Las Tunas.–Los ojos de Teresa Núñez Valle se humedecen aunque por instantes brillan de alegría, en una mezcla de sentimientos entre los que predomina la nostalgia, el alivio, la confianza y la satisfacción de saberse viva, saludable y decidida a ir hacia el futuro.
Ella reside en Guamo, ese apartado poblado de la geografía granmense que se ha vuelto conocido por estos días porque el huracán Melissa y el río Cauto amenazaron con desaparecerlo junto a su gente. Pero, la oportuna evacuación lo impidió.
A bordo de un tren, y con la urgencia del momento, llegó a Jobabo, municipio de Las Tunas que se convirtió en refugio para miles de personas. De ahí quiso venir a esta ciudad, a la casa de un pariente. Y lo hizo junto a otros 40 familiares y conocidos.
La cifra asustaría a cualquiera; no a los hermanos Mariano e Idalmis Corría Avilés. Ellos nacieron en Guamo, hace más de 50 años y por su gente harían cualquier cosa. Por fortuna no están solos, porque los vecinos y el grupo de trabajo comunitario de la circunscripción 135 se sumaron a todas las labores.
También ayudaron los trabajadores del Consejo Electoral Provincial, en el que Mariano se desempeña como chofer. Llegaron cargados de confituras, ropas, zapatos y otras donaciones para que a su regreso lleven consigo los necesarios artículos.
En el amplio patio caben todos. Mientras unos pican leña, otros barren, friegan, limpian arroz, atizan el fogón y preparan los condimentos. «Lo importante es la disciplina –dice Mariano– y aquí cada uno sabe lo que le corresponde hacer».
Los adultos saborean café dos o tres veces al día y los niños juegan bolas y se disputan algún juguete, porque ellos no calculan el peligro que corrieron y creen que esto es una gran aventura, un paseo, otra oportunidad de ser felices.
Pronto regresarán a su tierra y, por suerte, ya saben que ninguno de ellos tendrá que lamentar pérdidas significativas en sus hogares. Los sembrados y algunos animales sí fueron víctimas de Melissa, por lo que habrá que recomenzar algunos empeños.
Tiempo tendrán porque tienen vidas, cuidadas en Las Tunas con esmero. En ellos, y en los demás que llegaron al Balcón del Oriente, la gratitud es inmensa, porque como dijo una de las vecinas: «esta provincia abre sus puertas y también, los corazones».



















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