
El 13 de noviembre de 1990, en ocasión del Día del Veterano, las autoridades de la Base Naval de Estados Unidos en la bahía de Guantánamo develaron una tarja a la memoria de los cubanos que, combatiendo en las Fuerzas Armadas de ese país, murieron en la Primera y Segunda Guerra Mundial, y en las guerras de Corea, Vietnam y Líbano. Un coronel norteamericano —de origen cubano—, develó la placa. Inescrupulosamente se entremezclaba en aquel acto, la noble participación de cubanos en la lucha contra el militarismo alemán y el fascismo, con el servilismo de quienes se unieron al imperio en injustificadas intervenciones militares.
La noticia, que personalmente me indignó, movió sin embargo mi curiosidad de investigador a la búsqueda de información sobre la participación de cubanos en los diferentes conflictos bélicos en los que se vio inmerso Estados Unidos en su historia. Era imposible que dada la cercanía y mutuas influencias, no hubiera antecedentes al respecto. La investigación, continúa siendo una deuda con nuestros pueblos de los historiadores de ambos países. Los elementos que relacionaré, son apenas la punta del iceberg de una historia por escribir.
INDEPENDENCIA DE ESTADOS UNIDOS
La historia común comienza en el apoyo que España brindó, desde la isla de Cuba, a los padres de la independencia de Estados Unidos. El historiador cubano Eduardo Torres-Cueva, en su documentado trabajo “Lo que le debe la independencia de los Estados Unidos a Cuba. La ayuda olvidada”, demuestra el importante papel de La Habana, en hombres y dinero, para aquella causa. Más de 1 200 combatientes habaneros del Regimiento de Fijos de La Habana y los Batallones de Pardos y Morenos, junto a tropas españolas, desalojaron a los ingleses de la Florida, el cauce del río Mississippi y las islas Bahamas.
En julio de 1781, el ejército de George Washington se encontraba en una precaria situación financiera y de abastecimientos. Se comentaba con fuerza la posibilidad de insubordinaciones y amotinamientos a causa de llevar los soldados varios meses sin recibir paga. En esas circunstancias, se necesitaba la suma de un millón doscientas mil libras esterlinas para paliar la crisis. Un millón ochocientos mil pesos oro reales se recaudaron en la Isla, una parte proveniente de los fondos de la administración colonial, y el grueso de una recaudación pública en La Habana. Las damas habaneras entregaron joyas y dinero, para contribuir a la independencia de Estados Unidos.
Eran tiempos en los que aún no se forjaba la nación cubana. Aquellos episodios formaban parte de la estrategia de la metrópolis colonial española en pos de debilitar a Inglaterra, su rival político y militar. No obstante, marca una pauta digna de reflexión.
CUBANOS EN LA GUERRA DE SECESIÓN
Entre los años 1861 y 1865, Estados Unidos se vio inmerso en la más cruenta guerra que recuerde la historia de esa nación en su territorio. La pugna entre los intereses económicos del norte industrial y el sur aferrado a la esclavitud, fue el factor detonador que desangró al país. Ambas causas, ganaron adeptos y hombres de diversas nacionalidades tomaron parte en el conflicto. La antiesclavista comandada por Abraham Lincoln, despertó el interés de cubanos enemigos de aquel flagelo.
Pensando en la abolición de la esclavitud en Cuba, hijos de la Isla se enrolaron en los ejércitos de la Unión y con ellos, hicieron armas.
El camagüeyano Antonio Lorenzo Luaces Iraola, había estudiado medicina en Estados Unidos. Comenzada la guerra, se incorporó al cuerpo de sanidad militar, donde sirvió hasta el fin de la misma. A inicios de la Guerra de los Diez Años regresó a Cuba, el 11 de mayo de 1869, como expedicionario del Perrit, a las órdenes del general norteamericano Thomas Jordan. Fue uno de los 35 jinetes que el 8 de octubre de 1871 participara en el legendario rescate del brigadier Julio Sanguily. A la muerte del general Ignacio Agramonte, peleó subordinado al general dominicano Máximo Gómez, a quien acompañó en combates como La Sacra y Palo Seco, la batalla de Las Guásimas, y la invasión al territorio de Las Villas, junto al brigadier estadounidense Henry Reeve. Sirviendo en la sanidad militar, fue hecho prisionero en los campos de Cuba y fusilado el 21 de abril de 1875 en la ciudad de Puerto Príncipe.
También camagüeyano era el odontólogo Ángel del Castillo Agramonte, quien en Estados Unidos, se unió a las milicias de Pennsylvania con las que hizo la guerra. Fue uno de los jefes del levantamiento militar en Camagüey, y por su experiencia bélica, nombrado Brigadier del Ejército Libertador. Murió durante el ataque al poblado de Lázaro López, actual provincia de Ciego de Ávila, el 9 de septiembre de 1869.
Médico era Sebastián Amábile Correa, quien muy joven ingresó como soldado a los ejércitos de la Unión. Al terminar la guerra, permaneció en Estados Unidos, retornando a la patria, junto a Luaces, a bordo del Perrit. Murió como consecuencia de heridas de combate, el 29 de mayo de 1869, 18 días después del desembarco.
Los hermanos Federico y Adolfo Fernández Cavada Howard, cienfuegueros, pelearon también en los ejércitos de la Unión. Federico residía en la ciudad de Filadelfia, cuando ingresó al 23 Regimiento de Voluntarios de Pennsylvania con grado de capitán, en el cuerpo de ingenieros. Por méritos de guerra alcanzó el grado de teniente coronel, participando en las
batallas de Bull Run, Chantilly, Antietam, y Gettysburg, el 1ro. de julio de 1863, donde resultó prisionero. Un canje en enero de 1864 propició su libertad. Se reincorporó a los ejércitos de la Unión, y junto a los generales William T. Sherman y Ulysses S. Grant, realizó la gran marcha hacia el mar.

Adolfo fue capitán.
Años después ambos alcanzaron en Cuba la jerarquía de mayores generales del Ejército Libertador. Federico, que fue un excelente pintor —varias de sus obras se exhibieron recientemente en el Museo de la Ciudad y otras se muestran en la exposición permanente del Museo de Bellas Artes de La Habana—, sustituyó como jefe del Estado Mayor del Ejército Libertador al general norteamericano Thomas Jordan. Ambos hermanos murieron por Cuba; Federico, más conocido como “el general candela”, fue fusilado en Nuevitas, el 1ro. de julio de 1871. Adolfo el 24 de diciembre de ese mismo año, en los montes de la Ciénaga de Zapata, enfermo de paludismo.
LAS BATALLAS POR SANTIAGO Y GUANTÁNAMO
Al producirse la intervención militar de Estados Unidos en la guerra de independencia de Cuba en 1898, tuvo el Lugarteniente General Calixto García Íñiguez, la misión de representar al mando militar cubano ante las autoridades norteamericanas y auxiliarlas en las operaciones militares. El jefe cubano lo hizo con transparencia, patriotismo e idealismo.
En aquellos combates hubo derroche de heroísmo por los contendientes, particularmente por los avezados mambises. Hasta la prensa jingoísta norteamericana encabezada por Joseph Pulizer y William R. Hearst, salió en defensa del soldado cubano. El Herald de Nueva York, destacaba: “…su conocimiento como exploradores es perfecto y además son fuertes en su resistencia y buenos camaradas. Sus cualidades como soldados, son verdaderamente maravillosas”.
El The New York Journal, refería: “…los soldados andrajosos de García y Gómez pueden ser una minoría. También lo eran los soldados andrajosos de Washington…” y concluía afirmando que la suma de miles de peninsulares residentes en Cuba, no valía “…en la escala de merecimientos lo que el más andrajoso soldado que ha peleado bajo la bandera de la Estrella Solitaria de la República”.
En un artículo publicado en enero de 1993 por la revista especializada Military Review, titulado “Operaciones conjuntas y combinadas en la campaña de Santiago de 1898”, el teniente coronel Peter S. Kindsvatter, del Ejército de Estados Unidos, reconocía que:
“…el General García, había ido recibiendo cada vez menos atención mientras se desarrollaba la campaña; así

Shafter no dispuso que los cubanos participaran en las negociaciones ni les invitó a la ceremonia de rendición. De hecho, no se les permitió entrar en Santiago, supuestamente para evitar la posibilidad de violencia y robos. Igualmente insultante para los cubanos fue la decisión de Shafter de mantener en sus puestos gubernamentales a los funcionarios civiles españoles; funcionarios estos a quienes los cubanos trataron de expulsar durante tres años de lucha. El desprecio de Shafter —y la mayoría de los estadounidenses— hacia los cubanos se hace evidente en esta carta dirigida a su madre: “El Ejército no tiene mucha compasión por los cubanos. Todos los que hemos conocido aquí son negros sucios detestables que se comen nuestras raciones, rehúsan trabajar y rehúsan luchar”.
Una vez obtenida la victoria, de la cooperación inicial, imprescindible para lograrla y de las loas al Ejército Libertador, oficiales y corresponsales de guerra norteamericanos pasaron a la crítica y el denuesto de nuestros soldados y jefes. Los tacharon de cobardes e irresolutos, de indisciplinados y hasta de vagos, ladrones y cobardes. Para mayor insulto, los describían como una horda de harapientos hambreados.
El coronel del Ejército Libertador cubano Enrique Thomas, indignado con tales actitudes, reflejaba en sus memorias:
“Los primeros días fueron para nosotros alegres, pero esto fue variando de tal modo que después de rendido Santiago de Cuba, se nos hacía insoportable la estancia allí. (…) Fueron atentos mientras duró el peligro y cuando se disipó éste, no faltaré a la verdad si digo que estuvieron hasta groseros”.
Por su parte el Mayor General Pedro Agustín Pérez, Jefe de la división de Guantánamo, a punto de perder la paciencia, escribía al General en Jefe Máximo Gómez, pidiéndole orientación respecto a la presencia militar norteamericana:
…“Tomo la pluma para hacer conocer a usted en el estado en que nos hallamos por ésta los cubanos, pues aquí reina mucha de-
sanimación en nuestra fuerza por la poca confianza que nos inspira este gobierno de ocupación pues si bien es verdad, mi querido General, que nosotros seguimos su doctrina llegó un momento en que nos hacen agotar la paciencia, pues tanto aquí como en los demás lugares de la División que me honro mandar, se vienen cometiendo a diario muchos atropellos que no basta, General, lo mucho que tratamos de evitarlos. Y puede suceder que por mucho que nosotros no lo queremos usted no lo disponga, que debido a sus deseos de ellos se suscite algún conflicto entre esos que así lo desean y nuestra humilde gente.
Ahora, General, nos preguntamos los cubanos que hemos peleado por la independencia: ¿Hasta cuándo seremos desgraciados? Antes, los españoles, ahora, los americanos. ¿Qué es esto, General? Nosotros necesitamos ver más claro. Aquí, que vivimos tan alejados de usted, necesitamos saber a qué atenernos. Usted sabe que yo estoy a sus órdenes incondicionalmente, y que estoy dispuesto a obedecer las órdenes que usted crea conveniente, porque para vivir en la incertidumbre más vale, General, echarlo todo de paso…”.

Un gesto de reconocimiento norteamericano hubo a un jefe militar cubano durante la guerra, y fue precisamente al Mayor General Pedro Agustín Pérez. El entonces capitán de Navío Browman Mc Calla, en pundonoroso gesto de reconocimiento a las tropas cubanas, lo recibió a bordo del buque Marblehead.
Pérez subió con una bandera cubana desplegada, a la cual rindió honores militares el capitán estadounidense. Era la primera vez en aquella contienda, que un jefe cubano recibía tales atenciones. La despedida fue igualmente con honores militares. Tanta hidalguía costó a Mc Calla la amonestación de su gobierno, pues “…las ordenanzas de la Marina prohibían tributar honores a oficiales de una nación que no está reconocida por el gobierno de los Estados Unidos”.
CUBA Y LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
El conflicto que ensangrentó el planeta entre 1914 y 1918, tuvo ecos en Cuba. Por aventura, o por espíritu justiciero, algunos cubanos marcharon por su cuenta a Europa para combatir el militarismo alemán. Tal proceder no contó con la simpatía mayoritaria del pueblo, que sabiamente identificaba el conflicto como una guerra rapaz entre imperios.
No obstante, para agradar al gobierno estadounidense, entre los meses de enero y marzo de 1918, el gobierno cubano del general Mario García Menocal discutía con fuerza la creación del servicio militar obligatorio y el envío de tropas al teatro de Europa. La opinión pública opinaba por lo general, erróneamente, que Estados Unidos presionaba a favor de ambos temas. El papel destinado por el imperio para Cuba era otro, muy claramente definido. Lo que los aliados necesitaban de la Isla era alimentos y azúcar, no soldados. En un memorando del 24 de julio, un miembro de la División de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado, de apellido Stewart, exponía con meridiana claridad:
“…como los E.U. seguramente tendrán que seguir interviniendo en Cuba, estas intervenciones podrían hacerse más difíciles si se permitiera a Cuba hacerse militarmente fuerte (…) El ejército sería un elemento perturbador en política, como es costumbre en los países hispanoamericanos, y no podría emplearse en Europa, porque el equipo necesario pueden usarlo los americanos con más provecho, y por fin que se sustraerían los hombres a la producción agrícola, que es lo más importante”.
El pueblo, opuesto al servicio militar obligatorio, se preguntaba el sentido de utilidad, de aquella obstinada idea de enviar miles de hombres al escenario europeo, testigo de una verdadera carnicería humana como consecuencia de una cruenta guerra imperialista por el reordenamiento geopolítico global. El gobierno de Estados Unidos temió que una división cubana, veterana de la guerra mundial, pusiera en peligro su capacidad de intervención militar en la Isla, de acuerdo con lo estipulado en la Enmienda Platt.
GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
España fue el laboratorio bélico que antecedió a la Segunda Guerra Mundial. Hombres y mujeres de cerca de 50 países, formaron parte de los cerca de 35 000 voluntarios que allí viajaron para defender la República durante la Guerra Civil (1936-1939). Mil cuatrocientos doce eran cubanos y unos 2 800 estadounidenses, incorporados en la Brigada Abraham Lincoln.
Formando parte de la brigada norteamericana, 355 cubanos viajaron desde Estados Unidos a España para compartir con combatientes estadounidenses, en sus mismas unidades y trincheras en la lucha contra el fascismo.

CUBANOS EN LAS FUERZAS ARMADAS DE LOS EE.UU. EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Para 1945, el Senado de la República de Cuba, llevado por la presión popular, aprobaba un decreto garantizando la nacionalidad a los más de 1 700 cubanos que para esa fecha tenía identificado que peleaban en las filas de los ejércitos aliados en los diferentes frentes de combate de la Segunda Guerra Mundial.
El Senado de la República de Cuba acuerda conceder la autorización a que se refieren el inciso b) del artículo 15 y el inciso g) del artículo 122 de la Constitución, a TODOS los ciudadanos cubanos que, durante el curso de la actual guerra mundial, sirvan militarmente a cualquier país de los que luchan contra las potencias totalitarias del Eje y sus aliados o acepten empleos u honores de cualquier Gobierno de los que participan en la campaña bélica mantenida contra los enemigos de la democracia. En su consecuencia, los ciudadanos cubanos comprendidos en esta Resolución, no pierden, por los motivos antes mencionados, su condición política de ciudadanos cubanos.
El Senado trasmitirá esta Resolución al Presidente de la República, rogándole que la haga insertar, en lugar preferente, en la Gaceta Oficial de la República a los efectos legales, informando de ella, si lo estimare conveniente, a los Gobiernos democráticos bajo los cuales sirvan los ciudadanos de Cuba.
Capitolio de Cuba, Habana, a 8 de enero de 1945.
Llevados esencialmente por el espíritu antifascista, por las más disímiles vías se enrolaron en los ejércitos de Estados Unidos, Canadá e Inglaterra, cubanos que pelearían en Europa, África y Asia. La guerra para Cuba había comenzado el 9 de diciembre de 1941, cuando el gobierno de Fulgencio Batista, siguiendo los pasos de Estados Unidos, le declara la guerra a Japón, y tres días después, el 11, a Alemania e Italia.
Es esta una historia por escribir. Las vivencias acumuladas entonces, mostraron a aquellos hombres realidades insospechables de la vida en las fuerzas armadas de los Estados Unidos. El holguinero Armando Díaz Fernández, residía en Estados Unidos, a donde había viajado por razones económicas. Fue designado a la 69 División de Infantería del 1er. Cuerpo de Ejército, con la que combatió desde Francia a Alemania. De su participación dejó constancia en el libro Del Hudson al Elba, publicado en Holguín en 1949. Varias veces fue felicitado y reconocido su valor, pero se sintió marginado:
“…a ser cubano, atribuía yo el hecho de que nunca hubiera sido ascendido. A veces lo atribuía a mi comportamiento, un tanto rebelde; pero esta sospecha desaparecía, cuando veía ascender a otros más rebeldes, más incultos; pero de descendencia anglo– sajona”.
Otro holguinero Ricardo Gómez Anzardo, murió en un hospital de Holanda el 3 de diciembre de 1944, tras ser herido en acción de guerra en Alemania.
En un parque del poblado de Banes, hay un pequeño monumento a la memoria de los holguineros que murieron combatiendo en la Segunda Guerra Mundial: Fructuoso Álvarez Ortigosa, Mario Cisneros Devesa, Eduardo Cruz Proenza, Iván Cruz Proenza, Arthur Gibbons, Laurence Gibbons, Héctor Hernández Almira, William Hillary Delpos, Martín Charles Laffie, Luis Martín Balesta, Ramón Ortuño del Valle, Guillermo Pascual Moreira, Gilberto Rojas Ávila, Jorge Rojas Betancourt, Belarmino Luis Remedios, Héctor Sánchez Maturel, Félix R. Santiago Rodríguez, Edwad Dayle Sera, Geo Suárez Ojeda, Calin Taylor, Ian Taylo, Donald Afredo Gray, John Anthony Belly y Sergio Cisneros Devesa.
Entre los veteranos cubanos que sirvieron en el ejército de Estados Unidos entonces, muchos se sumarían después al proceso revolucionario cubano.
Porfirio Estévez Ferra, merecedor de varias condecoraciones en la guerra, al culminar esta regresó a Cuba para trabajar en la cantina de la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana. Una noche, esbirros de la tiranía de Fulgencio Batista lo sacaron de su casa. Al día siguiente apareció muerto de cuatro balazos.
Carlos Gutiérrez Menoyo, jefe del comando que atacó al Palacio Presidencial, el 13 de marzo de 1957, muerto en la acción, era veterano de la Segunda Guerra Mundial. También Calixto Sánchez White, el jefe de la expedición del Corinthia y Humberto de Blanck Ortega, asesinados el 28 de mayo de 1957 junto a sus compañeros, en la sierra de Cristal.
La historia de Ramón Segredo es peculiar. Vivía en Estados Unidos por razones económicas cuando se enroló en el ejército norteamericano. Como parte de la 620 compañía de Policía Militar, peleó en África, Europa Central y Alemania, llegando hasta Berlín. Al triunfar la Revolución regresó a Cuba incorporándose a las milicias y a las zafras del pueblo. Guardaba como trofeo de guerra, un juego de cubiertos ocupado a un oficial de las SS.
Llevado por el ímpetu juvenil y el deseo de combatir al fascismo, Servando Montó y González, de 17 años, e hijo de un mambí español, se fue a Estados Unidos y se enroló como infante en el ejército. Por sus condiciones físicas fue seleccionado para formar parte de la 82 División Aero Transportada. Con ella desembarcó en Francia, resultando herido en combate.
Ya en Cuba, en 1957 ingresó al Movimiento 26 de Julio y al triunfo de la Revolución, como capitán de la fuerza aérea rebelde, fue piloto del avión ejecutivo de la presidencia de la República. Hoy es miembro de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana.
Intelectuales como el destacado pintor Julio Girona, y el periodista y escritor Rómulo Lachatañeré, excombatiente antimachadista, combatieron el fascismo en las filas del ejército norteamericano. Los periodistas José Antonio Benítez y Rolando Meneses, sirvieron en la marina. Estos últimos, serían hasta su muerte, ejemplos de maestros del periodismo revolucionario.
Satisfechos del deber cumplido con la humanidad, muchos de los cubanos que en las filas del ejército de Estados Unidos combatieron el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, regresaron a la Isla, conquistados por la justicia del proceso revolucionario.
Aquellos hombres, merecen respeto y admiración. Sus nombres sin embargo, no fueron tenidos en cuenta por quienes en diciembre de 1990 inauguraron el famoso sitial de la Base Naval de Guantánamo. No sirvieron en guerras imperialistas. Nuestros héroes, lucharon por una causa justa.
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Daisy T. Rivero Leon dijo:
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Orlandob dijo:
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Andrés dijo:
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