A veces parece que sí. Reconocerle a alguien, en el seno del propio colectivo o del ámbito familiar, sus méritos o aportes personales, se ha vuelto para ciertos dirigentes administrativos un asunto esporádico, algo poco menos que secundario ante las “ineludibles” obligaciones y compromisos cotidianos.
¿Es tan complicado, acaso, agradecer de manera oportuna a aquel que sobresalió en el cumplimiento de determinada tarea? ¿Cuesta mucho felicitar a un trabajador cuando hizo algo bien por pequeña que sea su contribución? ¿Será que hemos olvidado que a todos nos gusta que nos evalúen y nos estimulen por los aciertos?
¡Claro que no cuesta nada! Apenas una buena dosis de sensibilidad y comprensión de que los seres humanos, en cualquier contexto, no solo se mueven por intereses materiales, que también son importantes, sino por pequeños detalles que contribuyen a elevar la autoestima y el sentido de pertenencia.
¡Cuánto se agradece, a veces, una palabra de aliento o un gesto motivador que ahuyenten el pesimismo, el cansancio, las sensaciones negativas y el agobio ante tantas dificultades, para no dejarse abatir y seguir confiando en que, con el concurso de todos, se pueden hacer cosas grandiosas!
¿Hasta qué punto se siente estimulado, entonces, un trabajador al que se le entrega en el lugar y momento menos apropiados un certificado o diploma impreso malamente en una computadora, sin a veces explicar siquiera con argumentos convincentes el motivo de tal reconocimiento?
Abundan, asimismo, los lugares en que parecen resolverlo todo al obsequiar jabitas con tres o cuatro chucherías dentro, en actos huérfanos de toda solemnidad y emotividad, como para salir del paso en medio de un aniversario de la entidad, un chequeo de emulación o el cierre de una campaña productiva.
En tiempos en que tanto se necesita afianzar una genuina cultura del trabajo, a partir de una correlación armónica entre la estimulación material y la moral, son inadmisibles tamaños deslices que, lejos de mover los resortes emotivos de la gente, generan apatía, desánimo y desinterés.
Llegado este punto, qué bueno sería releer una y otra vez al Che, quien con su clara visión humanista del socialismo alertó tempranamente sobre el uso desmedido de los estímulos materiales como palanca impulsora de la producción en menoscabo de los incentivos morales.
Lejos de negar una u otra manera de reconocer el desempeño de las personas, lo que vale es lograr el justo equilibrio para que el trabajo deje de percibirse por algunos como una obligación y se transforme en una necesidad, en escenario de realización personal y satisfacción de las más entrañables expectativas.
De lo que se trata es de consolidar en cada lugar un clima laboral favorable, sobre la base del respeto, la participación efectiva de todos, la comunión de los intereses individuales y colectivos, y el espíritu solidario y de cooperación, única manera de alcanzar la excelencia empresarial a la que tanto se aspira.
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Orlando dijo:
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4 de diciembre de 2015
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ALMEYDA EL CAMAGUEYANO. dijo:
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