ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Para captar el alma de Fidel, el pintor ecuatoriano, Oswaldo Guayasamin, lo retrató en cuatro ocasiones. Foto: www.guayasamin.org

“Siempre voy a volver. Mantengan encendida una luz”

(Oswaldo Guayasamín, 1999)

Aunque el gran pintor ecuatoriano y universal Oswaldo Guayasamín reiteró en las múltiples entrevistas que le hicieron que él solo sabía pintar, muchas de sus frases, guardadas con celo por la Fundación que lleva su nombre, indican lo contrario. Fue un humanista, un pensador desde el lienzo y la palabra.

“El artista no tiene modo alguno de evadirse de su época, ya que es su única oportunidad. Ningún creador es espectador; si no es parte del drama, no es creador”, afirma en una de sus rotundas expresiones.

Fue en 1982, gracias a que Guayasamín llevó personalmente una retrospectiva de su segunda gran serie pictórica, La Edad de la Ira a museos de la entonces Leningrado, Vilnius y Moscú que tuve el honor de conocer al genial pintor latinoamericano.

En La Edad de la Ira, una obra monumental de más de cinco mil dibujos y 25 cuadros, Guayasamín plasma ese “no evadirse de su época”, pues la temática fundamental de esta serie abarca las guerras y la violencia, “lo que el hombre hace en contra del hombre”, como él mismo explicaría.

Hablo de aquel encuentro porque 14 años mas tarde volví a verlo, esta vez en La Habana y le recordé aquel hermoso, pero frío, otoño moscovita. Con su proverbial amabilidad y abierta sonrisa me llamó amiga y con esa intensa palabra me dedicó el cuaderno A Fidel en sus 70 años, que editara la Fundación Guayasamín, y lleva en su portada el cuarto retrato que le hiciera al líder histórico de la Revolución, a quien se le está celebrando su cumpleaños 90.

Las fechas marcadas por múltiplos de cinco han devenido una suerte de talismán del que no hay posibilidad de apartarse. Este 2016 es pródigo en ellas si se trata de los cuatro cuadros que Guayasamín hiciera de Fidel, aniversarios 55, 35, 30 y 20.

La primera obra, de 1961, está infortunadamente perdida y sólo se conoce por fotografías. La historia de la llegada de Guayasamín a La Habana y que el Comandante posara, el 6 de mayo, en un salón del ya constituido Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), con sede en un palacete de la Calle 17 de El Vedado habanero, está muy bien documentada.

Retomo, sin embargo, el recuento sobre aquella jornada recogido por el escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, amigo entrañable de Guayasamín, tanto así que las cenizas de ambos reposan junto al Árbol de la Vida, un pino que había plantado el propio pintor en el patio de su casa devenida museo. Adoum añade que esas impresiones fueron dichas por Fidel en 1999 en el Taller Cultura y Revolución a Cuarenta Años de 1959 celebrado en La Habana.

Escribió Adoum en El retrato perdido, que Fidel casi cuatro décadas después narraba detalles de aquel momento histórico y la significación que tuvo para él: “Por primera vez me vi sometido a la torturante tarea. Tenía que estar de pie y quieto, tal como me indicaban. No sabía si duraría una hora o un siglo. Nunca vi a alguien moverse a tal velocidad, mezclar pinturas que venían en tubos de aluminio como pasta de dientes, revolver, añadir líquidos, mirar persistente con ojos de águila, dar brochazos a diestra y siniestra sobre un lienzo en lo que dura un relámpago, y volver sus ojos sobre el asombrado objeto viviente de su febril actividad, respirando fuerte como un atleta sobre la pista en una carrera de velocidad.

En la embajada de Ecuador en Cuba, Guayasamín (primero izquierda) entrega en 1961 a Fidel el retrato hecho días antes. En la foto también se pueden ver al entonces canciller Raul Roa (junto al pintor) y en la extrema derecha al poeta Nicolás Guillén. Foto: www.guayasamin.org

Al final, observaba lo que salía de todo aquello. No era yo. Era lo que él deseaba que fuera, tal como quería verme: una mezcla de Quijote con rasgos de personajes famosos de las guerras independentistas de Bolívar. Con el precedente de la fama que ya entonces gozaba el pintor, no me atrevía a pronunciar una palabra. Quizá le dije finalmente que el cuadro ‘era excelente’. Sentí vergüenza de mi ignorancia sobre las artes plásticas. Estaba nada menos que en presencia de un gran maestro y una persona excepcional.”

Es opinión y verdad incuestionable que de aquel encuentro entre Guayasamín y Fidel no solamente había surgido un impresionante cuadro, sino una honda amistad, que perduró hasta la muerte del pintor.

"De Guayasamín se puede hablar como excepcional artista de gran humanismo,  hombre infinitamente generoso; como amigo, entrañable", expresó Fidel al intervenir en la Cumbre Iberoamericana de La Habana, que nombró a Guayasamín Pintor de Iberoamérica por la trascendencia de su arte, su defensa de los derechos humanos y de la solidaridad social, y añadió: "como hermano de Guayasamín, al recordarlo, sólo  quiero expresar una frase: Guayasamín fue el hombre más noble que he conocido  jamás".
Al asistir en Quito en 2002 a la inauguración del majestuoso museo La  Capilla del Hombre, el gran sueño de Guayasamín, lo calificó de "genio de las artes plásticas, un  gladiador de la dignidad humana y un profeta del porvenir, cuyo legado dejado al mundo perdurará en la conciencia y el corazón de las presentes y futuras generaciones”.

Guayasamín sostenía que él absorbía el alma del que pintaba — según ha recordado el director  de Relaciones Internacionales de la Fundación, Alfredo Vera— pero siempre dijo que era difícil sino imposible, absorberle el alma a Fidel, porque tenía  muchas facetas, y quería pintarlo varias veces.

Entonces…tres cuadros más. El segundo, pintado en 1981, y el cuarto, de 1996, se conservan en la Casa Guayasamín, nacida el 18 de enero de 1992 por el noble empeño del creador ecuatoriano y Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad de La Habana. Fue inaugurada en la capital cubana al año siguiente en una antigua casona del siglo XVIII en  la Calle de la Obrapía, en el centro histórico de La Habana, Patrimonio de la Humanidad.

En el tercer cuadro, pintado en 1986, se aprecia un delicado tratamiento en la barba con un sugerido contraste del color ante el paso el tiempo. Se conserva en la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre.

El último cuadro, ahora en su vigésimo aniversario, es también conocido como “las manos de Fidel”, pues el pintor las incluyó, por primera vez, en su característica forma desproporcionada. En él se aprecia una vez más como la fuerza de su obra radica en el dramatismo que sabe imprimir a sus personajes y como a través del rostro o de las manos transmite un mensaje que todos comprendemos.

En sus recorridos en la década del 40 del siglo pasado por varios países latinoamericanos, del cual surgiría su primera gran serie pictórica, nombrada en quechua Huacayñan (Camino del Llanto), con más de cien cuadros, conoció al poeta chileno Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura, quien en la presentación de una exposición de Guayasamín diría: Las modas pasan sobre su cabeza como nubecillas. Nunca le aterrorizaron… Pocos pintores de nuestra América tan poderosos como este ecuatoriano intransferible… tiene el toque de la fuerza; es un anfitrión de raíces: da cita a la tempestad, a la violencia, a la inexactitud. Y todo ello, a vista y paciencia de nuestros ojos, se transforma en luz...”

Guayasamín (1919- 1999) fue y es como indica su nombre en lengua indígena, un ave blanca que vuela, y como él se alza y queda, imperecederamente, su obra inmensa, los cuadros que generosamente hizo y obsequió y el gran monumento, La Capilla del Hombre.

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