No son pocas las historias que se esconden tras las paredes de esa modestísima casa de madera que, ubicada en las afueras de La Habana, es la única edificación declarada Monumento Nacional en el municipio de Arroyo Naranjo. Sobre la puerta de la vivienda, su dueño había clavado un hurón muerto, teñido con azul de metileno. De ahí, el curioso nombre de la actual Casa Museo El Hurón Azul.
El inmueble, cuyo propietario no fue otro que el controvertido pintor Carlos Enríquez (nacido un día como ayer de 1900), posee la mayor colección de objetos personales y obras plásticas del artista, dado a una vida bohemia que transcurrió entre muchas mujeres y el alcohol.
Desde la pequeña morada, su refugio durante sus últimos años –que con el tiempo ha adquirido «un halo legendario»–, se nos revela la vida del que fuese calificado por Félix Pita Rodríguez como «el más cubano de todos los pintores»; uno de los primeros artistas que rompió con el academicismo de la década del 20, al ser un precursor de la vanguardia.
En conversación con Granma, Roberto Cobas Amate, curador de arte cubano del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), afirma que, desde sus primeras obras, se le vislumbró como «un rebelde del pincel», ya que se incorporó, con otros jóvenes artistas, a la incipiente lucha que libraba el arte moderno en la Isla.
«Ya en 1930 su pintura da un salto en cuanto a calidad, en sintonía con los nuevos modos de producción. Durante su estadía en Europa, se involucra con los movimientos en boga –el expresionismo y el surrealismo–, y encuentra su cauce en la obra de pintores como El Greco, Goya y Salvador Dalí», expresó.
De regreso a Cuba, en 1934, se relaciona de lleno con los artistas de la vanguardia y formula su teoría del romancero guajiro. Anota el propio Carlos Enríquez que el asunto plástico cubano de su época podía enfocarse de dos maneras: «la que yo llamo «habanera», y «la del resto de la Isla», que incluye la vida pueblerina, campesina, saturada de mitos y leyendas fantásticas de espíritus, aparecidos, güijes... En cambio, la habanera encierra una mezcla cosmopolita y folclórica, híbrida, desvinculada, sin responsabilidad nacional».
Él enmarcó su obra dentro de «la del resto de la Isla», y eso es visible en sus dibujos, pinturas y, también, en su narrativa, que consta de relatos y tres novelas.
El pensamiento de Carlos Enríquez, apunta el especialista, siempre fue contrario a la burguesía de la época, ya que pretendía que sus obras escandalizaran; idea que avala la intelectual Graziella Pogolotti, quien lo conoció personalmente.
Al calor de ese pensamiento, concibió cuadros como Campesinos felices (1938), un lienzo que inspira tristeza, en el que los trazos muestran a una familia pobre, famélica y deshumanizada, situación que era común para muchas de la república.
De sus creaciones, la más conocida es, sin duda, El rapto de las mulatas (1938), una obra en la que recrea un mito consagrado por la tradición pictórica –los raptos– y lo inserta en el contexto antillano, a través de los caballos, las mulatas y esa sensualidad de los trazos; con colores cálidos y transparentes, que se funden en un erotismo desbordado.
No podemos pensar a Carlos Enríquez sin su casa El Hurón Azul, ya que allí concibió gran parte de su producción y celebró fastuosos encuentros entre la intelectualidad cubana de la primera mitad del siglo XX.
Sus últimos días estuvieron marcados por la tristeza, los conflictos en sus relaciones personales y el abandono de sus seres más allegados. Es en su soñada morada donde, el 2 de mayo de 1957, el ya solitario pintor fue encontrado muerto, como consecuencia de su vicio por el alcohol, y con tan solo la compañía de su fidelísimo perro Calibán.
La Pogolotti, al preguntársele cómo lo definiría, expresó lo siguiente: «pienso que fue un rebelde en todos los planos de la vida y…, al mismo tiempo, fue una persona muy tierna, que trataba de protegerse, de hacerse una coraza. Sin embargo, esta no lo hizo invulnerable».
Lo que nadie discute hoy, al cumplirse 125 años de su nacimiento, es que su obra es una de las cumbres del arte cubano.
COMENTAR
Responder comentario