Algunos suelen afirmar de manera rotunda que la televisión debe ser “entretenimiento”.
Sentencia que, además de muy discutible, deja fuera un complemento de primer orden: ¿entretenimiento para qué tipo de público?
A nadie escapa que las formaciones socioculturales de nuestros días conforman un convivir de gustos en el que pesan de manera significativa aspectos tales como el sexo, la instrucción, la edad, los estados emocionales, el populismo, otros factores de diversa índole y, por supuesto, el imperialismo cultural del que no escapa ninguna nación y de cuyos patrones —constantemente remodelados— nos hemos alimentado desde el vientre materno.
Público disperso entonces para el que un “entretenimiento” satisfactorio necesitaría contentar los cien ojos de Argos, aquel gigante al que, luego de dormirlo con una música aplacible, el dios Hermes le cortó la cabeza.
Pero nada de dormirse frente al televisor.
Hay que contentar al que le gusta la telenovela, y al que la detesta (que los hay); al que aplaude y grita frente a un buen juego de béisbol y al que considera absurda tanta emoción por golpearse una pelota con un palo; al que está al tanto del último Woody Allen, y al que exige vuelvan a pasarle un filme donde la misma mujer de siempre, con el mismo cuchillo de siempre, trata de asesinar (en la última escena) al mismo tonto enamorado de siempre.
Sin bien existe un público con un gusto formado (o deformado, depende de los patrones con que se le juzgue), hay otro que se mueve en el terreno de las indefiniciones: un día es capaz de ver un largo documental sobre la alimentación de los romanos en sus campañas punitivas, y al otro día dice “no estoy para esto”, y cambia el canal, dispuesto a presenciar un juego de rugby cuyas reglas desconoce.
Un público escolarizado, el nuestro, puede encontrar instructivo (y no menos entretenido) un panel sobre un tema de actualidad, o cualquier comentario de índole cultural, mientras que otro público descalifica ese mismo programa a partir del concepto de que el entretenimiento está reñido con el accionar de las neuronas.
Amalgama del gusto en el que por suerte sobresale un público inteligente y de olfato afinado para detectar calidades y al que jamás los programadores de televisión (esa difícil tarea) deben ignorar, o confundirlo, con sus propias indefiniciones.
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CUBITABELLA dijo:
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