ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Lecturas, más que necesarias, imprescindibles las del libro Historia de una gesta libertadora 1952–1958, de Georgina Leyva Pagán, y, sobre todo, el prólogo que para su segunda edición escribió el Comandante en Jefe Fidel Castro.

El Comandante de la Sierra Maestra, Julio Camacho Aguilera, y su esposa Georgina Leyva Pagán, durante la presentación del texto, en el Memorial José Martí, en La Habana. FOTO: Marcelino VáZQUEZ HERNáNDEZ/AIN / Foto del autor

Si el texto, por sí mismo, contribuye a enriquecer la memoria combativa de esa etapa, la aleccionadora introducción de Fidel revela, una vez más, la extraordinaria capacidad del líder de la Revolución Cubana para desentrañar y exponer con lucidez y hondura crítica el verdadero y más profundo sentido de acontecimientos que transformaron radicalmente la realidad del país.

Coprotagonista del libro, Julio Camacho Aguilera, quien ganó merecidamente el grado de Comandante en la lucha, compañero en la vida y la épica revolucionaria de Georgina (Gina) —"una mujer valiente y consagrada" así la define Fidel—, tuvo entre sus misiones más arduas y complejas, la exploración y los contactos con elementos de la oficialidad de la tiranía susceptibles a entender la inevitabilidad del triunfo de la insurrección popular y la bancarrota política y moral del régimen que defendían, y hasta eventualmente identificarse, colaborar y sumarse a las fuerzas rebeldes.

A partir de la narración de Gina acerca de la labor desarrollada en tal dirección por Camacho y ella misma, Fidel dedica una parte sustancial del prólogo a develar los conceptos y las razones con que el liderazgo revolucionario asumió tan delicada problemática en el segundo semestre de 1958.

La altura ética, la total transparencia y la firmeza de principios que siempre han caracterizado la actuación de Fidel se despliegan con nitidez y precisión histórica en una exposición en la que, según sus propias palabras, "estoy consciente que más que un prólogo estoy escribiendo un capítulo de Historia de una gesta libertadora 1952–1958".

Fidel describe la situación de la guerra en aquellos momentos cruciales:

En la última Ofensiva Estratégica nuestras fuerzas no alcanzaban todavía 300 hombres con fusiles de guerra, contra los que la tiranía lanzó 14 batallones de infantería terrestre, vehículos pesados, obuses, morteros de 82 milímetros, bazucas, numerosos aviones caza y bombarderos B-26. Las tropas enemigas sufrieron más de mil bajas, entre muertos, heridos y prisioneros. Las nuestras se incrementaron a cifras de más de mil combatientes, solo en el Frente número 1 de la Sierra Maestra.

Fue entonces que remitió una carta a uno de los jefes de las tropas enemigas, el comandante Corzo Izaguirre, el 10 de septiembre de 1958, la cual reproduce íntegramente en el prólogo para "ayudar a comprender aquella coyuntura histórica". A tal documento añade el mensaje que el 23 de octubre de ese año dirigió a los militares del régimen.

En ambos documentos el líder apela a los resortes patrióticos, morales y humanistas que pudieran aún animar a algunos oficiales del Ejército de la dictadura para que en el plazo más breve posible depusieran las armas y aceptaran lo que ya se estaba haciendo evidente: la victoria popular sobre la tiranía. Particularmente intensa es su apelación en el mensaje del 23 de octubre:

El Ejército ha sido convertido por Batista en una mancha nacional de vicio, de corrupción y de crimen. ¿Vale la pena sacrificar una sola vida joven y valiosa a una causa indigna?

(... )

¿No comprenden que los han convertido en instrumentos del más estúpido y sanguinario régimen que ha sufrido Cuba y que ante el Pueblo y la Historia los están convirtiendo también en cómplices? ¿Por qué revolucionarios y militares honorables no podemos juntarnos? ¿Es que no nos hemos abrazado después de un combate victorioso como en El Jigüe? ¿Por qué no nos damos ese abrazo antes, salvamos vidas valiosas y combatimos juntos en bien de la Patria, contra los malvados que la oprimen? ¿Censurará la Historia que los militares dignos den ese paso? ¿Censurará el Pueblo que los militares de honor viren sus armas contra la Tiranía? ¡¡NO!! Los militares que tengan la grandeza, en esta hora, de poner sus armas junto al Pueblo, merecerán gratitud especial de la Patria.

Por esos días —Gina relata en el libro— Camacho rinde cuentas a Fidel de sus contactos con oficiales del régimen, En estos, según informa Camacho, predominan reticencia y expectativas en cuanto qué posición o ventajas obtendrían en caso de sumarse a la acción revolucionaria. Unos apuestan por la posibilidad de un golpe de Estado; otros se inclinan por saber cómo serán recibidos al insertarse en la insurrección. En carta a Camacho el 29 de octubre, Fidel plantea con firmeza:

No me impresionan favorablemente los resultados de las conversaciones sostenidas, en cuanto a los planes de golpe de Estado en estas condiciones que insinúan. (... ) Simpatizo en cambio con la otra idea de formar una columna militar revolucionaria (... )

Si se deciden que lo hagan rápidamente, pues no podemos seguir esperando por ellos. ¿Hasta cuándo van a estar vacilando? Todavía se cae Batista y no han dado un solo paso.

Lo revolucionario no es el golpe de Estado sino la incorporación de los militares a la lucha armada, además, es lo más seguro.

El triunfo revolucionario se consumó el primer día de 1959. La guarnición de Santiago se rindió a las fuerzas insurrectas y el Ejército Rebelde entró a la ciudad el primero de enero. Horas después Camilo y el Che tomarían posesión en La Habana de los bastiones principales de la dictadura. El golpe de Estado y la pretensión de dar continuidad al régimen fueron frustrados.

Hacia el final, Fidel expone en el prólogo al libro:

Ni Camacho ni nadie podían imaginar que el pequeño ejército de la Sierra Maestra podría derrotar al poderoso ejército de la tiranía, preparado rigurosamente por los más expertos del mundo en materia de represión y espionaje.

Camacho Aguilera, conspirador valiente y constante, visitaba, en autos siempre manejados por mujeres, las discretas viviendas de oficiales en los que, según sus informes, podía confiar, situadas en el Cuartel General de Columbia.

De Lidia y Clodomira, que hacían contacto de alguna forma con oficiales del ejército, no quedó ni rastro después de ser detenidas, y durante muchos meses nos quedamos en las montañas sin noticias de ellas.

Solo me queda contar que el 3 de enero, con un destacamento de solo 30 hombres que no había podido reducir más, me reuní en la ciudad de Bayamo con alrededor de 3 mil soldados y oficiales de la tropa élite del Ejército de Batista, que portaban todas sus armas, ametralladoras, cañones pesados, carros de combate y tanques. En ningún lugar me habían recibido con tanto entusiasmo como en aquel punto. No estaban recibiendo a alguien que tomara el poder tras un golpe de Estado, ni un político que obtuviera la victoria en unas elecciones, sino a un combatiente de pensamiento muy distinto al de ellos, que, sin embargo, había curado a todos los heridos y respetado la vida a cientos de prisioneros, que nunca permitió la tortura de ninguno de ellos, a pesar de los repugnantes y odiosos crímenes que la tiranía de Batista había impuesto a las Fuerzas Armadas. Una gran parte de aquellos hombres eran oficiales graduados en academias o suboficiales bien entrenados. Me habría gustado que muchos hubieran podido incorporarse a la sociedad, pero habían ya dos tipos de cubanos que eran irreconciliables tras los asesinatos y las torturas cometidas por el aparato represivo del odioso régimen: los militares y los rebeldes. Era algo absolutamente insoluble.

UNA PAREJA CONSAGRADA A LA REVOLUCIÓN

El recorrido que hace Gina por los años de gestación, desarrollo y coronación de la gesta libertadora parte de su experiencia personal compartida por Camacho Aguilera —pareja de excepcional consagración revolucionaria—, pero tal es la modestia de la autora que en la mayoría de los pasajes cede espacio para que otros protagonistas, y sobre todo, el pueblo, ocupen el plano principal.

La dedicatoria a Guantánamo se fundamenta en la iniciación revolucionaria de ambos en esa ciudad del extremo oriental del país, a raíz de la situación socioeconómica particularmente agudizada allí y el impacto del golpe del 10 de marzo de 1952.

A los lectores se les ofrece una muy completa descripción de la formación de las organizaciones revolucionarias en el territorio, los vínculos con Frank País, los preparativos para la lucha armada, el asalto al polvorín del central Ermita, la constitución del Movimiento 26 de Julio, las acciones del 30 de noviembre de 1956 y el alzamiento de la primera guerrilla local.

Gina y Camacho asumieron importantes tareas clandestinas luego del desembarco del Granma. El libro contiene una muy valiosa aproximación testimonial y documental a los antecedentes y desarrollo del levantamiento del 5 se septiembre de 1957 en Cienfuegos, así como de la labor de coordinación de las fuerzas revolucionarias en el interior de la antigua provincia de La Habana.

Dos capítulos están dedicados a los ya referidos contactos con elementos de las fuerzas armadas del régimen, y al seguimiento que Fidel dio personalmente a esa tarea, por la cual en dos ocasiones Gina y Camacho suben a la Sierra para recibir instrucciones. En una de esas estancias, Gina fue testigo de la constitución del pelotón femenino Mariana Grajales. En la recta final de la insurrección, Camacho asumió una nueva misión en Camagüey.

Al término de la lectura de esta entrega de la Editorial Ciencias Sociales, la cual estará disponible en la próxima Feria Internacional del Libro Cuba 2014, nadie dudará en calificarla como un hito en la literatura memorialística e historiográfica cubana.

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