Es tan seductora la danza, que es difícil no haber soñado alguna vez con la escena y sentir que la música nos pone alas… Resulta común ver a las pequeñas imaginándose a sí mismas mariposas. A los adultos nos agrada contemplar ese instante de fascinación.
En el portal de una casa ubicada en el municipio de Diez de Octubre, una niña bailaba, bailaba, bailaba… Muchos de los que pasaron por aquella calle de La Habana captaron el mágico momento; lo que no podían saber era que la pequeña Sadaise Arencibia llegaría a ser Primera Bailarina del Ballet Nacional de Cuba y, por tanto, una de sus estrellas.
«Yo veía el ballet por televisión, y me llamaba la atención, como a muchas niñas les pasa, y siempre estaba improvisando. Ya después, cuando había tomado algunas clasecitas de ballet, hacía, supuestamente, la variación de Coppélia», nos cuenta Sadaise, Primera Bailarina de la Compañía, quien recientemente ha dicho definitivamente adiós, como intérprete, a los escenarios.
«Cuando uno es niño piensa que empiezas a estudiar ballet y ya vas a salir bailando muy rápido, y no es así. Entonces, muchos, cuando entran a la escuela, chocan con la realidad, con las clases que pueden llegar a ser tediosas, muy lentas. Pero eso no me sucedió a mí. Yo sabía que era así, y era lo que yo quería hacer», nos comenta.
«Yo desde chiquita quería ser bailarina, pero al mismo tiempo me decía: “no sé si podré”, porque pensaba que debía estar todo el tiempo en puntas, y que uno nunca se bajaba… Esas ideas las tienen los niños, pero, obviamente, no es así.
–Comienzas a estudiar en la Escuela Provincial de Ballet Alejo Carpentier; ya después, en la Escuela Nacional de Ballet. ¿Qué cambios se originaron en tu vida a partir del primer momento?
–El ballet nos atrae de pequeños, y empieza un poquito como un juego. A las niñas les da una curiosidad, una satisfacción bailar. Llegan ilusionadas al salón de ballet y se topan con el rigor de aguantar una posición de brazo o una posición de pierna, que siempre duele. Después empiezan otras presiones.
«La niña –o el niño–, que todavía es pequeña, tiene que estarse sometiendo, cada año a pruebas de ballet, también a que lo estén juzgando todo el tiempo, porque esas pruebas son delante de un jurado.
«Siempre te vas a sentir juzgado, y siempre con esa tensión de si pasarás la prueba o no para poder llegar a ser bailarina o bailarín. Entonces ya, desde los años, uno está experimentando esos sentimientos que para los demás se viven después. A su vez, viene la adolescencia, y es un periodo también difícil. Vienen también los concursos, que son muy buenos y trabajan a ese niño que tiene talento, pero al mismo tiempo son complejos.
«En mi caso, tuve siempre un biotipo con una predisposición natural hacia el ballet, no solo la figura, sino también las condiciones físicas. Eso, al principio, te allana bastante el camino. Pero también, por otra parte, te lo dificulta, porque entonces todo el mundo te exige más de lo que le exigen, quizás, a otras niñas. Y llega también el sufrimiento de los dolores de los pies».
–En 2005 bailarina principal, y cuatro años después, primera bailarina. Junto a ese crecimiento profesional, ¿crecías espiritualmente?
–Vas ganando, sí, confianza, seguridad, pero es una carrera de muchos altibajos y hoy estás bien y mañana no estás tan bien, y pasado vuelves a estar mejor, y así. De muchos altibajos también físicos, porque, incluso aunque estés en un momento de clímax en tu carrera, puede pasar, como me sucedió a mí, que estando yo en un punto álgido, en que me sentía superbién, me lastimé la rodilla. Y entonces, es para atrás de nuevo, volver a empezar casi de cero, y eso te aleja un poquito del escenario, de muchísimas cosas, de la seguridad, de tu confianza, de todo.
–¿Qué significó para ti entrar en el Ballet Nacional?
–Era el sueño, y más en aquella época, en que todo estudiante que salía de la Escuela Nacional de Ballet quería entrar en la Compañía.
–En tu desempeño has defendido muchos personajes. La princesa Aurora, el Cisne, la Reina de las nieves, Giselle, Carmen… ¿Se disfrutan todos por igual?
–Todos se disfrutan, pero se es más afín con unos personajes que con otros; algunos nos son diametralmente opuestos, aunque es rico también para uno, pues uno dice: «Bueno, puedo ser, en ese momento, esta persona que no soy».
«Hay personajes que me han marcado, por ejemplo, Giselle, y sobre todo la Willi, del segundo acto. Y Carmen, que desde que lo interpreté me han hecho elogios grandísimos. Además, Carmen me hace sentir muy poderosa, en ese instante. El lago de los cisnes es uno de los ballets que no puedo desligar de mi historia como bailarina, porque es uno de los que más me han marcado también.
–¿Qué se experimenta cuando concluye una función?
–Es difícil expresarlo con palabras. Se siente una satisfacción, un alivio muy grande, porque venciste algo para lo que te preparaste con tanto esfuerzo y con tanto tiempo y, sobre todo, cuando sabes que salió bien, porque cuando no quedas conforme, es todo lo contrario. Y les pasa a todas las bailarinas porque uno baila muchas veces en la vida. Esa noche en que se ha salido de una función y se ha tenido un buen resultado, es tanta la adrenalina que uno no duerme.
–Ahora te has retirado de los escenarios, plena, llena de luz... ¿De qué modo se quedan las tablas en ti?
–Eso siempre va a estar, porque hasta ahora yo he sido para todo el mundo, Sadaise, la Primera Bailarina. Y eso siempre lo acompañará a uno. Ese sentimiento es parte de mí misma; pero, por otra parte, sentí que ya necesitaba un cambio, ir dejando un poco atrás ciertas cosas y abrirme a otras. Y nunca va a ser una ruptura del todo, por supuesto, pero me siento bien con esta sensación.
–El pasado 23 de abril fue tu despedida, que ya no es noticia, pero sigue conmocionando a las personas…
–Sucedieron muchas cosas en mi vida profesional y personal que me hicieron decidirme, y cuando vi que bailaría Bodas de Sangre, en el rol de La Mujer, con Joaquín de Luz, que iba a tener ese privilegio, me dije: «Bueno, entonces lo puedo hacer aquí».
–Ese día el teatro te ovacionó, tal vez más que siempre. ¿Cómo guardas esa ovación?
–Mira, yo ese día sentí que todo el público de una vida entera dedicada al ballet, el que me ha seguido desde niña, estaba ahí. Y yo sé obviamente que no es posible, pero el calor que yo sentí esa noche fue como si todas esas personas me estuvieran acompañando.
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