«Desde aquel día de aquel abrazo, la humilde vida mía quedó sellada para siempre al lado del gigante que es Fidel», se lee en lo alto de un cuadro imponente, como los dos hombres que en su imagen se abrazan.
Puede, quien lo observa, poner a viajar en el tiempo la imaginación, y recrear en su mente una y mil historias sobre lo que estarían pensando en ese momento aquellos fotografiados. Lo que sí no ha dudado ningún visitante a la más joven sala del Cuartel de la Montaña, en Venezuela –donde se exhibe el cuadro– es el empujón que juntos, Fidel y Chávez, le darían, después del primer abrazo, a Nuestra América.
Contó, años después, el arañero de Sabaneta, que tras el recibimiento que el Comandante en Jefe le había dado en la escalerilla misma del avión, estuvieron conversando durante buena parte de la madrugada. «Yo sentía la mirada del águila, haciendo preguntas, tomaba nota, y realmente lo que estaba ocurriendo era que me estaba evaluando, me estaba pesando», recordó.
Había advertido en él, sin duda, al ser humano cabal, al «hijo» de El Libertador, que le acompañaría en sus proyectos transformadores encaminados a reivindicar a nuestros pueblos.
UN PROYECTO REVOLUCIONARIO LATINOAMERICANO
Como visionario que fue, acertó. Tanto así que en el acto en honor al entonces teniente coronel Hugo Chávez, en ese diciembre de 1994, el propio líder bolivariano dijo: «Algún día esperamos venir a Cuba en condiciones de extender los brazos y en condiciones de, mutuamente, alimentarnos en un proyecto revolucionario latinoamericano, imbuidos, como estamos, desde siglos hace, en la idea de un continente hispanoamericano, latinoamericano y caribeño, integrado como una sola nación que somos».
A su vez, Fidel aseguró: «Claro está que si se llevan consecuentemente las ideas de Bolívar y Martí, se concluirá siempre en el fin de la injusticia, en el fin de la explotación; se concluirá siempre en la necesidad desesperada de justicia social que tienen nuestros pueblos; se concluirá siempre en que solo la revolución (…) será la que resuelva los problemas sociales de nuestros pueblos».
A partir de ese momento, ambos defendieron, desde la palabra y la acción, los derechos mancillados de muchos hombres de estas tierras. Construyeron nuevas realidades, en las que la dignidad de las naciones no era pisoteada por el enemigo común del norte, ni el capitalismo férreo que aplastaba raíces, culturas y decoros: «un nuevo pensamiento articulador de nuestras culturas profundas, un socialismo “Nuestroamericano”, martiano, bolivariano, tenemos que construir», instó el líder nacido en Barinas.
De esa forma, tras la firma del Pacto de Sandino, la Misión Milagro le devolvería la visión a millones de personas que jamás pensaron volver a percibir con sus ojos la sonrisa de los seres queridos. La Misión Barrio Adentro, Cultura Corazón Adentro, la educativa, la deportiva, y otros tantos proyectos en numerosos ámbitos de la vida social, han dado cuentas, por más de 20 años, de una realidad que, para la región latinoamericana, parecía quimera.
Fidel y Chávez, dos rebeldes irreverentes, como no hubo otros en su tiempo, dieron forma y vida al sueño de dos grandes de otros siglos: Bolívar y Martí. Su aspiración: unir América, «desde el río Bravo hasta la Patagonia».
Juntos, los Comandantes lograron, a través del alba –otra de sus perdurables hazañas– que tres países de Latinoamérica fuesen declarados Territorio libre de analfabetismo: Venezuela, Bolivia y Nicaragua. También fundaron, en Cuba, la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), que gradúa sin reparos a profesionales más humanos y comprometidos con las necesidades de sus terruños.
En el acto de graduación de la primera promoción de la ELAM, Chávez insistió en que «apenas» estaba comenzando el vínculo binacional. «La Revolución Bolivariana llegó de manos del pueblo de Simón Bolívar para unirse al pueblo de José Martí y a la Revolución Cubana, y para unirse a los pueblos de Nuestra América», advirtió. Para entonces ya era imposible hablar de un país y no pensar en el otro, sobre todo si se trataba de avances en la cotidianidad y en la resolución conjunta de las necesidades de su gente. Como los dos líderes, sus naciones se fundieron también y, sobre todo, se reconocieron tras aquel abrazo.
El alba-tcp ha sido, desde su creación misma, una alternativa a la ofensiva imperialista de dividir y hacer renunciar a las naciones latinoamericanas, y del llamado Sur Global, de manera general.
La Celac, por su parte, es también un mecanismo regional de integración y de progreso, en el que el pensamiento clave de los dos gigantes ha estado sembrado, como cimiento, para forjar la búsqueda de una izquierda latinoamericana y caribeña más unida y más fuerte.
VIVIR POR LA JUSTICIA
Los vaivenes de la historia han demostrado la claridad de Fidel, cuando expresó, en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela: «Ha llegado la hora de que los pueblos sepan defenderse, y sepan plantear sus derechos. ¡Basta ya de sumisión!». Pareciera ese, un llamado a la lucha contra la injusticia y la mediocridad. Desde entonces, nuestros pueblos fueron más libres de pensamiento, que es vivir también con dignidad.
Y a esa batalla incansable por la soberanía y la unión, a las que Bolívar y Martí entregaron sus fuerzas, dedicaron también las suyas estos dos corajudos. Sobre sus destinos, Fidel diría en carta a Chávez: «Viviremos siempre luchando por la justicia entre los seremos humanos sin temor a los años, los meses, los días o las horas».
Luego, en medio de las crisis que vive el mundo, es imperioso que volvamos a las ideas de quienes supieron avisarnos de los destinos que hoy corren. Fragüemos, entonces, los combates nuestroamericanos en la construcción necesaria de una realidad multipolar, en la que la justicia y la soberanía sean innegociables.
Revistas, gacetas, diarios, seminarios… Nadie se atrevió a pasar por alto la noticia del momento. Y allí puede leerse, en la sala del Cuartel de la Montaña, dedicada al primer abrazo de los Comandantes. Las paredes fueron decoradas con ejemplares de la explosión mediática que provocó ese suceso, en 1994.
Publicaciones impresas de todas partes del mundo, y desde todas las miradas políticas, reseñaron el acontecimiento, sin salir del asombro ni dejar de mencionar el «peligro» o la buenaventura que podía representar aquel encuentro entre gigantes.
Ambos, en su enormidad moral, sabían que no se trataba solo de ellos. Para mover los hilos de la historia regional se necesitan naciones dispuestas al sacrificio que carga «todo el que lleva luz». Y Fidel y Chávez se hicieron pueblo, son pueblo en estos días azarosos, en los que acallar las penas de siglos de esclavitud es volverse cómplice del dolor.

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