
El viaje hacia el epicentro del desastre en las líneas de 220 kilovatios (KV), que alimentan de corriente eléctrica al municipio de Bayamo, comienza en un Kia blanco de cuatro puertas, guiado por las manos experimentadas de José Luis Álvarez Caboverde, un holguinero.
Su historia es uno de esos tantos ejemplos de resiliencia: chofer desde 1986, jubilado y recontratado, un hombre que ha visto mucho. Misiones como la actual, de ir y llevar personal por estos caminos, son comunes tras el paso de un huracán como el que azotó recientemente a las provincias orientales.
Al escucharlo, pareciera que uno dialoga no solamente con un conductor, sino con un especialista en líneas. Deben ser los años yendo y viniendo con los linieros, o de escuchar a Raydel Díaz Vega, director de la Empresa de Construcción de la Industria Eléctrica en Sancti Spíritus (ECIE), cuya misión es construir, operar y mantener las líneas y subestaciones de 220 KV, es decir, transmitir la electricidad que se genera.
«Mire, periodista, aquí lo que piensan es poner las torres de emergencia... Eso es para un mes, 45 días...», dice José Luis mientras mantiene la mirada fija al volante.
Detalla que es la alternativa más rápida frente a la titánica tarea de ensamblar las torres originales, de las que «muy pocas cosas se podrán recuperar».
Su voz es la primera crónica del desastre: «Ahí en esa zona el viento sí batió duro. Debe haber estado en el orden de los 200 kilómetros por hora..., con Sandy fueron dos torres nada más, pero este se llevó siete.
«Lo más malo de ahí son las condiciones del terreno. Si la naturaleza siguiera con este sol tres o cuatro días, avanzamos más. Esos linieros trabajan como leones», enfatiza.
«Yo no he entrado hasta allá, hasta donde van ustedes, pero el jefe mío (Raydiel) ha tenido que entrar en un Ural, eso es un carro de aquí a allá y las gomas de este tamaño», acentúa con el movimiento de sus manos, mientras hacemos parada para llevar la merienda y el almuerzo en la paladar Don José, en Los Cocos, Jiguaní.
Durante las dos horas de trayecto la conversación fluye sobre las adversidades que son el preludio de la hazaña. Habla de los 108 hombres albergados en la escuela de arte Manuel Muñoz Cedeño, a merced de mosquitos que «quieren levantarte en peso», en una situación anómala y desprovista de condiciones básicas. «La comida sí es buena pero poca, como para niños. Hoy se resolvieron algunos hielos y se hicieron algunos conectos porque estaban ahí, a base de agua caliente».
Ellos fueron los últimos en llegar, por eso les tocó, como decimos en buen cubano, «bailar con la más fea»; porque el hotel Sierra Maestra ya estaba a tope.
Acostumbrados a hospedarse en lugares donde no tienen que llevar avituallamiento, les tomó por sorpresa el llegar y no disponer de sábanas, mosquiteros, almohadas, un contexto como para «chillar gomas»; sin embargo, los linieros no se despintan y siguen ahí:
«Como hay principios, la gente tira pa'lante», sentencia.
Nos habló del coraje de esta tropa especializada que se juega la vida a 42 metros de altura: «Ahí no anda ningún liniero que no sea especializado...».
Él, desde su volante, es testigo privilegiado de este «trabajo de armas tomar» que en tantas ocasiones ha devuelto la vitalidad del servicio eléctrico tras el paso de eventos meteorológicos a lo largo de Cuba.
PREÁMBULO
La comunidad de Dos Ríos se presenta ante nosotros con su Monumento a José Martí semioculto por la maraña de la vegetación que guarda la memoria de su caída.
El paisaje humano es igualmente austero: los linieros aprovechan la sombra de los vehículos para almorzar, ante la falta de árboles.
–¿Está difícil el acceso?, pregunto.
–Sí. Lo mejor es que aprovechen la carreta que va para allá a llevar alimentos. Son unos cinco kilómetros desde el Monumento de Dos Ríos hasta las torres de alta tensión.
Me explica que son de Sancti Spíritus y están allí desde el 31 del mes pasado, trabajando sin pausa en la restauración del tendido eléctrico.
–Eso sí, fórrese bien –me advierte con mirada experta–.
–¿Y está muy húmedo el terreno más adentro?
–Sí, todavía está drenando. Sigue inundado. Le vendrían bien unas botas de agua.
Mi interlocutor agrega un consejo técnico, fruto de la experiencia: «si se limpia el yerbazal alrededor de la torre, el sol seca más rápido el terreno».
Luego viene la advertencia inevitable sobre la fauna del lugar: ahí sí hay mosquitos, para qué hablarle. Pero este mosquito de aquí no nos preocupa tanto como el que tenemos en Bayamo. Este de aquí es «jabao», como digo yo, no es de rayas.
DE DOS RÍOS A LAS TORRES
La última etapa del periplo, los cinco kilómetros que separan el Monumento de Dos Ríos de las torres de alta tensión, nos fue posible transitarlos en la carreta de Isidro Méndez Chacón, un campesino de la ubpc Raúl Sánchez.
En un contexto en el que la tecnología ha retrocedido ante la fuerza de la naturaleza, este es el vehículo más eficaz; o un Ural, pero estas son palabras mayores.
Este no ha sido el único acto de buena voluntad, Isidro también trasladó evacuados de La Yaya, ayudó a limpiar el puente, y a llevar linieros y alimentos de Dos Ríos hasta las líneas de alta tensión.
El panorama a ambos lados del camino es desolador. Los holguineros comentan que, en su zona, no vieron «semejante desguace en la vegetación».
Es un paisaje apocalíptico y silencioso. Potreros inundados flanquean el camino, como espejos rotos que reflejan un cielo indiferente. Barreras de cardón chino, doblegadas y «lamidas por el viento», simulan una rendición masiva.
Isidro recuerda con escalofríos aquella madrugada: «Uno conoce el silbido del viento, pero aquello era un ruido extraño, un murmullo que metía miedo. Yo sentí en mi casa traquear la mata del frente. Solo pensaba en lo que podía estar pasando afuera.
«La escuela José Martí la hizo flecos; le arrancó ventanas y techo. Acabó».
De los troncos, penden ramas quebradas, colgando como miembros fracturados que se niegan a la separación final. Creo que persistirán por meses, hasta que algún campesino las rescate de a poco para alimentar su fogón.
La tierra, saturada de agua, exhala una humedad que dificulta cada paso. Lamentablemente no podemos entrar. Nuestra retirada es inminente.
LA ESTRATEGIA
Dicsán Lescay Despaigne, director técnico de Transmisión de Santiago de Cuba, tiene clara la operación.
«La estrategia es, primeramente, liberar un circuito, parar unas torres de emergencia para poder darle alimentación a la provincia, porque no hay otra forma de hacerlo».
El enemigo principal no es solo el acero retorcido, sino el terreno mismo. «Un terreno muy bajo, inundado, saturado..., eso hace que los camiones se empantanen». La solución esperada son los buldóceres y tractores que permitan el paso de la tropa y los materiales. El plan consiste en erigir torres de emergencia, más livianas y rápidas de instalar, para crear un circuito provisional que alimente la subestación de 220 KV de Bayamo, en un plazo de tres a cuatro días. «Eso es para un momento», aclara Lescay, «luego vendrá la solución definitiva».
Las torres originales, gigantes, de celosía de acero de hasta 42 metros y 12 toneladas, yacen vencidas. Seis de ellas cayeron, algunas en una secuencia dominó (las 78, 79 y 80). La tropa a su mando es un ejército especializado, una amalgama de Cuba: brigadas de Pinar del Río, Matanzas, Sancti Spíritus, Villa Clara, Ciego de Ávila, Camagüey, Holguín y Santiago de Cuba.
Alberto Pérez Rodríguez, con 45 años en el oficio, forjador de miles de kilómetros de líneas, resume la tarea con una contundencia que nace de la experiencia: «El trabajo está duro, duro, duro. El problema es llegarles a las estructuras..., necesitamos equipos». Pero no hay lugar para la duda. «Uno sale, deja a su familia y viene aquí. Hay que hacerlo».
Es un trabajo de titanes, en el que los linieros, como modernos Prometeos, se trepan a 42 pies de altura para robarle al cielo la chispa de la civilización y devolvérsela a la tierra. El camino está empantanado, los mosquitos son una plaga constante, y el terreno es un adversario más.
«No se preocupe, periodista, esta historia hay que hacerla, porque hay que hacerla. El sábado alístense que volveremos a entrar», nos recalca Raydel Díaz Vega.
De regreso, el paisaje se vuelve predecible, un decorado conocido que nos concede el privilegio de descansar la vista. La tranquilidad se completa con una llamada que confirma la compra de almohadas, sábanas y mosquiteros para los linieros. Pronto, el sueño les será más clemente.



















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