ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Fotocomposición Carlos M. Perdomo

Manzanillo, Granma.–Al cruzar el umbral del Parque Museo La Demajagua, Monumento Nacional, el tiempo se suspende. Aquí las piedras no callan: son guardianas de memorias, testigos del parto violento y glorioso de una nación. En este santuario natural, cada hoja que susurra parece repetir el juramento que cambió para siempre el destino de Cuba.

Fue en la alborada del 10 de octubre de 1868 cuando Carlos Manuel de Céspedes, en un acto de insurrección poética, convirtió el hierro de los grilletes en el bronce de la libertad. Aquel repique no solo convocó a misa: fue el primer latido del corazón cubano, un tañido que resonaría por siglos.

Cien años después, en un acto de justicia histórica, las ruinas del ingenio –símbolo de opresión– se transfiguraron en templo de la memoria. Bajo la visión de Fidel Castro Ruz y las manos de Celia Sánchez, el lugar renació como Parque Museo Nacional, completando un ciclo sagrado entre el grito original y su consagración perpetua.

LA ARQUITECTURA DEL JURAMENTO

La respuesta colonial fue un huracán de fuego. El 17 de octubre de 1868, el barco Neptuno, perteneciente a la metrópolis, depositó su ira sobre estos cimientos, con el propósito de borrar el pecado original de la rebelión. Convirtieron el ingenio en un esqueleto humeante, creyendo que con cenizas enterrarían las ideas.

Pero la historia tiene ironías poderosas: de la tierra violada nació un jagüey testarudo que, como abrazo verde de la patria, protegió entre sus raíces una rueda dentada del ingenio. La naturaleza se hizo cómplice de la memoria, creando un relicario vivo en el que la destrucción fue derrotada por la vida.

La arquitectura actual no compite con este paisaje sagrado, lo acompaña. Un muro de lajas cuenta en seis etapas la epopeya revolucionaria, mientras un pasillo pétreo guía al peregrino hacia el santuario interior, donde aguarda la campana del ingenio.

RELIQUIAS DE LA PATRIA

En la sala museográfica cada objeto es un verso en el poema fundacional: la base de la máquina de vapor que fue testigo del primer grito; las calderas que cocieron tanto la melaza como los sueños de libertad; la volanta, la catalina, un fragmento de la torre y restos de los tachos, entre otros objetos.

Entre estas paredes se custodian vasijas que emergieron de las entrañas de la tierra durante la construcción del museo, armas que una vez defendieron ideales, y hasta fragmentos del ataúd de Candelaria Acosta (Cambula), la joven que hiló a mano la bandera del alzamiento del 10 de octubre.

Por este recinto han desfilado las conciencias de la nación: desde Fidel y Celia en la inauguración, hasta Raúl Castro y Vilma Espín; desde el niño Elián González, hasta tres de los Cinco Héroes. Cada visita es un reencuentro con los orígenes, un diálogo entre generaciones. Cada sendero, cada placa, cada estructura conservada, guía al visitante a través del umbral del tiempo, hacia aquel amanecer de 1868 y hacia nuestras gestas independentistas. No es una arquitectura de ornamentos, sino de símbolos, un diálogo eterno entre el paisaje y la epopeya.

LA DAMA DE BRONCE

Tras su repique glorioso, el 10 de octubre de 1868, la campana quedó sepultada entre las ruinas del ingenio con el bombardeo que sufriera la propiedad; luego, escondida en barracones, robada y recuperada. Su historia es la metáfora de la propia Cuba repetidamente silenciada, pero siempre renaciente.

Desde su regreso definitivo, la campana de bronce, de 94,07 kilogramos, solo ha abandonado su santuario en cuatro ocasiones, siempre para presidir momentos fundacionales: congresos de la Juventud, del Partido y sesiones históricas del Parlamento cubano.

Su última salida fue la más conmovedora, en 2016, cuando con autorización del General de Ejército Raúl Castro Ruz, sus repiques llamaron al silencio en el cementerio Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba, para despedir al mismo hombre que décadas antes la había rescatado del olvido. El círculo se cerraba con poesía dolorosa.

EL ECO ETERNO

El parque museo nacional La Demajagua es más que un recinto: es el código genético de la cubanía grabado en piedra y bronce. A 57 años de su consagración como institución museológica, sigue enseñando que la dignidad no se estudia en libros, se vive en este espacio cargado de memorias.

Hoy, la campana permanece en su sitio. Su silencio es más elocuente que cualquier discurso, recordándonos que algunos sonidos –como la libertad por la que se tañó– nunca dejan de resonar en el alma de una nación.

De la tierra violada nació un jagüey testarudo que, como abrazo verde de la patria, protegió entre sus raíces una rueda dentada del ingenio. Foto: Pastor Batista Valdés

               

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