
Publicado el 18 agosto 1993.
"¿Para qué quieres una entrevista, si ya sabes lo que te voy a contar?", me dice Gabriel García Márquez a las puertas del Hotel Nacional, mientras desvía la mirada hacia las curvas de una mulata que camina con el ritual de una sacerdotisa que ofrenda sus venturosos dones al sueño de una noche de verano.
Estamos en el mismo sitio donde dieciocho años atrás vivimos una escena parecida. Me despedía entonces del amigo peruano Winston Orrillo, cuando García Márquez se acercó y dijo: "Miren esa mujer deslumbrante". La mujer pasó de largo sin hacernos caso. Winston irónicamente comentó: "Caramba, Gabo, si fuéramos peloteros nos hubiera mirado. Somos escritores y eso no cuenta".
García Márquez era por entonces el famoso autor de Cien años de soledad. No bastándole, ahora es PremioNobel y pocos dejan de reconocerlo como el feliz creador de El amor en los tiempos del cólera, El general en su laberinto y Doce cuentos peregrinos, a más de su dimensión en tanto hombre público, solidario, batallador.
Esto que cuento sucede en los últimos días del último julio. El encuentro puede resumirse así:
—Me enteré que estás desarrollando un taller en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños...
—Allá estoy, trabajando como un condenado y divirtiéndome bastante, porque a los alumnos se les ocurren cada idea, que a veces me pregunto de dónde sale el prejuicio de que nuestro cine está huérfano de buenas historias.
—¿No será que a la hora de realizarlas falta oficio, madurez, herramientas para expresarlas?
—Hay casos y casos. A veces también queremos que la facturade una película hecha por nosotros se parezca a la factura de Hollywood o de Roma. Puede haber otras formas de contar. Pero si de ideas se trata, yo te digo que tenemos materia prima para que se refleje nuestro mundo con profundidad y sin aburrimiento. Ah, lo que pasa que algunos, bajo el pretexto de intelectualizarlo todo, son más aburridos que el demonio.
--¿Por qué no hablamos, allá en San Antonio, de esos temas? Cine, literatura, diversión, aburrimiento.
—¿Para qué quieres una entrevista, si ya sabes lo que te voy a contar?
—Para que los lectores no se aburran.
—Bueno, espero no hacerles cerrar las páginas del libro que estoy escribiendo. Vamos a ver si hay tiempo para la entrevista.
No hubo tiempo ni lugar. Entre el taller de cine, las distancias, la hiperactividad de García Márquezen La Habana y la locura de los teléfonos, quedarnos para una próxima ocasión.
Pero también quedó la punta del iceberg, como solía decir Hemingway de la sustancia de sus cuentos. Aquel breve e inconcluso intercambio dio pie para seguirle la pista a García Márquez en su aventura actual.
Por ejemplo, un cable de Prensa Latina reseñó, varios días después, unas declaraciones suyas a la edición colombiana de Cambio 16, en las que decía: "Ciertos libros, como El paraíso perdido, de Milton, significaron una batalla contra el tedio, en la que fui el gran perdedor (...) Al lectór hay que hipnotizarlo y lograr que no tropiece, pues entonces despierta y se va. Por eso a Santiago Nassar lo matan en el primer capítulo de Crónica de una muerte anunciada, manera de evitar que todo el mundo saltara al final para ver si el personaje era asesinado o no".
Mucho más tarde, en días recientes, García Márquez se encontraba con Fidel en Cartagena de Indias. Otras declaraciones explican la obsesión del narrador en esa deslumbrante ciudad del Caribe colombiano. Allí transcurre la acción de su próxima novela, titulada provisionalmente Del amor y otros demonios, una historia sentimental que, en lugar de las vicisitudes de la coleta, se mueve en torno a un caso de rabia.
¿Para qué le voy a hacer una entrevista, si ya les estoy contando lo que sucede con García Márquez?
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