Incluso desenmascarada la calumnia, mirar a los ojos a estos hombres y mujeres víctimas de la mentira, nos deja en el alma una furibunda sensación. La frase debió rebotar absurda entre las paredes del oído de quien la dijo por primera vez: «médicos cubanos promoviendo el terror en La Paz». Porque no se puede confundir amor con dolor, ni sanar con matar, ni humanismo con terrorismo.
De los cuatro colaboradores detenidos injustamente en Bolivia, Idalberto Delgado Baró, era el económico de la brigada, y fue casi el último en dejar aquel pequeño salón del aeropuerto internacional José Martí, donde fueron recibidos 207 internacionalistas de la salud provenientes de la nación andina el domingo 17 de noviembre. Sus palabras, entonces, eran presas del cansancio y de la emoción.
«Aquí, en la Patria, ¿cómo me voy a sentir, muchacho? Feliz. Ya el tiempo de la persecución se acabó, ya llegamos a Cuba», dice y relaja los hombros, como aliviado. «Nosotros estábamos cumpliendo un deber, y ellos lo tergiversaron todo; a tal extremo que hoy, en las redes sociales, soy un famoso terrorista».
Entonces relata cómo los detuvieron y qué cara tenía Bolivia antes de regresar. Tiene, al hablar, el semblante recio, y la frente responde tensa a cada pregunta. «No sentí miedo. Sentí preocupación por la vida de los otros tres compañeros, y en especial por Amparito, que se portó como una Mariana Grajales».
Amparo García Buchaca, especialista en Electromedicina y colaboradora de la misión en Bolivia, nos miraba a los periodistas con los ojos muy abiertos y encharcados. A pesar de haber sufrido la peor semana de su vida, no tenía reparos en contar. Más que eso: quería contar todo por lo que había pasado.
«Cuando nos aprehendieron, nos llevaron a la Unidad Técnica de la Policía de la ciudad, donde estábamos. La policía fue de los primeros grupos que traicionaron a Evo y el pueblo arremetía contra ellos. Entonces, los seguidores de Evo eran blanco de venganza. Ellos veían a la brigada médica cubana, a nosotros, como algo hecho por Evo», dice con su voz pausada y clara, que no parece narrar en primera persona las historias grises de un país en caos.
«Veníamos desde La Paz en el carro del equipo, con el salario del mes de octubre de todos los compañeros. Fuimos al banco con el económico, pero, al regresar, la situación estaba tan convulsa que los mismos vecinos cerraban las calles con barricadas; tanto así que decidimos ir caminando… un poco inocentemente.
«No avanzamos casi nada cuando fuimos aprehendidos. Nos abrieron la mochila, vieron el dinero y, a partir de ahí, ya tú sabes...», recuerda, como si los puntos suspensivos la salvaran de describir, una vez más, aquel infierno.
Su historia, tan atroz como real, concluye narrando que la patraña fue fácil de desmontar, porque se presentaron una serie de documentos que avalaban la licitud del dinero incautado, y que ellos no eran terroristas, sino médicos.
En otra esquina del salón, Ramón Emilio Álvarez, pieza clave del equipo oftalmológico, que operaba en El Alto, cuenta cómo los momentos memorables de sus tres misiones internacionalistas se empañaron de miedo e incertidumbre en los últimos tres días.
«Los recuerdos positivos que me quedan de Bolivia son los de todas las misiones: que atiendes a personas con cataratas, por ejemplo, y que, luego de operarlas, puedan ver. Esas son las cosas cotidianas para nosotros. Pero este hecho me marcó mucho, y me marcó para mal. Por suerte mi esposa estaba allá».
A su lado, Odeimy Álvarez Tobar, licenciada en Enfermería de la posta médica en El Alto, le sostiene la mano izquierda. Su testimonio se entrecorta por la emoción.
«Fue terrible. Había mucha incertidumbre y miedo, precisamente por la envergadura de lo que se les acusaba. –Odeimy llora a cántaros, mientras revive aquellos tres días, al tiempo que le aprieta la mano a su esposo–. Recuerdo que los pacientes no se cansaron de llamar. Se mantuvieron al tanto de la situación todo el tiempo. En un momento en que yo estaba en El Alto, y a ellos cuatro los llevaron a La Paz, varios pacientes fueron a la prisión y preguntaron. Recuerdo que me llamaban y me decían: Doctorcita, doctorcita, aquí tampoco están. Dicen que se los llevaron».
De su experiencia conocemos que, en la cárcel, a los cuatro colaboradores cubanos los trataban de confundir, les decían que Bolivia había roto relaciones con Cuba y que estaban solos. «Él estuvo preso desde el miércoles hasta el viernes. Incluso le hicimos un maletincito con algunas cosas, y no se lo dejaron pasar».
El caso de Alexander Torres Enríquez, también médico de El Alto, fue similar a los anteriores. Al conversar con él el domingo, una frase suya, casi una muletilla, interrumpía la conversación: «Todavía estoy preocupado por los compañeros que quedan allá.
«Nosotros fuimos víctimas de un montaje, a través de las redes sociales. Una campaña, en la cual se nos hacía pasar por terroristas, vinculados a actividades contra el gobierno de facto, cosa que nos arrastró hasta un proceso judicial y hasta unas celdas bastante precarias. Al final, demostramos que nuestra verdadera intención en otros países no era favorecer al terrorismo, sino salvar vidas humanas.
«Quiero agradecerles a nuestro pueblo y a la dirección del país por la preocupación. A la embajada y consulado cubanos en Bolivia que nos apoyaron mucho».
Alexander niega con la cabeza cuando le preguntan si él o sus compañeros fueron maltratados físicamente en prisión. Pero hay muchas formas de violencia, y quizá por eso su ademán carga con algunas dudas. «Intimidación», dice con la voz un poco rota.



















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Jesús dijo:
1
21 de noviembre de 2019
05:25:02
caridad valdes dijo:
2
21 de noviembre de 2019
10:47:58
Mario dijo:
3
21 de noviembre de 2019
18:05:14
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