por la incertidumbre y la aporía,  ¿cuánto y cómo afecta a nuestra Isla? ¿Podremos salir adelante en medio de una realidad global en crisis?

El mundo en que hoy vivimos es resultado de la crisis del capitalismo como sistema, en particular del neoliberalismo y la globalización, y por ello de la desglobalización, y ahora, además, de la pretendida regionalización de la globalización y la pretendida división del mundo en bloques.

También de la devaluación y la depreciación de las principales monedas de referencia mundial (el dólar de EE. UU. y el euro), profundizadas y aceleradas, primero, por la pandemia, después por la guerra en Ucrania, y sobre todo, por las desacertadas medidas promovidas por EE. UU., y secundadas por el llamado Occidente contra Rusia, lo que ha aumentado la incertidumbre y ha hecho más evidente la paradoja irresoluble contenida en la aporía.

Vivimos en un mundo en el que la pugna geopolítica y las crisis –expresión de los dolores del parto de un nuevo orden mundial que nace– han ralentizado y aun estancado la economía y, a la vez, disparado los precios, lo que nos viene anunciando que nos enfrentaremos nuevamente a la estanflación (del inglés stangflation, estancamiento más inflación), concepto que se pusiera de moda por allá por los años 70 y 80 del pasado siglo, y que nos dejó como legado el neoliberalismo y la globalización que nos acompañan.

Entonces, como ahora, nos habían impuesto, y nos han seguido imponiendo una política económica basada en continuas inyecciones de dinero Fiat (sin respaldo real) a la circulación, como estímulo a la demanda, tanto para resolver los desequilibrios entre oferta y demanda generados por el modelo, como también para paliar los efectos de la pandemia. No podía ser de otra manera, según los cánones del keynesianismo militar, para los gastos militares que supuestamente, al aumentar la demanda, benefician la economía, aunque sea necesario provocar una guerra.

Es este el mismo mundo que relega en el tiempo, una vez más, la adopción de medidas para detener el deterioro del ambiente, consecuencia del calentamiento global, pues las sanciones contra Rusia no solo encarecen los combustibles, lo que incide sobre el incremento de los precios en toda la cadena de suministros, sino que también prioriza el consumo de aquellos más contaminantes (que «casualmente» convierte a EE. UU. en suministrador preferente, y a Europa en consumidor dependiente de un suministro mucho más caro), por lo que aceleran el calentamiento.

También este es el mundo en el que se agrava la crisis alimentaria y se condena a la hambruna a sectores cada vez más amplios de la población mundial, en particular a los más desfavorecidos, pues al romperse la cadena de suministros –lo que incluye desde la producción y transportación de los alimentos mismos, hasta de los insumos para producirlos se encarecen y se hacen impagables para las mayorías. Se trata de que, por una parte, Ucrania, importante exportador de cereales, reduce su producción por los combates y por la posibilidad de transportarlos para su exportación, y Rusia no puede vender su trigo (Ucrania y Rusia producen cerca de un tercio de la producción mundial) ni sus fertilizantes por las sanciones de Occidente, que persiste en su objetivo de debilitar a Rusia a toda costa y a cualquier costo, utilizando a Ucrania para desarrollar su guerra por delegación.

Lo anterior es acompañado por la élite mundial que se reúne en el Foro de Davos, y queda reflejado en el discurso de Klaus Schwab, organizador del ente que con el nombre de Foro Económico mundial (el mismo que considera necesario un nuevo nivel de gobernanza mundial que mezcle lo público con lo privado): «Haremos todo lo que podamos en Davos para apoyar a Ucrania».

Un factor principal de la crisis alimentaria es el ya antes referido calentamiento global, pues las altas temperaturas han reducido las expectativas de producción de cereales, lo que convierte el cambio climático en un factor decisivamente influyente. Los datos disponibles permiten prever que las reservas actuales de trigo alcanzarían para unos dos meses y medio, y que la guerra en Ucrania, las irracionales sanciones, su efecto boomerang y la inflación, pueden provocar una crisis alimentaria global en los próximos meses, si no se toman las medidas para impedirlo.

El mundo en que vivimos es, también, un mundo expectante ante la posibilidad de nuevas catástrofes humanitarias como la de la COVID-19, que ha ocasionado más de 15 millones de muertes. Ya hay una nueva amenaza, la viruela del mono, y seguramente vendrán más. Pero, ¿podremos ponernos de acuerdo para evitar las crisis sanitarias cuando la mercantilización de la medicina y la obtención de ganancias por las multinacionales y transnacionales es más importante que la salud?

Debemos recordar que esa misma mercantilización hizo que se firmaran contratos secretos con las farmacéuticas transnacionales, que se perdieran millones de vacunas, cuando todavía una parte importante de la población mundial no ha sido vacunada.

Ninguna duda cabe de que, en este mundo en que hoy vivimos, será imposible crear los mecanismos de resiliencia necesarios para crear y mejorar sistemas de salud que no solo incluyan a los adinerados, sino también a todos los que habitamos el planeta.

Y si de la economía se trata, difícilmente podamos encontrar en la historia una economía más desequilibrada y en una situación peor que la actual. Bajos niveles de crecimiento que, además, se miden con una unidad de medida (dinero) variable, altísimos niveles de inflación (principalmente en los alimentos), de endeudamiento y de desigualdad, que hacen a los pobres cada vez más pobres, y al hambre cada vez mayor, mientras que al propio tiempo crece, casi a diario, el número de milmillonarios en el mundo.

¿Podemos salir adelante en este mundo en crisis? Definitivamente sí.

La respuesta es múltiple, e incluye al menos cuatro razones:

01. La Revolución triunfó en momentos en los cuales su principal enemigo, el Gobierno de EE. UU., dirigía entonces, sin ninguna duda, la primera potencia mundial, el país más poderoso de la tierra, el hegemón global, que hizo todo lo posible para aniquilar la Revolución, y someternos como país, pero no pudo lograrlo. Durante más de 60 años los sucesivos gobiernos continuaron tratando de destruir a Cuba y a la Revolución, conseguir un «cambio de régimen», y continúan sin conseguirlo.No puede obviarse aquí que, si al triunfo de la Revolución EE. UU. se encontraba en la cúspide de su poderío político, económico y militar, el imperio de hoy es una potencia declinante, ya no es el hegemón global, y eso hace que sean cada vez mayores las posibilidades de evitar y hasta de prescindir, aunque resulte más costoso, por la distancia, de las relaciones económicas con el vecino del norte.

02. Dada la difícil coyuntura alimentaria global, debemos priorizar todo lo relacionado con la producción de alimentos y, en general, aumentar la exigencia en todo lo que tiene que ver con el cumplimiento de los planes económicos, hasta «cambiar todo lo que tiene que ser cambiado».

03. Cuba tiene hoy posibilidades reales de relacionarse, en condiciones de igualdad y cooperación, con los nuevos polos geopolíticos emergentes. Debemos aprovechar al máximo esas oportunidades.

04. Si los problemas a los que nos enfrentamos son de índole política, económica, tecnológica, social y hasta ecológicos, debemos abordarlos con carácter sistémico, lo que supone, como se ha venido haciendo, y todavía más, incrementándolo, la participación cada vez más activa de los especialistas y académicos altamente calificados disponibles en nuestro país, en condiciones de aportar soluciones, de manera individual o en equipos.

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