El cencerro: un sartén y una cabilla. El que lo toca, un flaco con la barba a medio salir y los ojos muy rojos, porque hace un día y medio que no duerme.
Ahora son las ocho de la mañana. Pero a las 5:30 era de noche, había pocas personas en el área frente a la Plaza y nosotros andábamos caminando a la orilla de la valla, buscando la manera de llegar por lo menos a 23 y Paseo, porque es lindo el recuerdo de cuando éramos niños, y algunos miraban por las ventanas, había música, mucha, mucha gente, y uno veía las cosas gigantescas. Queríamos eso. Queríamos ver el desfile desde fuera de la tarima de prensa donde lo hemos visto antes. Pero los carros no tenían paso, y a pie, la barahúnda de personas hacía imposible caminar.
Nos quedamos estáticos, en la segunda línea del cordón de marcha, entre los estudiantes de pedagogía y el grupo que fue a la VIII Cumbre de las Américas, hace dos semanas, en Perú.

Amaneció a las siete. Cuatro camilleros de la Cruz Roja corrían por la acera con un desmayado. Lo llevaron a una de las ambulancias, que estaban parqueadas detrás de los asientos, en la explanada frente a Camilo, frente a la pantalla. Pasaron muchos, cuatro, cinco veces. Los muchachos de la segunda fila empezaron a contarlos. Algunos, además, se hicieron fotos con Adrián Berazaín, que pululaba con el pulóver de #NoAlBloqueo de los que fueron a Perú.
Debajo del poco de sol amarillo, tenue, la Plaza es hermosa: un camino de banderas, lleva a Martí; una bandera gigante en el edificio del Minint, junto al Che Guevara; en la biblioteca, una pancarta sepia: Carlos Manuel de Céspedes -Fidel, después del juicio del Moncada- Fidel y Camilo Cienfuegos el día que la Revolución llegó a La Habana. Detrás, en el teatro, el lema: Unidad, compromiso y victoria. Detrás de las cabezas de los maestros, miles de cabezas, el camino compacto.

Entonces, Silvio. Antes, había una conga saliendo desde las bocinas grandes y la gente estaba enfrascada en sus coreografías. Ahora, algunos se sientan en el suelo.
A las 7:30, cuando empezó todo, y cantamos el Himno, y anunciaron la presidencia, y Ulises Guilarte leyó el discurso, todavía teníamos la esperanza de llegar a 23 y Paseo. Cuando empiecen a caminar –dijimos– nos vamos hacia atrás. Y caminamos hasta Boyeros y luego regresamos otra vez por la orilla de la valla, pero avanzamos poco, entre la gente.
Nos encontramos con Rakso Fernández, de la mano de su hija pequeña. «Este es un día de reafirmación», dijo. «De niño, venía con mis abuelos, y algún día vendré con mis nietos».

Apenas podíamos detenernos a conversar. La gente avanzaba en tropel hacia la Plaza, con pancartas enormes o pequeñas. «Lucha tu yuca, taíno», decía una. «Con Raúl y Díaz-Canel está la imagen de Fidel», otra. «Lula Libre», una tercera.
Lejos, Lázaro Vega, trabajador de una cooperativa agropecuaria, marchaba solo; entre la gente, pero solo. Sombrero de yarey, banderita cubana en la mano izquierda. A sus 60 años, nos recuerda la primera vez que vino a la Plaza, un Primero de Mayo, hace ya muchos Primeros de Mayo.
«Era un niño, me trajeron los profesores de mi primaria, con todos los muchachitos de mi aula. Desde entonces vengo cada año, sin mentirte», nos dice, y sigue su camino. Nosotros, seguimos el nuestro, de reversa, entre la muchedumbre.

A pocos metros de la calle Zapata, nos convencemos de que no podemos avanzar más. Subimos a la acera para hacer más expedito nuestro regreso, pero un cordón de seguridad, formado, en su mayoría, por estudiantes del Minint, nos lo impidió.
Uno de ellos, Isabel Lucía, estudiante de Derecho, nos contó que estaban desde muy temprano, velando por la organización de la marcha y por evitar que ocurra cualquier conflicto. Ha cumplido la labor de aseguramiento, en esta fecha, desde hace cuatro años, y dice que hoy, como de costumbre, es un día de fiesta.
Entonces, chocamos con el sonido metálico de la cabilla contra el sartén, a las ocho de la mañana. La conga no salía de las bocinas, sino de la trompeta de un muchacho con trenzas, de la tumbadora que toca uno vestido de azul con la gorra a medio lado; dos palos como claves, unas latas. Bailamos como los reguetoneros: con la puntica del pie, paso a la izquierda, paso a la derecha, paso alante. Los que cantan, arengan a los que los siguen: «Móntate en el tren de mi conga», dicen, y vamos con ellos. «Mi conga pa’ la Plaza con Fidel».




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alba dijo:
1
2 de mayo de 2018
16:58:16
Agustín Magallan dijo:
2
2 de mayo de 2018
19:30:50
Tahimí Hernández Juárez dijo:
3
3 de mayo de 2018
09:15:23
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