El comandante Félix Pena observó cómo el último vehículo de la caravana enemiga rebasaba la curva de la carretera y entraba en el perímetro de la emboscada. Pena abrió fuego, seguido por una andanada de disparos concentrados sobre la columna de la soldadesca enemiga. Eran las siete de la mañana del cuarto día del penúltimo mes de 1958, en un lugar conocido por Guamá, no lejos de la ciudad de Baracoa.
El jefe de la Columna 18 Ñico López, del Segundo Frente Oriental Frank País, se había trasladado desde su comandancia, en el valle de Puriales de Caujerí. A finales de octubre, el territorio rebelde, en esa zona, se había ampliado notablemente. Pena había ordenado ir consolidándolo «palmo a palmo».
El enemigo había quedado reducido a tres o cuatro apostaderos,a la guarnición del aeropuerto de Sabanilla y al Escuadrón 17 de la Guardia Rural, base tradicional de los militares en la Ciudad Primada. Por informes del Servicio de la Inteligencia Rebelde (SIR) se conocía la situación y procederes de los guardias. Con esos datos decidió realizar una operación de envergadura, pero antes ordenó atacar el apostadero de Jauco, poblado costero al sur de Baracoa. En esta acción les causan dos muertos y un herido a los guardias, y se ocupan tres fusiles springfield con 305 proyectiles. El enemigo decidió retirar sus soldados y concentrarlos en el Escuadrón y en el aeropuerto.
La idea concebida por Pena era situar una emboscada entre el aeropuerto y Baracoa, en la curva de Guamá, y atraer allí al enemigo. Para ello ordenó el cerco y hostigamiento de la guarnición de Sabanilla.
Previamente, acopió gasolina y cohetes sputnik, M-26, con balas de salva, un cañón de fabricación artesanal, e indicó al jefe médico de la Columna, Gilberto Cervantes, desplegar el hospital de campaña para la evacuación y atención de los heridos de ambos bandos.
Para la emboscada escogió a los combatientes de mayor experiencia y mejor armados; los situó a ambos flancos de la carretera, y les ordenó hacer trincheras y parapetos, e instruyó acerca de las ideas de las acciones propias. Precisa cada detalle en el terreno e indica el sembrado de minas.
Los rebeldes contaban con cinco fusiles M-1 (garand) calibre 30, siete fusiles springfield y uno semiautomático johnson de igual calibre; una carabina cristóbal M-1, una ametralladora de enfriamiento por aire y una browning, y alrededor de diez armas ligeras automáticas.
Pena se ubicó en el lugar más alto y abrupto, en el flanco izquierdo y centro de la emboscada. A su lado situó al joven avileño Patricio Sierralta con la ametralladora browning y un ayudante, y un poco más allá, a Bartolo Cuza con la calibre 30.
Era todavía de madrugada cuando en el Castillo de Sanguily, sede de la jefatura del Escuadrón del ejército batistiano, se recibió por radio, desde el aeropuerto, la solicitud de ayuda urgente. De inmediato enviaron el refuerzo en cuatro vehículos, uno de ellos blindado, con ametralladora de grueso calibre, camioneta, dos jeeps y una agrupación de aproximadamente 70 hombres fuertemente armados. El enemigo había mordido el anzuelo.
El borde delantero de la emboscada dejó pasar los vehículos y cuando pasó el último, el primero llegó al punto minado. Explotó solo una mina sin mayores consecuencias.
En ese momento es cuando Pena abrió fuego, secundado por Sierralta y todos sus hombres, y barrió literalmente al camión que le quedaba al frente. El resto de los vehículos fueron abatidos por igual. Los soldados que lograron escapar de la mortífera sorpresa se parapetaron y ripostaron con decisión el fuego rebelde. Patricio cayó mortalmente herido; el comandante guerrillero ordenó evacuarlo hacia el hospital de campaña, le entregó su fusil al ayudante de la ametralladora y se hizo cargo de esta.
El camión blindado fue incendiado con una granada que aniquiló a la mayoría de sus ocupantes. El chofer quedó ileso y, presa del pánico, a toda marcha cruzó la emboscada en dirección a Baracoa convertido en una mole de llamas. Los guardias quedaron cercados dentro de un anillo de fuego. La resistencia del ejército era inútil.
Los soldados de la guarnición del aeropuerto de Sabanilla, que había sido atacada, se dieron a la fuga aterrorizados. Uno de ellos se entregó a los rebeldes con su arma y parque. El alto mando de la tiranía ordenó a dos aviones B-26 y una avioneta bombardear y ametrallar las instalaciones y los alrededores del aeropuerto, pero los insurgentes no sufrieron bajas.
Al día siguiente, fuerzas de la Columna 18 ocuparon el aeropuerto. Fue una acción fulminante, clásica de la guerra de guerrillas. Un combate casi perfecto, de no haber caído Patricio Sierralta Martínez, entrañable compañero de Pena, militante del Partido Socialista Popular (PSP), quien había cruzado junto a él, desde la Sierra Maestra, en la columna del Comandante Raúl Castro, para abrir el Segundo Frente Oriental. En la emboscada, fueron cuatro las bajas rebeldes: un muerto (Sierralta) y tres heridos: Nicolás Cuza, Manuel García Pupo y Bartolo Cuza.
Las bajas enemigas fueron 45; de ellas, 22 muertos, 11 heridos graves, cuatro leves y ocho prisioneros. Se ocupó una ametralladora calibre 30 con más de mil proyectiles, 18 garand, 16 springfield, tres carabinas San Cristóbal, dos johnson, un fusil M-1, cinco revólveres calibre 45 con su parque, cinco granadas de fragmentación, y un aproximado de 6 000 cartuchos calibre 30.06, más el parque de San Cristóbal y de M-1.
En el combate murieron, entre los militares, algunos connotados asesinos.
El mando rebelde comunicó al escuadrón sus muertos y heridos para que fueran recogidos, mas no se dignaron a hacerlo. El comandante Pena los entregó a civiles y religiosos de las «clases vivas» de Baracoa. Los menos graves fueron trasladados al hospital rebelde de Puriales.
La operación en Guamá de Baracoa fue una victoria rotunda de las fuerzas rebeldes. Entre otros combatientes participaron los capitanes José Arias Sotomayor (Sotico) y José Durán Bravet (Zapata), dos de los más valiosos de la columna; el primer teniente José Sandino Rodríguez, jefe del pelotón que cercó y hostigó el aeropuerto; además, los oficiales Juan Carlos Borges Martí, Andrés Rosendo Ojeda y Carlos Lahite Lahera, secundados, todos ellos, por un puñado de bravos combatientes.
En aquella acción se puso de manifiesto el valor, la preparación y calidad combativa de los hombres de Félix Pena, y toda la maestría, el talento militar y la valentía del joven comandante insurrecto.
Con las armas ocupadas en Guamá, Pena concibió la Operación Ciro Frías: el cerco y ataque al reforzado cuartel de Imías. Pero esa es otra historia en la que se cubrirían de gloria, conjuntamente, la columna de Pena y la del comandante Efigenio Ameijeiras Delgado, que les causaron una aplastante derrota a las fuerzas de la tiranía.
Bibliografía:
Hijos de su tiempo/Columna No. 18 Antonio López Fernández. Colectivo de autores, Casa Editorial Verde Olivo /2007.
De hueso y carne a la leyenda (semblanza de Félix Pena). Ernesto Pérez Shelton, Ediciones Santiago, 2010.
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Miguel Angel dijo:
1
7 de noviembre de 2018
09:25:03
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