Lo peor que le pudo pasar a La hora de Noelia fue quedar emparedada entre la telenovela brasileña de turno, la babilónica Mujeres ambiciosas y la serie española Las chicas del cable (cualquier parecido con un culebrón no es pura coincidencia). La preferencia de un sector para nada despreciable de la audiencia por estas producciones no garantiza que tengamos que marcarlas con un sello de calidad indiscutible. Ese análisis tendrá que abordarse en otro momento. Para colmo, Cubavisión ubicó La hora de Noelia los sábados.
En un medio que per sécula seculórum ha consagrado los horarios estelares de ese día de la semana a telespectáculos musicales o de variedades, algunos con fuertes componentes humorísticos, pero siempre aderezados por la música, como fue Sabadazo, la ruptura de la norma huele a pecado.
Como también salirse de las casillas de lo que entendemos por humor; tanto nos hemos apegado al costumbrismo que no podemos vivir, o para decirlo mejor, reír, sin él. Conste que quien esto escribe cree, siente y aplaude el humor costumbrista cuando es de ley y responde a la tradición o la renueva. Prefiero una y mil veces ver nuestra realidad bajo los brochazos de la pintura ácida, por momentos dolorosa por aquello de que el cubano se ríe de sus desgracias, que someterme al humor desleído que se hace llamar blanco o el de los tablazos o el de los chistes importados y mal adaptados a nuestra idiosincrasia.
Mas ello no debe borrarnos otras posibilidades de crear, admitir y disfrutar situaciones humorísticas. El absurdo, la parodia y la sátira son herramientas válidas, sugerentes y poderosas y a ellas apelaron Osvaldo (guionista y codirector) y Andrea Doimeadiós (actriz) para dar vida a Noelia Bermellón.
En buen cubano, no inventaron el agua caliente –flaca memoria la de quienes apuntan como novedad entre nosotros la stand up comedy, condenando al olvido a Carlos Ruiz de la Tejera y Mario Aguirre, por ejemplo–, pero la pusieron a hervir cuando más se necesitaba sacudir neuronas e inhalar un aire diferente en medio de tanta rutina. La cuestión no pasa por hacer reír –dicho así, pareciera una obligación soltar la carcajada como signo de aprobación–, sino por retarnos a transitar por una vía diferente en los entresijos de nuestra percepción, en la cual el dislate, el despropósito y el delirio operen como prismas para entendernos y entender a los demás.
Si Doime dio este paso es porque ya lo había ensayado desde los días del grupo Sala-Manca y porque aun antes tuvo una maestra en Ana Viñas, quien de algún modo se cuela en la construcción de Noelia. Si Andrea crece en su personaje, se debe no solo a lecciones aprendidas de muy cerca, sino al talento para depurar rasgos y mantener el equilibrio de un carácter desequilibrado, en un programa en el que maquillaje, escenografía, vestuario y algunas actuaciones complementarias fueron imprescindibles.












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