ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Archivo

Setenta y dos años después, la memoria de aquel 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba permanece viva, como génesis de una conciencia que cambiaría para siempre el destino de una nación.

El juicio por la Causa 37, iniciado el 21 de septiembre y culminado el 16 de octubre, fue mucho más que el enjuiciamiento de los asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes; fue el teatro absurdo de una tiranía desesperada, que intentó, en vano, enterrar las ideas bajo las bayonetas y las sentencias prefabricadas.

La sala del Hospital Civil, convertida en improvisado tribunal, fue el escenario de una farsa grotesca. Allí, entre soldados armados y periodistas amordazados por la censura, la tiranía batistiana creyó poder silenciar la verdad. Pero no contaban con la estatura moral del principal acusado, el joven abogado Fidel Castro Ruz, quien, privado de sus derechos más elementales –incomunicado, sin acceso al sumario–, convirtió el banquillo de los acusados en una tribuna de denuncia.

Con una serenidad que helaba la sangre, Fidel desnudó ante el mundo las ilegalidades del proceso: la inclusión de opositores ajenos a los hechos, los 55 asesinatos de revolucionarios luego de ser hechos prisioneros –cuando solo seis habían caído en combate– y la complicidad de un poder judicial que había abdicado de su deber.

En medio de aquel silencio cargado de tensión, su voz se alzó para convertirse de acusado en acusador. Su alegato, conocido después como La historia me absolverá, devino crítica contundente contra la opresión, y, al mismo tiempo, un programa libertario.

Allí expuso los males de la Cuba de entonces –la miseria, la corrupción, la injusticia– y esbozó con claridad visionaria las leyes revolucionarias que, años más tarde, se harían realidad: la Reforma Agraria, la educación universal, la soberanía nacional.

El fiscal Francisco Mendieta Hechavarría había pedido para él 26 años de cárcel. El tribunal, en una deliberación que apenas duró minutos, impuso 15. A decir de la periodista Marta Rojas –testigo presencial de aquel momento–, Fidel escuchó la sentencia erguido y sereno, porque sabía que las palabras pronunciadas en aquella salita resonarían más allá de sus muros, traspasando rejas y fronteras.

Hoy, a 72 años de aquel juicio, recordamos que las condenas a Fidel, a su hermano Raúl, a Haydee Santamaría, a Melba Hernández, y a los demás moncadistas, no fueron el final, sino el verdadero comienzo.

Como afirmaría Fidel una década después, el 26 de julio marcó el inicio del camino que condujo a la Revolución. Y como sentenció Raúl, en aquel amanecer del 26 de julio, comenzó, sin que nadie lo supiera entonces, el inicio del fin del capitalismo en Cuba.

La historia, efectivamente, los ha absuelto. No como un veredicto del pasado, sino como un eco perpetuo que sigue inspirando la lucha por un mundo mejor. Porque el Moncada no fue una derrota, sino la primera semilla de una victoria que aún resplandece en la memoria de los pueblos.

COMENTAR
  • Mostrar respeto a los criterios en sus comentarios.

  • No ofender, ni usar frases vulgares y/o palabras obscenas.

  • Nos reservaremos el derecho de moderar aquellos comentarios que no cumplan con las reglas de uso.