ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
En el Tribunal Popular Provincial de Ciego de Ávila, el 80 % de la plantilla se compone de mujeres. Foto: Pastor Batista Valdés

Tal vez una de las primeras expresiones de justicia, cuando la Revolución olía a sueño entre las elevaciones de la Sierra Maestra, fue la sensibilidad de Fidel para entender que mujeres como Celia, Vilma y otras tenían todo su cubano derecho a compartir con él, y con los demás guerrilleros, los rigores y peligros que engendraba aquel escenario de combate.

Ni hablar, luego, del nacimiento del pelotón femenino honrado, nada más y nada menos, con el nombre de Mariana Grajales, encabezado por Delsa Esther (Teté) Puebla, una mujer a quien, con grados de general de Brigada, hoy Cuba entera sigue adorando.

Fue, sin embargo, la creación de la Federación de Mujeres Cubanas punto cumbre en el reconocimiento al papel protagónico de la mujer y su total derecho a formar parte de todos los procesos en la vida económica, social y política de la nación.

Dicho en otros términos: la Revolución continuaba haciendo justicia, en tierna reverencia ante quienes habían arrastrado consigo siglos de subestimación, relegadas a quehaceres propios de un entorno hogareño en el que, por lo general, la voz y el voto no contaban más allá de la determinante presencia masculina.

Habría que ver cuántas mujeres ejercían la jurisprudencia a principios del pasado siglo o hasta el final de su quinta década.

No hay que ser profeta para saber que la misma balanza evocadora del equilibrio, en términos de Derecho, debió estar totalmente inclinada a favor de «togas masculinas».

Aquellos primeros cursos y alternativas que abrió el país, para fortalecer con el recurso humano los cimientos de la justicia revolucionaria, abrieron, en cambio, puertas a cientos y miles de mujeres en todo el archipiélago. Con su sonrisa también nacieron los Tribunales y la Fiscalía.

Hoy, a nadie extraña que, durante una vista oral, en cualquiera de las salas con que cuentan nuestros tribunales o en espacios en los que intervienen fiscales y abogados, predominen mujeres, muchas de ellas jóvenes.

No deviene excepción el Tribunal Provincial Popular avileño, en cuya plantilla más del 80 % son precisamente mujeres, con una magnífica preparación profesional, por demás.

¿Cuántos ciudadanos –de esos que aún conciben a la mujer como un ser más débil, pieza decorativa hogareña o simplemente placer carnal– habrán sido procesados jurídicamente por ellas, a lo largo de todos estos años?

Muchísimos, supongo. Del mismo modo que puedo imaginar la reacción interna en algunos de ellos, al ver el justo, imparcial y loable desempeño de esas juristas, de principio a fin, durante el proceso, e incluso el seguimiento luego, en aras de lo que siempre espera la familia del sancionado: el retorno a casa, la reinserción social.

Por eso, este 23 de agosto bien vale la pena una respetuosa y merecida reverencia para quienes, desde Maisí hasta Mantua, imparten justicia, sin dejar de ser madres, novias, esposas, hijas, abuelas, federadas, vecinas, amigas y, sobre todo, sin perder la ternura con que Vilma y Celia protegieron y cautivaron hasta a las mismísimas espinas de la Sierra.

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