Los artistas, cuando son genuinos y sus proyectos se basan en una expresión popular, no sucumben fácilmente a intereses de terceros que, por lo general, comienzan disfrazados de autenticidad y terminan expuestos como viles mezquinos.
Si hacemos un rápido repaso por nombres encumbrados del arte universal, notaremos que los más nobles siempre han actuado en consecuencia personal, con altos costos políticos –y económicos–para sus carreras, pero con la tranquilidad del reposo y la paz consigo mismos. Basta leer a clásicos como Shakespeare o Goethe para entender buena parte de la mala entraña que permea a la siquis humana para dilucidar que aquellos autores solo retrataban en algunas de sus obras a las sombras, al mal inherente de quienes, como Fausto, vendieron su alma al diablo.
Y podríamos preguntarnos cuán caro o no, y por qué algunos han preferido escoger caminos y enrolarse en aventuras sin regreso, sabiendo que como aquel desdichado personaje, no podrán mirar atrás nuevamente.
En el escenario cambiante de guerra virtual o hiperconfrontación cultural, en el cual nos vemos dedicados a responder, varios factores suman pírricas victorias y, como tal, celebran cual aquelarres. Pero, siendo sinceros, el sabor del éxito dura poco porque aunque hayan sido supuestos logros, no escapan al calificativo que antes expuse.
El imperio dedica millonarios recursos para invisibilizar nuestra cultura, y la música se halla dentro de un objetivo de primerísima prioridad. ¿Acaso no es esta industria la más rentable desde hace no pocos años? ¿Acaso no es la que tratan de utilizar para mantenernos como zombies idiotizados?
Entonces, la creación de antivalores, la negación del talento y el constante asedio a expresiones musicales de fuerte pujanza han sido –y son todavía–, líneas donde se ha enfocado una buena parte de la estrategia neoliberal al tratar de dinamitar todo lo que huela a Revolución, a cambio. Una sociedad creada y refrendada por seudovalores musicales, donde el consumo feroz y la apropiación de códigos de violencia son cada vez más rentables, es la que se quiere imponer a quienes plantamos bandera en contra de la hegemonía cultural creada en laboratorios o fundaciones de corte injerencista. Lamentablemente algunos sucumben al desenfrenado canto de sirenas, mientras otros –mayoría– tapan sus oídos como el sabio Ulises, sin dejarse engañar como tontos en pleno siglo XXI: no quieren vivir por migajas de visas o permisos de residencia, ni por dádivas para tocar en lugares de poca monta.
Por ello reciben a cambio una miserable campaña de desprestigio y linchamiento y toda la histeria imaginable que acompaña a la jauría. Algunos, inclusive, se unen a quienes piden invasiones contra Cuba, como si ello no fuera un acto de anexionismo y genocidio, y han cambiado grandes escenarios por un bar donde agonizan cantando 45 minutos y ante solo 150 personas. Esos pocos son, nunca lo dude usted, los Faustos y Macbeths de estos tiempos, los mismos demonios que antaño inspiraron a Goethe y a Shakespeare, que no dudarían en matar a quienes alguna vez consideraron familia.
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Carlos Noda dijo:
1
16 de octubre de 2020
21:10:47
DIP Respondió:
19 de octubre de 2020
10:40:26
Dinho10 dijo:
2
17 de octubre de 2020
07:16:05
mariza dijo:
3
19 de octubre de 2020
08:20:48
YB dijo:
4
19 de octubre de 2020
10:35:53
José L. Bustillo dijo:
5
19 de octubre de 2020
12:51:15
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