Cien años de soledad y más quedarán en la literatura de habla castellana y universal ante la dolorosa pérdida de uno de los más grandes de sus representantes. Mejor llorarlo sin lágrimas. Tenerlo en el recuerdo de aquella sonrisa tierna dada en una ocasión irrepetible a este diario en la Casa de las Américas.
Gabriel García Márquez, el aracateño (6 de marzo1927) dijo adiós este jueves a sus bien logrados 87 años, en el DF mexicano, donde apostó un día por seguir su ya enrumbada vida. El Premio Nobel de Literatura, fervoroso admirador del pueblo cubano, del ideario de su Revolución y compañero entrañable de su máximo inspirador y líder histórico Fidel Castro, a quien además le unía, “una amistad intelectual”, según aseguró a los tantos reporteros que le entrevistaban. El Gabo, uno de los fundadores de la Agencia Prensa Latina y junto al cineasta argentino Fernando Birri y nuestro realizador Julio García Espinosa, dio cuerpo y alma en diciembre de 1986 a la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños.
Pero Granma tiene su remembranza de una manera especial. Cuando en marzo del 2007 a punto de partir para Colombia a festejar sus 80 años dijo a esta redactora, que pudo estrecharlo en un inesperado abrazo a pesar de sus esquivos encuentros ante el cotidiano acecho de los periodistas: “no doy nada que sirva de titular”. Y le brilló la suspicaz mirada. Sucedió en una ceremonia donde asignó al trovador Pablo Milanés la distinción Haydée Santamaría, por su destacada y activa participación en el desarrollo de la cultura del pueblo cubano y sus relaciones con la Casa de las Américas.
“Es primera vez que impongo una condecoración a alguien menor que yo”, dijo desplegando una amplia sonrisa el escritor colombiano, cuya llegada entonces a Cuba coincidió con la celebración mundial por su 80 cumpleaños, los 40 de la publicación de su imprescindible novela Cien años de soledad y los 25 de que se le concediera el Premio Nobel de Literatura.
Luego su espontánea confesión: “es una felicidad que pueda estar todos los años cada rato aquí en Cuba. Me voy pronto porque tengo que ir a festejar a alguien que cumple 80 años en Colombia”, explicó pleno de su habitual sagacidad. Quiso alentar a los jóvenes escritores de la Isla “a que escriban, pero no hagan nada falso y tengan paciencia. Al principio se está muy descorazonado, pero con el tiempo resulta y va creciendo”.
Así quedó en esta página cultural aquella figura que atavió las letras hispanas de premoniciones e historias mágicas. El escritor y periodista de más de 40 millones de títulos vendidos y una obra patrimonial traducida a unos 36 idiomas. Ese que un día no tuvo más remedio que salir de Macondo aunque los lectores no quisieran reconocerlo en otros espacios. Ahora, pienso tan solo en su partida hacia otro viaje fluvial acompañado de Florentino Ariza.
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