El olor a grasa fresca y el sonido de llaves ajustando tuercas han reemplazado, por ahora, al dulce vapor de los bagazos. Aquí, en el corazón industrial de este ingenio que lleva el nombre de la más brava de nuestras raíces, la zafra no es un plan en un papel: es un sudor que cae sobre hierros calientes.
Yoany Sosa Riera lleva 17 años mirando de frente a estos molinos. Cuenta mil batallas mientras sus manos, curtidas por el oficio, revisan el acoplamiento del molino 3. Sabe que no ha sido fácil, que han tenido que inventar, buscar de aquí y de allá para poner a punto el central.
Durante las reparaciones, se montó un segundo juego de cuchillas del basculador, alistaron los molinos, instalaron un condensador que trajeron desde el Central Brasil, en Esmeralda, y se dieron los toques finales a todas las tuberías de vapor del ingenio, principalmente de la caldera y así garantizar eficiencia y eliminar las pérdidas de vapor.
La mirada es clara, todos persiguen el mismo objetivo, arrancar la zafra cuanto antes y lograr fabricar esas 4 076 toneladas de azúcar comprometidas que junto a las 14 000 toneladas que harán los azucareros de Carlos Manuel de Céspedes, completan el plan de la provincia.
LOS HOMBRES DETRÁS DE LAS MÁQUINAS
Son 385 historias que se empalman con la del central. Como la de Daniel Padrón Montoya, moledor, de 31 años, técnico medio en veterinaria. «Terminé el servicio social y me quedé», dijo, como si no necesitara más explicación, y por si fuera poco él mismo ha reparado sus equipos. «Eso me da confianza», aseguró mientras ajusta una transmisión que ya conoce muy bien.
La jornada, aún en reparaciones, es «de sol a sol», de siete de la mañana a siete de la noche, dice Yoany, y en esa frase va el orgullo de una provincia entera que espera oír otra vez el rugido de las máquinas de uno de sus ingenios más eficientes.
En el Taller de maquinado no hay pausa. De allí sale buena parte de las soluciones que echan adelante el central ante las roturas. Con el sonido de las máquinas de fondo y sus manos llenas de grasa, Orlando Reina Martín, jefe de esta área, resumió esta etapa en una frase: «La reparación ha estado enredá por la situación del país», y agregó que han hecho las cuchillas nuevas, los raspadores, la tornillería y las reparaciones de bombas».
Tomás Alexander Pérez Mejías, director de la Empresa Agroindustrial Azucarera Siboney, explicó a Granma que, a diferencia de otros años, recuperaron el 100 % de la plantilla después de la meladura de agosto. Aquí las soluciones se miden en horas, no en días. El tiempo es caña que se pierde, azúcar que no se cristaliza.
LA ZAFRA ES MÁS QUE UN PLAN
A pesar de llevar dos años sin producir azúcar, el Central Siboney en agosto arrancó sus turbinas en saludo al 13 de agosto. Produjo 804 toneladas de meladura, movió en sus propios camiones hasta Amancio con lo que ingresaron 28 millones de pesos y, además, generó electricidad. Fue un guiño, un recordatorio: «Aún podemos, por difícil que esté el momento».
Ahora el plan es ambicioso: 61 días de zafra, 63 000 toneladas de caña, con un rendimiento estimado de 7.12. Y después, otras 20 000 toneladas para hacer 1 500 toneladas de meladura. La caña está en los campos. La semilla de la próxima contienda, asegurada, según refiere Tomás Alexander.
La caña bien merece una alerta aparte. Los azucareros de esta provincia pretenden llevarla hasta Sibanicú desde municipios no tan cercanos como Vertienes, pero a qué costo, con qué calidad llegaría, cuál sería el rendimiento, son preguntas que se tendrán que responder.
Mientras el Siboney lucha por arrancar, otro central camagüeyano busca cambiar los malos récords de los últimos tiempos, el Carlos Manuel de Céspedes, que este año pretende hacer unas 14 000 toneladas, y es que hay algo claro, esta zafra es más que un plan, se trata del azúcar que tendrá Camagüey para su consumo en los próximos meses.
El Siboney puede entregar un megawatt por hora al sistema eléctrico nacional. Y en tiempos en que un megawatt se agradece, este no es un dato menor: es un acto de soberanía y de resistencia. Pero primero tiene que arrancar. Los planes los escriben los hombres, pero los cumple la logística. Y a veces la logística se atrasa.
Yoany, Daniel, Orlando y los otros 382 siguen ahí. De sol a sol. Ajustando, probando, esperando con la certeza de que ellos están listos. Porque en el Siboney, como en toda esta Isla azucarera que resiste, la zafra no es solo un compromiso económico. Es un acto de fe. Una promesa que se defiende con llaves, con sudor, con la terquedad de quien sabe que el dulce más valioso es el que se gana con las propias manos. Este Siboney, buen guerrero, sabe que la pelea está dura pero hay que darla.



















COMENTAR
Responder comentario