
Constituyó la expresión más nítida de eso que los franceses llaman joie de vivre, o alegría de vivir.
Era el suyo un gozo –sobre todo– por actuar, por entregarse a su público y contagiarlo de la buena vibra permanente que exudaba un ser humano caracterizado por la bonhomía y los deseos inocultables de regalarle dicha al mundo.
Verlo en la televisión, el cine y el teatro, o escucharlo en la radio, representaba una inyección de energía y felicidad, porque tomaba la escena para infundirle optimismo, júbilo y vitalidad.
Además de simpatía instantánea, su presencia en pantalla generaba corrientes de afecto, en parte despertadas por su cordialidad y talante afable; en parte, por la inocencia de aquella sonrisa –entre pícara y familiar– en la cual algunos identificamos a ese abuelo de cabellos muy blancos, risueño, ocurrente y protector, que tuvimos o quisimos tener.
Esta última era la imagen del Armando Fernández Soler (Cholito) de sus años postreros, la que más recuerdan algunas generaciones de espectadores cubanos; si bien su trayectoria artística fue increíblemente extensa, pues comenzó a los 11 años.
Este hombre –cuyo centenario conmemoramos hoy, 14 de agosto– adquiere el apelativo de Cholito, por el cual se le conociera durante largas décadas de trabajo, en 1951, en el programa Hogar moderno, del canal 6, mediante el personaje homónimo preparado para él por el escritor Francisco Vergara.
Actor de clara raigambre escénica, encontró en el teatro su forja formadora, la cual le regaló los instrumentos fundamentales para, luego, expandirse a todos los escenarios.
Multimediático y polifacético, Armando Fernández Soler supo comprometerse y corresponderse con los distintos soportes expresivos del arte de la interpretación, así como con diversos géneros dramáticos, no obstante ser la comedia el que lo definiese por antonomasia y en el cual incursionara desde 1939.
Humorista de una poderosa vis cómica que contaminaba las tablas, el set, el plató o el estudio radial, miles de cubanos le debemos al Premio Nacional de Radio 2005 otras tantas sonrisas al escucharlo en el programa Alegrías de sobremesa, codo a codo con otros grandes de la comedia cubana que nos hacían reír cada noche.
E igual se las debemos por su quehacer en los espacios televisivos San Nicolás del Peladero, La comedia del domingo o Los abuelos se rebelan, entre tantos otros.
Incorporó el humor hasta en personajes de la escena lírica, cuyo desarrollo impulsó en Matanzas y Holguín, además de respaldarla desde la actuación y la dirección.
El también asesor y pedagogo, alguien que se curtió mediante el trabajo ininterrumpido, las ansias de crear y su vocación autodidacta (solo alcanzó el noveno grado, en una Cuba seudorrepublicana de muy limitado acceso a la educación) compartió escena con otras grandes luminarias de este país.
Entre estas sobresalen Rita Montaner, Rosita Fornés, Consuelito Vidal, Mario Balmaseda y María de los Ángeles Santana, junto a quien recibiera, también en 2005, el Premio Nacional del Humor (ex aequo). La pareja de ambos en la serie Los abuelos se rebelan (1988) es inolvidable dentro de la historia de la teleficción cubana.
Cholito –fallecido el 5 de julio de 2006–, intervino además en varias producciones fílmicas, a la manera de Una gitana en La Habana, No me olvides nunca, Mella, Patty Candela, Los sobrevivientes, El recurso del método, El siglo de las luces, Entre la luna y Montevideo, Nada y Madrigal, su última película. En algunas de estas producciones estuvo a las órdenes de grandes directores como Tomás Gutiérrez Alea, Humberto Solás o Fernando Pérez.
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