ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Mirta Aguirre, esencial e inolvidable. Foto: Osvaldo Salas

Si solo hubiera escrito la Canción antigua al Che Guevara, habría sido suficiente para que jamás olvidáramos el nombre de Mirta Aguirre (1912-1980), la poeta que, con estos versos, se convertiría en una de las más sentidas voces que evocara al Guerrillero Heroico, al saberse de su muerte, inaceptable e incierta. Pero hizo mucha poesía, y con el estilo asumido, rescató estrofas olvidadas y demostró que podían ser muy modernas, al otorgarles motivos y preocupaciones de un tiempo posterior a los moldes de la tradición española.

Si solo hubiera publicado su ensayo en dos tomos La lírica castellana hasta los Siglos de Oro, habría bastado para que integrara la nómina de las más exhaustivas investigaciones firmadas por autores cubanos, pero emprendió muchas otras pesquisas, que se convirtieron en libros medulares como La obra narrativa de Cervantes, Un hombre a través de su obra: Miguel de Cervantes y Saavedra, Del encausto a la sangre: Sor Juana Inés de la Cruz, El romanticismo de Rousseau a Víctor Hugo, y Un poeta y un continente, por solo referir algunos títulos.

Encontrarla, no en balde, en los programas y en los libros de los primeros cursos de la enseñanza cubana revolucionaria –en el afán de colocar en ellos adivinanzas, canciones, rondas y juegos– significó un crédito seguro para que al recordar piezas como Quíntuples (Meñique se fue a paseo), Isla, Pescador y Retrato (Capitán tranquilo, dedicado a Camilo), entre muchos otros, la pensemos cordialmente. Y no es solo que no la olvidemos, sino que lo aprendido pasó a nuestros hijos, y a ellos corresponde transmitirlo consecuentemente. 

Dicen que la doctora Mirta Aguirre, la docente de la Escuela de Letras y Artes de la Universidad de La Habana, que dirigiría su Departamento de Lengua Española y Literaturas Hispánicas, era, a veces, un tanto áspera en el trato o la respuesta, pero ¿será que fue el temor natural de todo estudiante universitario a los profesores más recios –muchas veces los más admirables– lo que quedó guardado en el corazón de los que tuvieron el privilegio de recibir sus clases? ¿Qué habrán realmente percibido los que tuvieron el lujo de escucharla ofrecer valoraciones, en tiempos formadores y convulsos, como los primeros años de la Revolución?

Desde muy joven, se había incorporado a las luchas revolucionarias, y con 20 años se hizo militante del Partido Comunista de Cuba. Caras resultaron las acciones conspirativas de Mirta, quien durante la dictadura de Machado tuvo que exiliarse en México.

Delegada al Congreso Nacional Femenino en 1939, ya en 1941 era doctora en leyes, y estudia música, literatura y filosofía marxista. Su militancia resulta inquebrantable, y fue miembro activo de la Liga Juvenil Comunista, de la Liga Antimperialista y del Partido Socialista Popular. 

Al triunfar la Revolución, y antes de consagrarse a la docencia, dirigió la Sección de Teatro y Danza del Consejo Nacional de Cultura. Con su talento, se dedicó a instruir; y con su vocación humanista y emancipadora, a formar a las nuevas generaciones.

Fallecida en La Habana el 8 de agosto de 1980, hace ya 45 años, Mirta Aguirre es de esas intelectuales que, por donde quiera que se le mire, ilumina y alienta; tan sincera en el decir como en el hacer, algo que muy bien recogen estos versos: Pequeña o no, dejadme ir a la altura / a que puedan llegar mis pies sin guía. / Dejad que pruebe mis músculos, mis nervios, / la anchura de mi espíritu. / Dejadme ser a mí. / ¡Aunque no sea / cuanto hubiera podido! / Y aunque en barro se graben, ¡que sean mías / las huellas de mis dedos!

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